sábado, 20 de julio de 2019

MUNDO FUNERARIO PRETARTESSIO (siguiendo a Torres Ortiz) -Capítulo 125 de: "Los bueyes de Gerión en el tesoro de El Carambolo"-.


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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Caricaturas de dos famosos arqueólogos a quienes dibujé en 2015. Al lado, la profesora Maria Luisa de La Bandera; quien durante más cuatro décadas dedicó su vida a la investigación y docencia en la Universidad de Sevilla. Escribiendo decenas de libros y centenares de artículos, entre los que destacan los dedicados a la orfebrería ibérica, y en especial sobre la tartessia. Abajo, de nuevo divulgo un dibujo mío del profesor Martín Almagro Gorbea; a mi juicio una de las mentes más ilustres de Europa, capaz como nadie de comprender la Historia y el humanismo hispano. Pude retratar a ambos arqueólogos hace años; teniendo la tristeza de no haber llagado realizar más caricaturas de historiadores insignes, al no haber logrado contactar (siquiera conseguir fotos de ellos; fundamentalmente debido a que durante largo tiempo residí en Japón). Una verdadera pena, pues en la actualidad vivimos una época de enorme florecimiento intelectual en el mundo de la Historia Antigua y especialmente en el estudio de Tartessos. Existiendo figuras como las antes mencionadas, a las que debemos unir nombres de una increíble valía, entre los que destacan: Sebastián Celestino Pérez; Marisa Ruiz-Gálvez Priego; Javier Jiménez Ávila; Jaime Álvar Erquerra, Alfredo Mederos Martín o Mariano Torres Ortiz. De este último, jamás he logrado una fotografía, ni pude tomar algunos apuntes de sus rasgos, para hacerle una caricatura. Por lo que aún siendo el protagonista de nuestro artículo de hoy, no podemos ilustrarlo con un dibujo del profesor Torres Ortiz (al que tanto admiro y mucho me hubiera gustado dibujar).
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INTRODUCCIÓN: “Sociedad y mundo funerario en Tartessos”, por Mariano Torres Ortiz:
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Hoy vamos a tratar acerca de los enterramientos de época y área pretartéssica, basándonos en una gran obra de Mariano Torres Ortiz. El libro que seguiremos es SOCIEDAD Y MUNDO FUNERARIO EN TARTESSOS; editado por la Real Academia de la Historia, hace ya unos veinte años (1) . En el presente artículo analizaremos tan solo los primeros planteamientos de este; refiriéndonos únicamente el mundo funerario pretartessio. Aunque en el próximo, nos internaremos en la segunda parte del libro, para analizar los enterramientos propiamente tartessios. El trabajo acerca de las tumbas y usos fúnebres en Tartessos que seguiremos, fue publicado por el prof. Torres hace ya unas dos décadas; y a mi juicio no ha sido superado, ni menos ha quedado obsoleto. Pudiendo determinarse que todavía es el texto más conciso y documentado acerca de los ritos fúnebres y los cenotafios o enterramientos de estas fases protohistóricas. La obra la divide el autor en cuatro partes, comenzando por unos planteamientos iniciales, donde explica el marco geográfico, la cronología y las prácticas funerarias peninsulares durante el segundo milenio a.C.. Posteriormente pasa a exponer una amplísima documentación arqueológica, en la que recoge y describe las tumbas halladas hasta entonces en ese área y de periodo tartessio (treinta y siete en Andalucía; dieciséis en Extremadura y diecisiete en el Sur de Portugal). Tras ello, procede al análisis de los elementos descritos sobre estos enterramientos y sus aspectos rituales; para llegar a unas conclusiones finales. Pero hoy tan solo vamos a tratar acerca del mundo pretartessio, por cuanto únicamente analizaremos los planteamientos iniciales, que presenta Torrres Ortiz. Realizando un primer resumen del libro (bajo el epígrafe “A”), con el fin de comentarlo en nuestra segunda parte del artículo (epígrafe “B”). Asimismo aprovecharemos los “pies de foto” -destacados en letra roja-, para comentar y aportar ideas nuestras, acerca del tema (como es común en “Tartessos y lo invisible en el arte”).
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A-) PLANTEAMIENTOS PREVIOS:
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Bajo este título comienza Mariano Torres Ortiz la obra, en cuya introducción nos hablará del enorme potencial que contiene el estudio del mundo y ritos funerarios tartessios, con los que podrán hallarse las influencias culturales y sociales de esta interesante civilización (2) . Menciona inicialmente, que el primero en analizar esas tumbas turdetanas fue Bonsor, quien ya a fines del siglo XIX elaboró una secuencia cronológica compuesta por cinco fases, caracterizada cada una de ellas por sus propios ritos, materiales y construcciones funerarias”. Más tarde surgieron las dudas acerca de la cremación del cadáver, que aparecía profusamente en esos cementerios de Tartessos; pensando fuera una costumbre funeraria importada por los fenicios (tal como en un principio se pensó). Llegando a ser el profesor M. Bendala, quien finalmente sostuvo que esas incineraciones “tartésicas no tienen su origen en el mundo colonial fenicio ni en el de los Campos de Urnas, sino en la llegada de gentes de origen mediterráneo portadoras del rito en época precolonial” (3) .
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Pese a ello, Torres Ortiz no es partidario de esta tesis, prefiriendo seguir la teoría de los profesores Almagro (Martín Almagro Basch y su hijo, Martín Almagro Gorbea). Quienes afirman que la llegada de ese rito de cremación a zonas tartéssicas procedería principalmente por la influencia y expansión de los “Campos de Urnas”. Civilización que desde el siglo XII a.C. se introduce en la Península itálica (promoviendo la cultura protovillanovense); haciendo lo mismo poco después en territorio ibérico. Extendiéndose desde el 1100 hasta el 900 a.C. y avanzando primeramente por el Pirineo Este; para -después- establecerse en gran parte de la Meseta y el Levante peninsular. Todo ello en una paulatina inmersión que no deja rastro de lucha ni de violencia; lo que hace pensar que impusieron sus ritos de cremación con un modo de influjo gradual. En lo que parece una aculturación paulatina, que cubrirá gran parte de nuestras tierras con cementerios de urnas cinerarias, donde también coexistirán ritos de inhumación. Unos hechos que suceden varios siglos antes de la llegada de celtas y fenicios a esas zonas (por cuanto la incineración es una práctica muy anterior a la colonización).
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Continúa el profesor Torres Ortiz marcando el área de estudio en que nos debemos centrar, para conocer los ritos y modos de enterramiento tartessios; siendo esta: “el Sudoeste de la Península Ibérica desde el valle bajo del Guadalquivir -por el sur- hasta la cuenca media del Duero -por el norte- (...) la provincia de Córdoba y el norte de la de Málaga, la zona occidental de la provincia de Toledo y el oriente de Extremadura” (4) . Delimitando a conciencia esa zona de estudio, seguramente porque el resto del mundo funerario peninsular debió de ser muy parecido. Ya que la mayor parte tuvo un origen megalítico y desde el 1100 a.C. fue influida por los Campos de Urnas; conviviendo desde entonces en gran parte del territorio, los ritos de incineración con la inhumación (esta última en cistas y preferentemente en túmulos de gran tamaño -reaprovechando dólmenes o imitándolos-).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado cuadro cronológico con las fases de los Campos de Urnas y la entrada de los celtas en la parte Oriental de la Meseta; tabla tomada del trabajo de Ma. LUISA CERDEÑO; FÁTIMA MARCOS y TERESA SAGARDOY: Campos de Urnas en la Meseta Oriental” (5) . Como podemos observar, ya en el siglo XII a.C. se datan cementerios con cistas cinerarias en a Meseta Oriental (principalmente en las orillas del rio Jalón); produciéndose una fase de “protoceltibérico” hacia el siglo VIII a.C., para nacer el celtibérico pleno entorno al VII a.C. (con cremaciones como rito común, poblados con viviendas en forma rectangular y el uso divulgado del hierro).
Abajo, imagen del maravilloso Berliner GoldHut (“sombrero solar” de Berlín), fechado entorno al 1000 a.C.; en etapa de Hallstatt-A y los Campos de Urnas. Fue comprado por el Berliner Staatliche Museen en el año 1196, en el mercado internacional; por lo que tristemente no se conoce la procedencia, ni menos el lugar de hallazgo. Es uno de los cuatro “gorros del sol” -goldhuts- encontrados (tres de ellos expuestos en Berlín), aunque el único que se halló con las alas de sombrero bajo el cono de oro. Así fue como -tras adquirirlo-, se supo que aquellos otros largos cipos áureos, eran partes superiores de un gorro ritual; pues hasta 1996 se consideraban imitaciones de menhires, interpretándolas como esculturas con carácter fálico y solar. Aunque al conocer el bombín y las alas que este último conservaba en su parte baja, se comprendió que todos ellos formaban parte de esos tocados rituales terminados en cipo.
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Fabricados con la técnica orfebre del Bajo Bronce (batiendo en frío el oro), el gran Berliner Golhut, tiene unos 74,5 centímetros de altura y pesa unos 490 gramos. Acerca de su hallazgo, solo podemos saber que uno de esos sombreros de cono se encontró en Schifferstadt (cerca de Speyer), directamente depositado bajo la superficie de la tierra. Al parecer, ofrecido allí a los dioses; tal como pudo ocultarse este otro, de mayor importancia y tamaño. A juicio de los expertos, sus dibujos circulares y globulares, tienen un claro carácter calendárico; describiendo fases lunisolares (tal como recogemos en palabras de David Chipperfield -Architects- en artículo firmado por Annette Meier; que extraemos de la página del NUEVO MUSEO DE BERLÍN, al que agradecemos nos permita divulgar a imagen) (6) . A continuación, y en diferentes fotografías, recogeremos distintos ejemplos de tesoros y piezas áureas peninsulares del Bronce Bajo; que se relacionan plenamente con estos gorros de oro y con otras muchas obras de orfebrería centro europeas, también fechadas durante la etapa de los Campos de Urnas.
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En el epígrafe sexto de estos “planteamientos previos”, Torres Ortiz analiza y recoge los enterramientos del segundo milenio a.C. en:Andalucía occidental; El sur de Portugal (necrópolis de cistas y losas alentejanas); Extremadura y El círculo cultural del Bronce Atlántico” (7) . Con el fin de explicarnos las costumbres funerarias previas a Tartessos (en su área de influencia) escribe al iniciar este capítulo: durante el III milenio antes de nuestra Era, la documentación sobre las prácticas funerarias del sudoeste peninsular es muy rica y se centra en la existencia de grandes enterramientos megalíticos de carácter colectivo. El panorama cambia en el milenio siguiente, en el que las evidencias son mucho más escasas y, a veces, de carácter dudoso. No obstante, se presenta aquí una breve discusión de la evidencia disponible” -sic ver (7) -. Con esta introducción, el autor nos indica que durante el segundo milenio entraremos en un periodo de incertidumbre, con modificaciones en las que se abandonan los megalitos y las fórmulas de inhumación paralelas al calcolítico -con dólmenes e hipogeos de múltiples difuntos-; para sustituirse paulatinamente por nuevas formas de enterrar, entre las que incluso aparece la cremación (por primera vez en nuestro panorama territorial).
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Así pues, recoge el profesor Torres Ortiz, que en Andalucía Occidental “La práctica de la inhumación de los cadáveres en el interior de los poblados se generaliza en todo el valle del Guadalquivir durante la Edad del Bronce, abandonándose progresivamente la anterior costumbre de la inhumación colectiva en monumentos megalíticos y cuevas artificiales. La adopción de este tipo de ritual en la Andalucía occidental puede estar en relación con la expansión de esta práctica funeraria desde el área que ocupa la cultura argárica en el sudeste de Andalucía” (8) . Frases con las que comprendemos que desde el 2000 al 1000 a.C. se abandonan paulatinamente los megalitos, que hasta entonces en su mayoría se reutilizaban o imitaban; pasando a crear cementerios con grandes cistas de varios enterrados. Siendo desde entonces normal guardar a los difuntos cerca del poblado, depositándolos en pequeñas tumbas -incluso bajo las casas- y en la forma de “pithos” -dentro de tinajas-. Las cistas “colectivas” de la etapa que hablamos, a día de hoy se hallan conservadas como amontonamientos de piedra, donde junto a los cadáveres siempre, hay numerosos objetos de metal. Los primeros casos de aquellas nuevas formas funerarias se datan a principios del segundo milenio a.C. y se hallan en Stefilla, Monturque o en zonas limítrofes entre Huelva y Sevilla. Por su parte, en lo que se refiere al rito de inhumación en “cuevas artificiales” (dólmenes), parece que se va abandonando y tan solo se documentan algunos en uso durante el segundo milenio a.C., en la baja Andalucía; cambiándose este modo gradualmente, por los enterramientos individuales en cistas. Destacando como lugar en que se conservaron las fórmulas más antiguas, la necrópolis de Las Cumbres (El Puerto de Santa María); donde tenemos un gran hipogeo que contiene unos veinticinco difuntos, fechado entre los siglos XVII al XV a.C.. Mostrando que a mediados de este segundo milenio a.C. aún se creaban cuevas artificiales para inhumaciones, al modo calcolítico (9) .
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Antes de comentar las imágenes, diremos que en numerosas ocasiones -algunos de los más de medio millón de lectores que han visitado TARTESSOS Y LO INVISIBLE EN EL ARTE- me han preguntado a qué universidad pertenezco. Evidentemente, les he contestado que no estoy inmerso en el mundo de las universidades y que ni siquiera tengo licenciatura en Arqueología; ante lo que me han cuestionado por qué -sin ser un “profesional”- escribo sobre Historia Antigua. A lo que siempre les respondo del mismo modo: Porque solo así puedo dar una visión diferente e incluso llegar “arriesgarme” a presentar hipótesis e ideas, que serían demasiado aventuradas si las plantease un profesor universitario. Puesto que los profesionales están obligados a cumplimentar unos cánones conforme a hechos probados y aprobados. Mientras un ajeno al mundo universitario puede afirmar o plantear determinadas ideas, no admitidas por el común de los investigadores. Así pues, creo firmemente que cumplo con una función en mis estudios y en cuanto escribo; pudiendo a través de ellos, ayudar a originar teorías novedosas y que todavía no han podido ser comprobadas.
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Partiendo de lo expuesto, y acerca de la expansión e influencia de los Campos de Urnas en el Sur Peninsular. Aculturación venida de centro Europa, que el profesor Torres Ortiz considera da origen al rito de cremación en Tartessos -procediendo las incineraciones turdetanas del influjo de los Campos de Urnas-. Me atrevo a hipotetizar que los tesoros peninsulares del Bajo Bronce, tendrían una misma linea de influencia. Para comprobarlo, primeramente veamos los ajuares de El Carambolo (arriba) y de Villena (abajo). La imagen de las piezas halladas en El Carambolo está tomada en el Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgarla). La del tesoro de Villena es la "foto oficial" que presenta en sus paneles explicativos el Museo de la Prehistoria de Valencia (al que también agradecemos nos permita divulgarla). Comparemos sus piezascon otras de orfebrería que más abajo recogemos en fotografías.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, detalle del sombrero cónico de Berlín; con los adornos globulares y circulares grabados sobre el oro batido (agradecemos al Berliner Neues Musseum nos permita divulgar la imagen). Hemos visto en el comentario a la fotografía anterior del Berliner Goldhut; el significado solar y calendárico que se concede a esta pieza. Entorno a un tema similar, escribí hace no mucho, un artículo sobre el posible sentido cósmico de los dibujos y decoraciones que guarda el tesoro del Carambolo. Para los interesados en leer este trabajo, pueden consultar nuestra cita (10) .
Abajo, cuencos del tesoro inglés de la Edad del Bronce llamado de Eberswalde (the Eberswalde Hoard; por el lugar en que fue encontrado). Se trata de un ajuar de oro de 81 piezas con peso mayor a dos quilos seiscientos gramos. El parecido de estas piezas con las del tesoro de Villena y su datación en épocas paralelas (entre el siglo XII y el IX a.C.); hace evidente la enorme unión entre la Península Ibérica y las costas británicas durante este periodo denominado Bronce Bajo. Acerca de ello hemos tratado en un extenso artículo, donde analizábamos las teorías de la profesora Ruiz-Gálvez, sobre la Europa Atlántica en la edad del Bronce -ver cita (11) -.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos cuencos áureos hallados en Axtroki (Guipúzcoa) y fechados en el siglo VII a.C. -Bronce Bajo- (agradecemos al Museo Arqueológico Nacional, nos permita divulgar la imagen). Al lado, detalle central de ambos, donde vemos el parecido de su adornos con el de los gorros cónicos áureos (golhuts) y con otras piezas semejantes del Bajo Bronce europeo (Villena o los tesoros ingleses). Tan semejantes a otras obras de orfebrería europeas de época cercana, trás observar detenidamente estas piezas de Axtroki; nos lleva a pensar que probablemente el ajuar de Villena debiera fecharse en épocas más cercanas a este otro de Guipuzcoa. De lo que en mi opinión el tesoro aliantino habría que datarlo en tiempos más recientes y entorno a los siglos X y VIII a.C. (no tanto entre el XIII y el X a.C., como se considera actualmente). Ello cuadraría con la de los GoldHuts (los cuatro sombreros áureos hallados en centro Europa) y con otras piezas semejantes pertenecientes a la etapa expansiva de los Campos de Urnas. Pudiendo así considerarse que todas estas grandes piezas del Bajo Bronce (como el Tesoro de Villena, los cuencos de Axtroki, junto a múltiples ajuares hallados en las inmediaciones de Hallstatt y en las Islas Británicas) deben fecharse entre los siglos XII al VIII a.C.. Unidos a la expansión de los Campos de Urnas. Lo que explicaría a su vez la infuencia de esta joyería en los orfebres de Tartessos.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Otros dos ejemplos de obras en oro del Bronce Final, con enormes parecidos a las peninsulares y a las británicas. Al lado, pendiente áureo fechado hacia el 650 a.C. y hallado en el Cantón de Berna (Suiza) -agradecemos al Museo de Historia de Berna nos permita divulgar su imagen-. Abajo, cuenco encontrado en el Cantón de Zürich, conservado actualmente en el Museo de Ginebra (al que agradecemos nos permita divulgar su imagen). La existencia de unos cérvidos y de soles y lunas figurando en la decoración del cuenco, nos demuestra que en este caso no se trata de cascos, ni de “coronas” de reyezuelos; sino de cuencos ceremoniales, para ser utilizados a modo de cazos. Sus dibujos, nos muestran el sentido en que debían de colocarse, observando en ellos al menos una media Luna (en su parte central) a la que rodean dos “Soles” -o astros-. Bajo aquellos, aparecen cervunos, que mucho nos sugieren la posterior figura del “Cernunos” celta; dios con cuernos, reverenciado como deidad de los animales, de los bosques y de la fuerza.
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En las imágenes observamos que ambas piezas podrían haber pertenecido a ajuares españoles; siendo completamente imaginable que el pendiente de Berna se hubiera hallado en La Aliseda (Cáreces; siglos VII-VI a.C.), o que el cuenco de Zürich perteneciese al tesoro de Villena (Alicante; siglos XII al VIII a.C.). Todo ello, muestra la existencia de una enorme red de comunicaciones por mar, en la Europa Atlántica, durante la Edad del Bronce. Unión marítima que se completaría con una gran cantidad de vías pecuarias y de caminos para el trasporte -que, al menos se mantendría hasta el Bronce Bajo-. El motivo para la proliferación de rutas marinas y para la existencia de estas comunicaciones, lo hemos explicado numerosas veces; al deducir a través de mis estudios, que en El Mediterráneo se agotaron las minas de cobre en el segundo milenio a.C.. Pero que además, apenas existieron jamás yacimientos de estaño junto a ese mar. Ello obligó a los buscadores de metal a internarse por el Danubio y a recorrer las costas de la Europa Atlántica, riquísimas en cobre y en casiterita. Llegando pronto hasta el cobre de Rio Tinto, y el oro o la plata de Portugal y Galicia (durante el VI milenio a.C.) . Pasando posteriormente a hallar los enormes yacimientos auríferos de la Bretaña francesa y de las islas británicas (las mayores en cobre y estaño). Finalmente, en la misma búsqueda, arribarían hasta tierras del Norte de Alemania, donde encontrarían el ámbar del Mar Báltico y más tarde contactarían con las ricas minas del Rín y del Danubio.
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Pese a todo, estas vías y esa cultura unida de la Europa Atlántica, se desvanecería con la difusión del Hierro por todo el Continente (tras el siglo VIII a.C.). Siendo entonces cuando los grandes imperios y núcleos urbanos del Mediterráneo (Egipto, Creta, La Hélade, Oriente Medio), dejaron de necesitar cobre y estaño para fabricar herramientas o armas. Así fue como se “difuminó” sin apenas dejar rastro la civilización de la Europa Atlántica, tan unida a la Europa Central durante el Bronce; tras la aparición del nuevo metal férreo -fácil de encontrar y simple de forjar-. Pues los yacimientos de hierro abundan por doquier y además el arte de su fundición tan solo requiere el secreto de lograr una alta temperatura (que se consigue usando carbón). A diferencia del bronce, que precisa de un cobre apenas sin arsénico y de un estaño con poco contenido de plomo. Metales que deben alearse al 92% y al 8% (respectivamente); para lograr que sea tenso y flexible, capaz de aguantar el golpe en la espada, el hacha o la azadón.
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Estelas Alentejanas:
Continúa Torres Ortiz, describiendo las prácticas funerarias del segundo milenio a.C. en el Sur de Portugal; recogiendo los tipos de enterramientos en etapa previa a Tartessos -y en este área suya de influencia-. Mencionando las famosas “losas alentejanas” (estelas de tipo I que podemos ver en imágenes a continuación); cuyo valor arqueológico es tanto como su importante calidad artística. Lajas muy bien talladas, en las que figuran armas perfectamente representadas -desconocidas, en su mayor parte-; que se fecharon y estudiaron por primera vez en España por Almagro Basch (en 1966). Quien las documentó en base a las gubias, cinceles y hachas de mango, en sus bajorrelieves; datándolas entre el 1000 y el 800 a.C.. Más tarde, Schubart (en 1971) propuso una cronología un tanto más amplia, situándolas entre el 1100 y el 700 a.C.; razonando esa datación al existir cuentas de vidrio, en algunas de las cistas bajo esas estelas. Planteando Schubart la posibilidad de que estas losas y sus cistas, perdurasen hasta la aparición de los fenicios en las costas portuguesas. Pese a todo, será el prof. Almagro Gorbea -hijo de Almagro Basch-, quien de nuevo más se acerque a su procedencia y datación. Determinando que sin poder fijar aún el momento del segundo milenio en que aparecieron esas lajas; debemos pensar que fue mucho antes del siglo XI a.C., pues desaparecieron hacia el 1000 a.C.. Siendo siempre más antiguas estas estelas alentejenas, que las losas tartéssicas (de guerrero, diademadas, o con carro). De tal manera, propone el profesor Almagro Gorbea como fecha de aparición de las segundas estelas -de tipo tartessio- el siglo XI a.C.; por cuanto hemos de pensar que por entonces ya habrían desaparecido las del Alentejo (12) .
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Por su parte, las investigadoras Aubert y Serna, considera estas losas alentejanas mucho más relacionadas con El Argar y con el Bronce Medio (nunca con la etapa final del Bronce); creyendo que se situarían entre comienzos y mediados del segundo milenio a.C.. Una idea que también propone la prof. Ruiz-Gálvez; quien las cree pertenecientes al Bronce Pleno -situándolas a principios y mitad del segundo milenio a.C.-. Por su parte, Torres Ortiz sigue a Almagro Gorbea, considerando que la aparición de estas piezas alentejanas no podemos aún precisarla; pero debe considerarse en el Bronce Pleno (antes del 1500 a.C.). Mientras su final ha de fecharse en una etapa cercana al siglo XI a.C.. Escribiendo literalmente el profesor Mariano Torres que su datación se ajustaría ala representación en las mismas de hachas de enmangue directo (Assento) que Almagro-Gorbea pone en relación con los contactos mediterráneos que se producen con los movimientos de los denominados Pueblos del Mar en los siglos XIII-XII a.C. En segundo lugar, por la inexistencia de espadas pistiliformes representadas en las losas, clasificadas tipológicamente en el Bronce Final II de Coffyn y para el que Ruiz-Gálvez propone un inicio circa 1100 A.C. en fechas calibradas de radiocarbono”. Debido a todo ello, Torres Ortiz considera estas losas alentejenas ajenas al momento y periodo de Tartessos; por cuanto solo se deben de mencionar como un antecedente de enterramiento (entre los existentes en el área); pero ajeno al mundo funerario de esta civilización perdida. Al situar aquellas lajas del Alentejo, varios siglos antes a la aparición de la civilización que el mito recuerda gobernada por Arganthonios (13) .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Recogemos a continuación una serie de fotografías, con estelas alentejanas. Comenzamos con esta del Museo de Aljustrel (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes), donde en la segunda situamos una persona al lado de la losa, para comparar el tamaño. Aljustrel se encuentra en una zona de enorme importancia minera y en este museo se expresa la historia del trabajo metalúrgico y de extracción en yacimientos del área. Asimismo se recogen numerosas piezas arqueológicas que han aparecido unidas al mundo del metal y también en sus campos. Donde durante la Edad del Bronce existieron grandes filones de plata y oro.




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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: De nuevo la pieza de Aljustrel (Alentejo), llamada estela da Carniceira, hallada en San Joao de Negrilhos. Al lado, detalle de un arco, un mazo y un hacha, representados en la piedra. Abajo, vista de la losa, tal como se expone en el museo alentejano, donde se fecha entre el 1600 y el 1200 a.C.(al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes).








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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, sala del Museo Arqueológico de Beja, donde se exponen las Estelas Alentejanas (agradecemos a este museo nos permita divulgar nuestras imágenes y situamos una persona en escena para poder comparar el tamaño de las piezas). Abajo, una de las estelas mejor conservadas, donde podemos ver a nuestra derecha tallada una gubia y a su lado, una hoz doble (también llamadas agujas o desjarretadores). Este tipo de armas se denominan por los arqueólogos “ancoriformes” y hay quienes consideran que se trata de un objeto de prestigio, similar a un cetro. En el centro de la estela aparece un pequeño enser (quizás un arco esquematizado o una anilla) y a su lado una gran espada. A su izquierda, dos cinceles sobre lo que parece una azuela; y en el extremo de la losa, dos hachas con sus mangos. Estas armas, contienen la apariencia de ser a su vez herramientas de trabajo, sobre todo para laborar la madera; lo que conferiría a la etapa una enorme técnica para fabricación de muebles, casas y principalmente, de barcos. Siendo necesarias hachas y azuelas de precisión, para crear las cuadernas y los mástiles de las embarcaciones.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Otras de fotos de Estelas Alentejanas, tal como actualmente las exhibe el precioso Museo Arqueológico de Beja (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). La datación de estas losas de la Edad del bronce es muy dudosa y algunos expertos portugueses consideran deben fecharse entre el 1600 y el 1200 a.C. (tal como dictan también las investigadoras Aubert, De la Serna y Ruiz-Gálvez). Al considerar que las armas y herramientas que aparecen en sus bajorrelieves, están ligadas al mundo argárico y son del Bronce Pleno. Otros expertos creen que más bien debieran catalogarse como piezas del Bronce Final, fechándolas entorno al 1200 y 900 a.C.; aunque de esta catalogación “escapan” arqueológicamente algunos de los enseres representados en las estelas. Que no tienen relación con el Bronce Final, ni menos con edades cercanas a la del Hierro; tal como sucede con los desjarretadores o agujas de lucha; hoces dobles o podones, que en ocasiones son llamados ídolos ancoriformes. Un tipo de armas o herramientas, cuyo uso se desconoce en épocas posteriores y que aparece repetidamente en gran parte de figuras y losas de la Edad del Bronce (tal como vemos en estas dos lajas, donde se representan junto a espadas).
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Las Cistas y Estelas del Suroeste:
Pasa a continuación el prof. Torres Ortiz a hablarnos de los enterramientos del segundo milenio a.C., en Extremadura; recogiendo de nuevo otras prácticas funerarias del área tartessia, anteriores a la aparición de esta civilización. Comenzando por las necrópolis en cistas individuales y de tipo argárico; que se consideran el modo común de inhumación en esta zona, durante el Bronce Pleno. Pese a todo, expresa que la aparición de un segundo tipo de estelas, de clara vinculación tartessia (las llamadas extremeñas, de guerrero, diademadas y etc); se ha unido a estas necrópolis de cistas individuales. Todo lo que retrasaría enormemente la datación de ese tipo de inhumaciones, llevándolas hasta el siglo XI a.C.. Cuando debemos pensar que desde el 1600 a.C., en Extremadura se hizo común este enterramiento en tumba personal (relacionado con las gentes del campaniforme y con El Argar) (14) . Posteriormente continúa Torres Ortiz con una larga exposición sobre las famosas estelas extremeñas (de guerrero, diademadas, de carro etc) que más bien debiéramos denominar tartessias; pues son de etapa y área plenamente asociada con esa cultura. Pero estas losas, que aparecen principalmente en el sudoeste peninsular y que toscamente llevan representados guerreros, armas y damas diademadas; contienen dudas interpretativas. Pues existen dubitaciones sobre su carácter funerario; pensando la gran mayoría de investigadores que se trata de cipos que demarcarían una zona, o bien de betilos labrados para marcar una camino. Debido a que casi ninguna de esas estelas se han hallado “in situ”; ya que tan solo dos de ellas se consideran encontradas sobre una cista; todo lo que impide saber claramente su uso y su ubicación inicial.
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Debido a ello, existen numerosas teorías acerca de estas lajas “tartessias”, entre las que destaca la idea de los profesores Almagro (padre e hijo) quienes las ven muy vinculadas con el mundo funerario. Teoría que también siguió el prof. Bendala y que asimismo ratifica Sebastian Celestino Pérez; quien también les concede un uso honorífico y relacionado con el poder o la demarcación de territorios. Aunque otros investigadores, como Marisa Ruiz-Gálvez y Eduardo Galán, desde hace veinte años mantienen que están más asociadas a las marcas de caminos de trashumancia, pudiendo constituir “mojones” indicativos y a su vez protectores del territorio que señalan (sin negarles un uso ritual y de rememoración de un difunto allí representado). Estas que resumimos, son las dudas que plantean las “estelas extremeñas”; debido a que tan solo dos de ellas han sido halladas junto a lo que parece un enterramiento (la de Solana de Cabañas y la de Granja de Céspedes). Por todo ello, Eduardo Galán expone que la descontextualización de esas “losas tartessias” es muy dudosa, ya que todas están en puntos relacionados con las principales vías de comunicación y situadas en los nudos más importantes de estos caminos. Lo que le lleva a pensar que se trata de “protectores” y “demarcadores” de las rutas antiguas terrestres; fundamentalmente de trashumancia (15) .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: De nuevo, imágenes de las estelas alentejanas del Museo Arqueológico de Beja, al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías. Al lado, otra de las losas, en este caso en muy mal estado y tallada sobre una laja. Abajo, la misma estela, en fotografía más detallada y donde vemos que no parece representar armas, sino más bien lo que sugiere un árbol y ramas (o la figura esquematizada de un guerrero). Junto a ello, aparece un objeto no identificable, similar a dos “enseres” unidos (quizás un hombre y una mujer idealizados, o la esquematización de órganos humanos).






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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, detalle de una de las estelas alentejanas que antes hemos visto completas. Observemos aquí las dos hachas, junto a dos cinceles y una gran espada. A la derecha de este espadón hay un objeto similar a unas pinzas o a un pequeño arco y bajo la hachas también parece estar tallada una azuela. Sería a su vez posible, que el pequeño objeto que no reconocemos (en forma de arco o pinzas) pudiera representar la entrada a una vaina de espada o una hebilla -enseres sagrados para un guerrero-.
Abajo, detalle del lado derecho de la misma estela alentejana. Destacamos aquí, el pequeño arco, o bien la boca de vaina (¿hebilla?), que antes comentábamos -en esta foto apareciendo arriba, a nuestra izquierda-. Tras ello y en el centro de la imagen, un desjarretador, hoz doble, podón o aguja de lucha; denominada ídolo ancoriforme por muchos arqueólogos. Este objeto también pudo tener un uso marino, siendo utilizado como “bichero” y para cortar los cabos y desarbolar las embarcaciones enemigas. De hecho, aparece en escudos portugueses del siglo XVI y XVII un utensilio muy semejante, terminado en dos áncoras, que se representa entre cuerdas trenzadas (siendo seguramente un “bichero”; usado para enganchar objetos en el mar y poder cortarlos). Finalmente, en el extremo derecho de la losa se observa una gubia o un enser que parece de labor, más que un arma. Tratándose de un mango en forma de gancho, al que se añade un estilete semejante a los que aparecerían junto a las hachas (en foto anterior) -piezas del Museo Arqueológico de Beja, al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías-
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, detalle de otra de las estelas que antes publicábamos en su cara completa. Observemos en este caso el podón o aguja (doble hoz), solo con mango y sin doble áncora en la parte baja, quizás por haberse roto la losa. A su lado una bola perfectamente tallada, en el interior de un saco o de una cesta; lo que podría indicar que representase un juego (como el de cesta punta, que se sabe de origen ancestral). Junto a este, dos palos planos, entrecruzados; lo que puede llevar a pensar que nos habla de un juego similar a las “palas” de tennis. También puede sugerir algo relacionado con los honderos; pues si quisiéramos interpretar todos los enseres representados como armas. La primera sería una aguja doble de lucha y a su lado estarían dos hondas con un proyectil en forma de pelota (un “glande” de honda, tallado en piedra).
Abajo, otra de las estelas que expone el museo bejarano, en este caso con una espada en el lado izquierdo y un “ídolo ancoriforme” en el derecho. El bajorrelieve está además decorado con lo que semejan dos cuerdas, que parece cortar el “arma” en forma de áncora doble. Además de aparecer una vaina o hebillas, que cruzan la losa en sentido horizontal -piezas del Museo Arqueológico de Beja, al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías-.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Diferentes enseres, armas y herramientas de la edad del Cobre Final y del Bronce Pleno, que se identifican con objetos representados en las Estelas Alentejanas. Las estanterías pertenecen al Museo Arqueológico de Écija (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes) y en ellas podemos ver cinceles, leznas, espadas, gubias, sierras etc; de los milenios III y II a.C..
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SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Varias imágenes de la estela de Solana de Cabañas. Arriba, placa conmemorativa que luce una réplica de la losa, que se encuentra muy cerca de donde fue hallada. En el cartel podemos leer que cuando apareció, en 1894, cubría una cista. Posteriormente habla de un guerrero celta y menciona a Viriato; quizás siguiendo lo primero que se escribió sobre ella cuando en 1897 fue dada a conocer a la comunidad científica; pues hoy sabemos que estas losas son de etapa tartessia y se datan entre el Bajo Bronce y principios del Hierro. Fechadas desde los siglos X al VII a.C.; antes de la llegada de los celtas y más aún de la existencia del famoso caudillo lusitano.
Al lado, fotografía del alcalde de Solana de Cabañas (Gregorio Solano Zuil) con mi mujer; en el monolito levantado a la estela, junto al lugar del hallazgo, a la entrada de este pueblo. Curiosamente una réplica de ella se halla en Japón, en el Parque España (Sakazaki, Isobe-cho, ciudad de Shima).
Abajo, original de la Estela de Solana de Cabañas, tal como la exhibe el Museo Arqueológico Nacional -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-. En la gran losa vemos tallado un guerrero junto a su carro (a la izquierda). Sobre la figura, que parece tumbada (quizás difunto) un gran escudo circular. A la derecha, la lanza y espada; encima de la cabeza, un espejo y lo que parece un casco. Es de destacar que precisamente este guerrero que vemos tumbado en su figuración, pertenezca a una de las dos lajas tartessias que han aparecido junto a una cista. Lo que indicaría varios usos conforme a diferentes representaciones, en estas Estelas del Suroeste (o extremeñas). Quizás siendo estas en que vemos el guerrero en situación semejante a un difunto, las que usarían para poner sobre su cista. El hecho que destaco lo corrobora el lugar del hallazgo, ya que Solana de Cabañas no es paso de caminos ni de vías principales pecuarias. Por lo que su estela tendría un uso mortuorio y no de demarcación de camino.
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El Círculo Atlántico:
Finaliza Torres Ortiz su exposición acerca del mundo funerario pretartessio -en su área-, hablando del problema del “círculo atlántico”; un área cultural donde los enterramientos no dejan “rastro” (al haberse entregado el difunto a las aguas o a la Naturaleza -entero, o tras ser cremado-). Citando que, últimamente, autores como el prof. Escacena y la prof. María Belén, consideran que la zona de Tartessos y el Surdoeste peninsular pueden sumarse a este “círculo atlántico”, en el que se llevaban a cabo costumbres funerarias de exposición sobre el mar, sus rocas o las riveras fluviales. Rituales que se documentan en hallazgos de armas o ajuares, entregados a los ríos y posteriormente encontrados en lagos o en desembocaduras. Debiendo suponerse, que junto a aquellas espadas o hachas aparecidas bajo el agua, se habría llevado a cabo también la exposición del muerto (incinerado o en cadáver completo). Una teoría también confirmada por la prof. Ruiz-Gálvez quien denomina “círculo atlántico” a estas culturas de la Europa más occidental, y donde se realizaban este tipo de modos funerarios (especialmente en las Islas Británicas, Galicia y costas de Portugal). Consecuentemente, Torres Ortiz escribe acerca de ello que a propósito del depósito de la Ría de Huelva, Belén y Escacena dan un paso más y sugieren que la presencia de armas en las aguas estaría vinculada a las prácticas funerarias atlánticas, siendo arrojados también los restos del difunto, cremados o sin cremar, a las mismas. Las armas constituirían por tanto verdaderos ajuares funerarios. Ruiz-Gálvez no niega la funcionalidad funeraria de estos depósitos u ofrendas, pero destaca también que cumplían otras funciones de tipo social, como acto público de amortización de un objeto de valor social, de un objeto de rango, y como símbolo reivindicador de derechos territoriales No obstante, como demostraremos, sí existen tumbas que puedan adscribirse a la etapa cronológica denominada Bronce Final, conociéndose un numero cada vez más elevado de las mismas. Además, Ruiz-Gálvez señala que en ciertas regiones tradicionalmente vinculadas con el denominado «Bronce Atlántico» sí existen enterramientos” (16) .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Otras dos estelas del Suroeste, de tipo extremeño (tartessias), tal como las exhibe el Museo Arqueológico Nacional -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-. Al lado, la encontrada en Magacela, Badajoz, donde vemos un guerrero con su espada “al cinto” y luciendo casco con grandes cuernos. A su vera, una gran lanza con sistema de recuperación (seguramente una cuerda figurada por una linea de puntos) y un enorme cuchillo que se parece a los actuales de cortar carne (sin duda un arma mortífera por entonces y que curiosamente veremos entre los minóicos -tal como podemos comprobar en fotos dell Museo de Rethimnos, más abajo-). En la parte inferior de la estela, un gran escudo oval. Sus armas y cascos son muy semejantes a las de los guerreros sardos de los sigos XI al IX a.C. (Nuragas).
Abajo, losa tartessia hallada en El Viso de Córdoba. En su parte inferior aquí vemos un carro tirado por dos caballos, toscamene tallados (observemos lo que parecen dos “perros” a cada lado del carro). Sobre estos se halla el guerrero sentado, luciendo pendientes, dos espadas y casco también con enormes cuernos (a modo sardo). Encima de su figura, se observa un peine, un espejo y una pequeña lanza (arriba). A nuestra derecha y a la altura del torso del guerrero, un enorme escudo redondo; bajo este un arco, flechas y un carcaj (torpemente representados).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, página 13 del libro “Mesta trashumancia y lana en la España moderna”, de Frco. Ruiz Martín y A.García Sanz (Barcelona 1996). En el mapa, vemos las rutas de trashumancia de la Penísnula; vías que Ruiz-Gálvez y Eduardo Galán identifican con los puntos donde se han hallado las principales estelas tartessias.
Abajo, estela de la Atalaya de la Moranilla, yacimiento arqueológico tartessio, situado junto a Écija. La losa se expone en el Museo Arqueológico de Écija (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen) y en ella vemos a un guerrero, luciendo casco con cuernos, con un arco y escudo (a la derecha), con espejo y espada (a nuestra izquierda). Écija sería el punto donde se unen las rutas 5 y 7 de trashumancia que vemos en el mapa superior, a medio camino entre Córdoba y Sevilla.
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B) COMENTARIO A LOS “PLANTEAMIENTOS PREVIOS” de Torres Ortiz:
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B-1) Sobre el origen de la incineración en nuestras tierras:
Nuevamente señalaremos que hay varias teorías acerca del origen del rito de cremación en la Península Ibérica. Distinguiéndose quienes lo consideran una influencia surgida tras la expansión de los Campos de Urnas (Almagro, Torres Ortiz etc). Mientras otros investigadores creen que ese modo nacido durante el Bronce Bajo en nuestras tierras, sería de una costumbre llegada del Mediterráneo e importada por pueblos precolonizadores (anteriores a los fenicios y a los griegos). El hecho cierto es que desde el siglo XI a.C. ya se observan cremaciones en nuestras costas del Sur; lo que hace pensar a algunos expertos que vineron unidas a los Campos de Urnas. Aunque otros autores (como el prof. Bendala) creen que la incineración llegó por mar, traída por gentes del Egeo, de Anatolia o de Oriente Medio. No vamos a entrar en discusiones que serían de una enorme dificultad resolver; pues personalmente creemos que la aparición de la cremación en tierras del Sur de Iberia puede deberse a ambas causas: A la expansión de los Campos de Urnas, pero a su vez a la llegada de precolonizadores marinos venidos desde el Oriente Mediterráneo. Ya que en los dos casos, la aculturación y adaptación a las gentes extranjeras, parece producirse sin luchas ni grandes traumas. Lo que nos hace pensar en un intercambio, más o menos pacífico y comercial, entre los antiguos habitantes peninsulares y los hombres de los Campos de Urnas; tal como sucedería con aquellos otros que llegaban en barco desde el Oriente mediterráneo.
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Pese a esas dos influencias, para consider el origen de la cremación en a Península, no habríamos de olvidar un último dato, como es el de la inclusión de nuestras costas del Oeste en el “círculo atlántico”. Zona que comprende la “unión por mar” durante el Bronce Atlántico, llevada a cabo milenios y navegando desde el Norte de Europa a las Islas Británicas y de estas hasta Cádiz. Un “círculo cultural” en el que sabemos se practicaba el rito de cremación y de posterior entrega de los restos a las aguas. Tal como se hizo -al menos desde el 1700 a.C.- en el llano de Salisbury (Cornualles, junto a Stonehenge). Conociéndose que en las cercanías de ese cromlech -el más famoso del Mundo-, existió un espacio donde peregrinaban familiares del difunto, para incinerar sus restos y ofrecerlos a un pequeño río sagrado, que fluye cerca de Stonehenge (Avebury). Costumbres que -al parecer- se conservaron hasta las culturas castreñas del Norte de Iberia; que no seguían gran parte de los usos celtas. Pues entre las normas típicamente indoeuropeas, que no guardaban nuestra civilización de los castros; estaba la de navegar y viajar por mar -lo que apenas hacían las tribus de tronco indoariano-. Por lo que algunos grupos galos, irlandeses o ingleses (Vénetos, Gaélicos, Pictos o Scotos), afirmaban dominar el arte de fabricar y dirigir embarcaciones, al tener un origen distinto al de otros celtas. Pero, para completar las diferencias entre castreños e indoeuropeos, hay que añadir que los habitantes de esos poblados norteños ibéricos vivían en chozas circulares -no cuadrangulares, como los celtas- y también carecían de necrópolis de incineración. Suponiendo los investigadores, que entregaban al difunto a los ríos o al mar; seguramente una vez cremado (tal como se realizaba en las Islas Británicas desde tiempos de Stonehenge).
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De lo expuesto, deducimos tres tipos de ritos funerarios de cremación que existirían en el Bajo Bronce hispano: El importado por los Campos de Urnas; el de los pueblos orientales mediterráneos venidos por mar; y la exposición a las aguas, tras la incineración -del “círculo atlántico”-. Tres modos de cremar y verenar los restos del difunto, que pudieron pervivir durante la Primera Edad del Hierro y por lo tanto llevarse a cabo durante la etapa pretartessia y tartessia -en todo el área de esta civilización-. A ellas, se uniría después del 825 a.C. (17) la cremación e inhumación de tipo fenicia, y desde el 700 a.C. la incineración y entierro de tipo celtibérico; e incluso más tarde, ritos que importarían los griegos tras su aparición en nuestras costas del Levante (allá por el siglo VII a.C.). Toda esta amalgama sería lo que conformaría el mundo funerario tartessio -a mi modo de ver-; pues debemos considerar que en aquellos días la mezcla de gentes y culturas en nuestras tierras, debió de ser más que llamativa. Ya que la Península se convertiría tras la aparición del Hierro en Anatolia, en refugio de quienes huían de las crisis de Oriente Medio y de Egipto; que desde el siglo XIII a.C., se vieron sometidos al azote de los recién nacidos pueblos del Hierro. Gentes férreas y feroces, venidas del mundo hitita; armadas con un nuevo metal, mucho más duro que el bronce, más fácil de forjar, más barato y cuyos yacimientos podían hallarse por doquier. Algo que supuso como si actualmente un pueblo bárbaro y belicista, se hiciera con un arma superior a la bomba atómica. Ello fue lo que sucede en el siglo XIII a.C. en Anatolia; y desde aquel entonces las guerras y crisis de Oriente Medio, del Egeo o de Egipto, se sucedieron una tras otra. Principalmente con las luchas de los Pueblos del Mar; gentes expulsadas por las crisis del Hierro en Anatolia, organizadas como hordas marinas que buscaban un territorio donde asentarse. Llegando algunos a tierras de lejano Occidente (Cerdeña, Sicilia, Iberia etc), otros estableciéndose en zonas de Palestina o Líbano; mientras muchos luchaban ya contra Ramsés III, logrando en el siglo X a.C. conquistar parte de el Nilo (tanto que poco después tuvieron un faraón de esta étnia, llamado Sesonq I).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Castro de Santa Tecla y sus cabañas de planta oval. Tal como hemos dicho, los pueblos del “círculo atlántico” conservaron costumbres absolutamente ajenas al mundo celta. De este modo, aunque se quiera incluir entre los indoeuropeos, a las culturas castreñas del Norte de España; hay varios hechos que nos impiden aplicarles esta clasificación definitiva. El primero es que los celtas apenas navegaban, ni eran amantes del mundo marino (no se alimentaban de pescado, ni menos de crustáceos, tal como lo hacían las gentes castreñas). El segundo y muy importante, es el trazado de las casas en los poblados norteños de Iberia; con planta redonda, de tipo megalitista y común en el Bronce peninsular. Un “urbanismo” absolutamente ajeno la que seguían las tribus indoeuropeas -incluso, los fenicios-, que habitaban en poblados y hogares con traza rectangular. Por último, es un hecho crucial la inexistencia de necrópolis en las zonas castreñas; siquiera de alguna cista con cremación y enterramiento en urna, tal como sucede en todo el mundo celta (incluso en el celtíbero). Pues no se han hallado cementerios, ni ritos de incineración o inhumación, entre estos habitantes de los castros; todo lo que constituye un enigma sin resolver y una prueba de que el mundo castreño es más atlántico que indoeuropeo. Debido a que estos “supuestos celtas del Norte de España”; navegaban, se alimentaban de pescado, vivían en casas circulares y no cremaban a sus muertos (ni siquiera los enterraban). Todo lo que indica una religión, un modo de vida, unas costumbres funerarias y hasta una alimentación, ajena a la de los celtas.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: De nuevo, fotos del Castro de Santa Tecla y sus cabañas de planta circular. Mucho se ha escrito a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, acerca de las culturas célticas; deseando unir todas en una misma civilización, que los “sabios decimonónicos” denominaban indoeuropeas (olvidando que Grecia y Roma son tan indoeuropeos como los celtas). Incluso se les llamó “indogermanos”, haciendo ver que era Alemania el centro desde el que se irradiaba este mundo celta, que daría origen a los galos, los britanos, los gaélicos, los portugueses, los celtíberos y las culturas castreñas (conforme se dijo). Finalmente el “panceltismo” fue tan absurdo y racista, que apoyó ideas como las de Nietzsche acerca de la superioridad del hombre alemán. Llegando a mantener que el dolmenismo y el megalitismo, era la gran obra de este pueblo de tronco indoariano y cuyos orígenes debíamos situar en la antigua Germania. Poco a poco se fueron desmontando estas teorías pan-arqueológicas sobre los indogermanos, que llevaron a considerar razas superiores a sus descendientes (frente a otras inferiores, como las semitas y la judía). Y pese a que a finales del siglo XIX los sabios europeos aún afirmaban que dólmenes como los de Antequera, eran arquitectura celta; finalmente se supo que los megalitos tenían ya milenios cuando aparecieron los primeros celtas a actual Alemania. Del mismo modo ha sucedido con otros muchos mitos del panceltismo. Entre ellos, la joyería del Círculo Atlántico, que se ha demostrado data del Bronce Medio y Bajo; aunque estuvo enteramente vinculada al mundo indoeuropeo hasta no hace mucho -aunque esa orfebrería se fecha varios siglos antes de la entrada de los Celtas en la Europa Atlantica (sobre todo, en nuestras tierras)-.
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JUNTO ESTAS LINEAS: Una vivienda cuadrada en Santa tecla; los arqueólogos de nuestra época, cuando encuentran una vivienda con planta rectangular en los castros, consideran que puede ser ya de época romana. Pues es sabido que la forma de construir de los poblados norteños era igual a la del “círculo atlántico” (con casas ovales). Pese a ello, hasta hace no mucho, los castros estuvieron tan solo vinculados al mundo indoeuropeo. Cuando el “panceltismo” -referido en párrafos anteriores- impidió ver una realidad arqueológica, como fue la existencia de una Cultura Atlántica, unida y unificada por el océano, durante el Eneolítico y El Bronce. Donde los individuos comerciaban y se comunicaban durante miles años y se mantuvieron en conexión, con costumbres parecidas hasta la Edad del Hierro. Este es un hecho que se demuestra al observar la expansión de los megalitos en todo el área atlántica y las culturas paralelas, seguidas por gentes del Bronce en el litoral de la Baja Andalucía, Portugal, Galicia, el Cantábrico, la Bretaña francesa, las Islas Británicas y las costas del Norte de Europa. Pese a estas evidencias, que se manifiestan en el dolmenismo o en el Vaso Campaniforme (extendido por todo el área atlántica). El panceltismo no solo propició que se olvidase a los verdaderos constructores de los megalitos o a quienes divulgaron el Vaso de Campana; sino que además engulló como suya la cultura de Hallstatt y la de los Campos de Urnas. Pese a que las gentes indoeuropeas no se habían asentado en el centro de nuestro Continente, cuando ya Hallstatt había exportado el rito de enterramiento en urna -tras incinerar al muerto- a tierras de la actual Francia, España o Italia.
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Nuestras tierras desde el siglo XII a.C se convertirán en un refugio de los huidos de la “crisis del Hierro” en Oriente Medio; pero además, por su buen clima y la riqueza de sus minas, debió de ser considerada un paraíso. Un Jardín de las Hespérides al que dirigirse, para escapar de las continuas conflagraciones entre los ejércitos del bronce y los férreos (guerras entre las que debemos destacar la Guerra de Troya). Ello unido a su situación al extremo Occidente -en el fin del Mundo antiguo- la hará ser concebida como la entrada al “Hades”, el comienzo del reino de los muertos (nuestro cielo cristiano); donde se situarán Las Hespérides, sus manzanas de oro y el lugar en que habitan los dioses. Aunque la fama de una Iberia Elisea, que luego recogen los mitos grecorromanos, principalmente nacerá por la proliferación de minas de cobre y estaño en su “brecha” Oeste (desde Rio Tinto a Galicia); a las que se unían los enormes yacimientos de oro y plata del área atlántica (Sur de Portugal, Duero, Orense, Asturias y etc). Por cuanto exponemos, hemos de considerar nuestra Península durante la Edad de Bronce Bajo, como lo que hoy puede ser Kuwait o los países del Golfo Arábigo; donde los buscadores de riquezas hallaban las mejores oportunidades.
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Cuanto hemos expresado acerca de la antigua Iberia, atraería a gentes de todos los lugares del Mediterráneo y de las tierras más lejanas. Quienes primeramente vinieron buscando ámbar y oro (ya en el V y IV milenio a.C.); pero que desde el VI y III milenio se vieron obligados a llegar hasta el “círculo atlántico” para obtener cobre y luego estaño: Materias primas para fabricar cualquier herramienta (sin las que ninguna civilización sobrevivía por entonces). De tal manera y sabiendo que las mayores minas cúpreas y cassitéricas, cercanas al Mediterráneo, se hallaban en la costa Atlántica española. Provocaría que tras descubrir estas, se llegase pronto a los riquísimos yacimientos portugueses o a los Galicia, para hallar más tarde los del Cantábrico, los de la Bretaña Francesa y finalmente, los grandes filones de las islas Británicas. Por cuanto no solo hemos de suponer que existía un “circulo atlántico” unido en sus costumbres y usos; sino que -además- ese “círculo atlántico” fue el mayor proveedor de metal y riqueza para las civilizaciones del Mediterráneo, durante toda la Edad del Bronce. Hasta donde llegarían cada verano, naves venidas del lejano Oriente (Anatolia, El Egeo, Creta, Chipre, Hebla, Biblos etc); buscando las materias primas por entonces más imprescindibles para subsistir (el estaño y el cobre). A su vez, también hemos de añadir, que la expansión por nuestras tierras de los Campos de Urnas, tendría una historia paralela. Estableciéndose como gentes llegadas hasta el extremo Occidente huyendo, pero en gran parte buscando metales. Hechos que pudieron transmitirnos el rito de cremación, traído por infinidad de gentes e instituido por múltiples influencias.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos fotografías de AguaSal, población vallisoletana en las cercanías de FuenteOlmedo; donde se encontró una de las más importantes tumbas campaniformes. En la excavación de la fosa de Fuente Olmedo, participó el profesor Germán Delibes, quien afirma que las gentes de esta cultura del “vaso acampanado”, tuvieron gran interés por los puntos donde había sal. Argumentando que probablemente, hace miles de años, este pueblo hoy llamado Aguasal, fuese una gran salina. Ello explicaba el hallazgo de la la tumba de un jefe de etapa campaniforme en Fuente Olmedo (apenas a unos cinco kilómetros); enterrado junto a sus cerámicas y enseres personales (19) .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos imágenes de la cultura Campaniforme. Al lado, algunos de los enseres que portaba el “jefe de etapa campaniforme” cuya tumba fue hallada en Fuente Olmedo (cerca de Aguasal). En primer lugar, observamos su diadema de oro (cinta que portaba sobre la cabeza) y detrás un puñal (de bronce muy arsenicado), junto a un brazal de arquero y una punta de flecha en piedra. Como vemos, ya durante el Campaniforme (desde el 2800 al 1800 a.C.) se llevaba a cabo la inhumación fuera de dólmenes o tholos -no como se había hecho hasta entonces, tratando al difunto cual vivo y trasladándolo a una gran cámara mortuoria-.Pero se tardará varios siglos hasta que lleguen a nuestras tierras los ritos de cremación, que comienzan a expandirse entre el 1200 y el 1100 a.C. (procedentes de Halsstatt y difundidos por las gentes de los Campos de urnas). Pese a ello, entre las culturas del “Círculo Atlántico”, parece que se pudo realizar un tipo de incineración desde tiempos ancestrales; entregando los restos del finado a las aguas (o a la Naturaleza). Tal como sucedía en las inmediaciones de Salisbury, junto al famoso Stonehenge; donde desde el 1700 a.C. cremaban cadáveres para echarlos a un riachuelo cercano (Averbury). Estas, parecen haber sido las costumbres que guardaban los habitantes de los castros norteños, hasta la llegada de los romanos; tal como finalmente determinaron los arqueólogos, al no hallar sus necrópolis con urnas (intentando adscribirlos al mundo puramente celta).
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Tanto fue así, que el magnífico García y Bellido, todavía en 1968 (20a) , consideraba que los edificios hoy catalogados como “saunas de los castros”, eran posibles cámaras y hornos para llevar a cabo las cremaciones. Pese a ello, actualmente todos los expertos reconocen que nada se sabe acerca de las costumbres funerarias de la civilización castreña; mencionando la posibilidad de una cremación y una posterior exposición al mar (o a los ríos), aunque también dejan abierta la hipótesis de la exposición a las aves carroñeras. Pero -personalmente- no estamos de acuerdo en este último punto, ya que las culturas actuales que siguen el uso funerario de dejar engullir a las aves y animales carroñeros sus difuntos (como los Parshis en la India o en el Norte de Nepal); solo abandonan los huesos cuando el finado ha caído en batalla (tal como hacían los celtas). Pero en caso de exposición por muerte natural, se recogen finalmente los restos del fallecido que los animales no devoran; para ser partidos en trozos y enterrados en una urna (tal como sucede normalmente en la cremación). Por todo ello, creemos que los ritos que siguieron los habitantes de los castros del Norte de España y de Portugal, se relacionarían más con los de la Edad del Bronce en el círculo Atlántico; incinerando al difunto y esparciendo luego sus cenizas en los ríos (o en el mar) -acerca de lo tratado ver citas (20b) y (20c) -.
Abajo, vasos “acampanados” hallados en Palencia, tal como los muestra actualmente el Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos fotografías tomadas en el Museo Arqueológico nacional (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Al lado, una reproducción de tipo de enterramiento argárico (entorno al 2000 a.C.), en una cista bajo la casa, tal como se inhumaba en esta cultura paralela al Campaniforme -que descubrió Luis Siret en el sigo XIX-. Abajo, hallazgo de la Ría de Huelva, con numerosas armas de la Edad del Bronce Bajo (entorno a los siglos XI al IX a.C.). Hasta hace poco tiempo el famoso “hallazgo de la Ría de Huelva” se consideraba simplemente un cargamento de espadas y lanzas, que volcaría en esta zona de mar, antes de llegar a su destino. Años más tarde se comenzó a cambiar de hipótesis (dada la profundidad del lugar y las distintas dataciones de las armas), hasta que hoy en día se considera producto de un ritual de entrega a las aguas, de puñales, espadas y lanzas. Una ceremonia sagrada que se cree pudo estar ligada a las funerarias, pensando los arqueólogos que “esta exposición” del muerto al río, iría acompañada con la entrega de sus ajuares militares. Modos fúnebres quizás seguidos en todo el “círculo atlántico” y que explicarían la inexistencia de necrópolis en los castros norteños; además de su relación con fórmulas ancestrales de cremación y entierro en Stonehenge y otros megalitos británicos.
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B-2 ) Sobre la permanencia de los ritos funerarios milenarios de la Península:
Otro de los problemas al que nos enfrentamos cuando queremos tratar sobre el mundo funerario tartessio y pretartessio, es la permanencia de ciertas costumbres ancestrales, en esta zona del Sur Peninsular. Donde sabemos, por múltiples yacimientos, que el mundo del cobre y del Bronce estaba unido a la inhumación colectiva en cavernas naturales o artificiales (como en la cueva de Menga o en la de los Murciélagos). Unos modos que parece no se abandonaron del todo hasta a segunda Edad del Hierro; pero que ya se observarán en el VI milenio a.C. en zonas de Almería y Huelva, desde donde se extendieron por toda la Península con la difusión de los megalitos (ver mapas abajo). Así pues, desde el V milenio y hasta la llegada del Bronce Primero a la Península, con la expansión del Vaso Campaniforme (entorno al 2800 a.C.); los ritos funerarios peninsulares estuvieron ligados por un lado al dolmenismo y por otro, a la Cultura de los Millares (que da comienzo al Cobre). Los Millares se inicia desde el 3500 a.C. y en su área de influencia -Álmería, Sur, y Este peninsular- se enterraba en “tholos” comunes; hipogeos hechos en piedra y adobe, imitando dólmenes (donde se inhumaban entre cien y veinte individuos).
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Estos copiaban los ritos del megalitismo, que se extendió desde el V milenio, por todo el área cercana al Atlántico, Portugal, Sur de Andalucía, el Cantábrico y hasta el centro peninsular. Generando costumbres funerarias que serían heredadas por culturas muy posteriores, donde se inhumaba a ciertas castas o a grupos -seguramente de mando-; en cuevas artificiales construidas con enormes piedras. Quienes, a modo de “faraones”, fueron enterrados en esos dólmenes ciclópeos, utilizados en ocasiones durante varios siglos (existiendo casos de los túmulos usados de modo continuado durante más de quinientos años). Aunque estas civilizaciones propiamente occidentales (Los Millares y el megalitismo), se desvanecen en la Península entorno al 2800 a.C.; cuando da comienzo el Bronce Pleno en nuestras tierras. A mi juicio debido a la época paralela y coincidente con la creación del Egipto Dinástico; momento en que hemos de suponer que los habitantes del Nilo y de Mesopotamia, necesitaron cobre y estaño en grandes cantidades. Llegando -de seguro- por entonces hasta nuestras costas, los mercaderes de metales ligados al faraón y a las civilizaciones del Tigris y el Eúfrates (cretenses, heblitas, giblitas, chipriotas etc). Provocando una nueva fase del Primer Bronce peninsular, que emerge desde Almería y se extiende por toda Europa, difundiendo la cultura del Vaso Campaniforme.
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La nueva civilización, llamada Campaniforme, distribuyó por todo el Continente europeo este tipo de cerámica (con forma de campana) y su enorme eclosión se debió -a mi entender- al intercambio de metales del Atlántico, trocados por mercancías del Mediterráneo (en especial, abalorios, cuerdas, objetos de esparto, mimbres, cueros, utensilios y etc). Como hemos dicho, la cultura campaniforme era ajena a la dolménica, por lo que aunque reutilizó en muchos casos estos cenotafios para inhumar sus difuntos; se observa en su etapa cierto vandalismo hacia los megalitos y sus verdaderos “moradores”. Destruyendo y transformando las gentes del Campaniforme esas grandes tumbas, para reemplazarlas o construirlas de otro modo; actuando en ocasiones como nuevos dueños del dolmen, pero perdiendo gran parte de su sentido original. Pese a todo, los hombres del Campaniforme instituyeron unos nuevos usos funerarios, entre los que destacó el enterramiento en fosa (individual y colectiva). Pero a pesar de ser muy diferentes a los que antes habían vivido en nuestras tierras, convivieron bien con las gentes unidas al dolmenismo y a Los Millares (cuyo centro de difusión desde el 3500 a.C. había sido también Almería). Por cuanto, los rituales de inhumación entre estas culturas; en ocasiones se parecieron mucho. Aunque se hizo ya común el uso de fosa o cista rodeada de piedra entre los del Campaniforme; como podemos comprobar en los establecimientos de La Meseta (en especial en zonas con esparto, como Ciempozuelos). Donde nos muestran que el enterramiento común era en fosa -única o colectiva-, en la que dejaban al reyezuelo o a las personas de importancia, junto a sus enseres y jarros (después de haber libado en ellos bebidas alcohólicas obtenidas del cereal).
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba dos mapas que ya hemos publicado, para contrastar el megalitismo y los recursos minerales de la Penísula Ibérica. A la izquierda, mapa trazado por mí, siguiendo a Kalb y con la situación de los megalitos. A la derecha “Recursos minerales de la Península Ibérica”, tal como los publica Marisa Gálvez-Priego en su magnífico libro LA EUROPA ATLÁNTICA EN LA EDAD DEL BRONCE (Barcelona 1998, pag 13 agradecemos a la autora, nos permita divulgar su mapa de minas en la Iberia antigua). Si realizamos un paralelismo de lugares donde aparecen los megalitos y donde se sitúan los recursos minerales, observaremos que el dolmenismo fue una civilización nacida para el ámbar el oro y la plata (primeramente) y unos milenios más tarde para el cobre y el estaño (imprescindibles para el bronce).
Abajo, otros dos mapas míos que ya hemos publicado y donde recojo la expansión del Vaso Capaniforme, junto a las rutas para la búsqueda del ámbar y metal, desde el Eneolítico hasta la primera Edad del Hierro. A nuestra izquierda, la difusión de Vaso Campana y los yacimientos de cobre y estaño (lo que demuestra que el Campaniforme avanzaría buscando materias primas para el bronce). A la derecha, las minas de oro, plata, cobre, estaño y cinabrio; junto a las rutas de búsqueda de metales (desdel el V al I milenio a.C.).
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JUNTO ESTAS LINEAS: Vasos Campaniformes, procedentes de Purchena (Granada) fechados en el Bronce Antiguo, propiedad del Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Observemos estas piezas cerámicas, pues van a ser muy parecidas a las que encontraremos en cistas y yacimientos unidos a las famosas Estelas Alentejanas (tal como más abajo veremos).
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba, mapa de la difusión de los enterramientos durante final de la Edad del Bronce; tal como lo exhibe actualmente el Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). En el área de los Campos de Urnas, figura solamente la zona de Levante Norte y más concretamente, de Cataluña (Agullana, Can Misert y Roqiozal de Rullo) ). El de Cogotas I comprende la Meseta (con los yacimientos de san Román de Hornija, El Berrueco, Cogotas, y Areneros del Manzanares). En el “Bronce Final del Sureste”, recoge los de Murcia, Almería y Granada (Peña Negra, Qurénima, Cerro de la Mora). Por último, en el “círculo atlántico” tan solo aparecen mencionadas la necrópolis de Huelva y las del Sur de Portugal (Baioes, Moreirinha, Pragança, Roca do Casal do Meio). Es de destacar en en el mapa, habla del “bronce atlántico” como un área de carácter unitario, cuyas influencias bajan por el océano; desde Galicia y el Cantábrico, hasta Portugal y Huelva.
Abajo: De nuevo otros dos mapas míos que ya habíamos divulgado. En el de la izquierda se observan los yacimientos de ámbar, oro, plata, estaño, cobre y cinabrio; junto a las rutas en su búsqueda desde el V milenio a.C.. En el de la derecha tenemos la difusión de los megalitos, conforme a milenios y etapas. Vemos que durante el V y IV milenio a.C. aparece arquitectura ciclópea en zonas ricas en ámbar (primero); pero más tarde, en oro y plata. Aunque desde el III milenio a.C., el dolmenismo creció especialmente entorno a las minas de estaño y cobre. A mi juicio porque quienes divulgaron esta cultura (desde el 2800 a.C. -comienzo del Campaniforme-) principalmente buscaban materias primas para fabricar bronce.
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La cultura de Los Millares, que había nacido unida al cobre, desapareció de modo bastante rápido hacia el 2200 a.C.; cuando en la misma zona, se inicia el fenómeno que conocemos como El Argar. Esta nueva civilización originada también en las costas de Almería, se produce a mi juicio tras la caída del Imperio Antiguo en Egipto y es el antecedente que marcará la paulatina desaparición del Campaniforme, que solo perdurará hasta el 1800 a.C.. Así pues, desde la decadencia y fin de los Millares (2200 a.C.) y el nacimiento de El Argar, ya nos vamos a encontrar con cuatro ritos de inhumación diferentes en la Península:
-Primero, el enterramiento colectivo en cuevas naturales y artificiales (en uso desde el V milenio a.C.); seguida por los descendientes de las culturas dolménicas o como imitación, llevada a cabo por las gentes hasta más allá del Campaniforme.
-En segundo lugar, la inhumación de Los Millares (3500 a.C.) en Tholos, copiando dólmenes con grandes cuevas-cabañas, construidas con piedra y adobe. Un rito muy cercano al megalitista y donde el muerto sigue siendo tratado como “vivo” (no enterrado, sino introducido en una “nueva vivienda”)
-En tercero, la fosa individual o colectiva, usada ya por los del Campaniforme que asimismo conviven con la imitación y reutilización de cuevas artificiales o de dólmenes. Todo lo que nos hace ver que convivían ritos del megalitismo y Los Millares, con los propios; unidos a la inhumación en fosa.
-Por último y cuarto, desde el 2200 a.C. se expanden las cistas individuales, en cementerios dentro o cerca del poblado; tal como impone El Argar (que llega a enterrar bajo las casas). Pese a ello, esta última Cultura también decae entorno al 1400 a.C. y desaparece, dejando paso al Bronce Bajo (o final) -seguramente por repercusión de las crisis del Hierro en Oriente Medio-.
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Durante el Bajo Bronce, veremos de forma alternativa en el área de Tartessos todos los modos funerarios que anteriormente existieron en Iberia: El dolmen, el hipogeo colectivo, la fosa (común e individual), el cementerio de cistas y la cista incluso bajo el suelo de la cabaña. Aunque a ellos se unirán rituales de cremación, al menos desde el siglo XII a.C., cuyo origen no podemos determinar bien. Pues poco después de la desaparición de El Argar (hacia el siglo XII a.C.) entrarán los Campos de Urnas, expandiéndose desde el Pirineo, avanzando por el Este y llegando pronto hasta Murcia y Castilla La Mancha. Pero a su vez en estos años, vendrán por mar a las costas del Sur peninsular (y a las del Atlántico) precolonizadores protoindoeuropeos; pueblos arribados de Cerdeña, Sicilia, El Egeo, Oriente Medio, Creta y Chipre (donde también se daba la cremación e igualmente buscando refugio y los metales de la rica Iberia). En este caso, las mencionadas incursiones de los Campos de Urnas y de los precolonizadores llegados por mar, no dejan rastro de invasión, ni evidencias de grandes luchas; pudiéndose haber importado el nuevo rito de cremación unos u otros, indistintamente. Por mano de esas gentes que enterraban en urnas o bien por influjo de los expedicionarios mediterráneos anteriores a los fenicios. Aunque en todo ello, no hemos de olvidar el “círculo atlántico”; donde desde tiempos ancestrales se practicaba un tipo de cremaciones, exponiendo después a las aguas los restos del difunto.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Entrada e interior del precioso Museo Arqueológico y Regional de Beja (Portugal). Situado en el antiguo convento de Nuestra Señora de la Concepción; es uno de los más bellos, que podamos ver en la península Ibérica (junto al de Guimaraes). Su ubicación en este monasterio franciscano que la reina Leonor abrió hacia 1459, le confiere un misterio y un encanto inigualable. En su interior podremos disfrutar de la maravillosa azulejería lusa, de obras barrocas y del arte de su época (el Manuelino). Asimismo, está habilitado como museo arqueológico, creando un entorno bellísimo para las piezas que allí se exponen (desde la Edad del Bronce a esculturas romanas) .


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BAJO ESTAS LÍNEAS: Las cuatro estelas alentejanas de la Edad del Bronce, que se exponen en el Museo de Beja. Agradecemos a esta institución, nos permita divulgar las numerosas fotografías que hemos tomado en su interior; para lo que nos dieron todas las facilidades e información.
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SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Fotos del Cabo de Sagres, en el Sur de Portugal. Uno de los puntos más sagrados desde la más remota antigüedad, esa enorme “punta” fue denominada por los escritores antiguos el HIERON AKROTEION (Promontorium Sacrum). En este lugar dice Lucio Aneo Floro, que al ponerse el Sol entraban las aguas en llamas; quizás refiriendo la belleza y colorido de los ocasos, aunque hemos de pensar que algunos creían que desde aquí el astro rey se introducía en el mar, para regresar cada amanecer por el lado opuesto (saliendo por el Este y muriendo en el Oeste). Asimismo, en este Hieron Akroteión -que algunos expertos identifican también con el Cabo de Roca o hasta con el de Finisterre, gallego-, se sabe que existía un culto al sol y a los dioses, diciéndonos Estrabón que hasta allí se acercaban los peregrinos para llevar agua y libar sobre las losas. En imágenes: Arriba, la zona Sur de Sagres, antes de girar el cabo hacia el Oeste; se trata todavía de payas más o menos tranquilas y una costa navegable. Al lado, los enterramientos y túmulos megalitistas junto al cabo de Sagres. Se hallan aproximadamente, dos kilómetros antes de llegar a las playas y sobre un monte desde el que se divisa el mar..
Abajo, el escarpado Cabo de Sagres, con sus tremendas rocas y acantilados. Del lado opuesto, goza de unas tranquilas bahías, donde poder embarcarse -tal como vemos en fotografía superior-. Esta zona era muy rica en estaño, uno de los metales más preciados durante la Edad del bronce; existiendo importantes yacimientos de casiterita entre Raposeira y el mar (apenas a seis kilómetros de Sagres). Por todo ello, no es extraño pensar que fuera uno de los lugares primeramente visitados por los buscadores de mineral para el bronce y que más tarde se convirtiera en un punto sagrado. Pues desde aquí comenzaba el Atlántico Oeste, la cara occidental peninsular, que comprende desde Portugal a Galicia; cuya navegación era muy compleja. Ya que para embarcarse en el verdadero océano habían de tener enormes conocimientos del medio y barcos pesados; con quilla profunda y fabricados en roble (muy distintas a las ligeras naves mediterráneas). En las cercanías de Sagres se han hallado Estelas Alentejanas y Tartessias, aunque estos acantilados que vemos quizás nos hablen de un “modo” de exposición de cadáveres al medio natural. Probablemente lanzando al difunto desde las rocas (exposición a las rocas), tras ser cremado o bien entero -como resulta común en muchas culturas marineras, que entregan el cuerpo del difunto al mar-.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Fotos del Cabo de San Vicente, visto desde Sagres. Al lado, playa con un islote, que quizás se trata del que menciona Estrabón cuando narra como los habitantes de la zona peregrinaba hasta este lugar, para rendir culto a sus dioses. Escribiendo el historiador heleno, que frente esa punta sagrada denominada Hieron Akroteíon, se reunían los fieles para llevar agua y aceites; describiendo Artemidoros que su imagen parecía la de una gran nave, por cuanto nos dice Estrabón: no hay allí ningún templo de Heraklés, como falsamente afirmó Éphoros, ni ningún altar dedicado a él ni a ningún otro dios, sino piedras esparcidas por doquier en grupos de tres o cuatro, las cuales, según una antigua costumbre, son vueltas del revés por los que visitan el lugar y después de ofrecida una libación reintegradas a su postura primera. Y no está permitido ofrecer sacrificios ni aun estar allí durante la noche, pues dicen que los dioses lo ocupan en aquellas horas. Los que van a visitarlo pernoctan en una aldea próxima, y después, de día, entran allí llevando consigo agua, ya que el lugar no la tiene” (21) . En esta descripción del historiador griego -que ampliamos en nuestra cita anterior-, observamos que el punto que más encaja con cuanto los antiguos narran sobre el Hieron Akroteion, sería el Cabo de San Vicente. Coronado por un islote en su extremo final, donde quizás peregrinaban quienes se aproximaban hasta allí para realizar las libaciones y el volteo de piedras.
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B-3) El problema de las Estelas Alentejanas: Su relación con las estelas del Sudoeste y con las crisis del Oriente Mediterráneo:
Otro de los grandes enigmas de Tartessos y del tiempo anterior a este son sus Estelas; unas consideradas pretartessias (llamadas Alentejanas) y otras clasificadas como propiamente de época y denominadas “Extremeñas”, “de guerrero”, “del Sudoeste” etc. Las primeras actualmente se datan en un tiempo anterior al siglo XII a.C., por lo que están desclasificadas como coetáneas a la civilización del Bajo Guadiana y Valle del Guadalquivir. Debido a ello, se denominan “Alentejanas” o “Estelas portuguesas de la Edad del Bronce”. Las segundas losas son las llamadas “Estelas del Sudoeste”, “Extremeñas” o bien directamente “tartessias”, y se fechan entre los siglos XI al VI a.C.; considerándose estrechamente unidas a esa cultura -que el mito recordó como el reino de Arganthonios-. En siguientes artículos hablaremos extensamente de las lajas de periodo tartessio, tan importantes para el mundo funerario del Primer Hierro en la Baja Andalucía; pero en este epígrafe deseamos a entrar en profundidad en algunos aspectos de sus antecesoras: Las estelas alentejanas.
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La datación de estas refinadas losas halladas en el Alentejo portugués, se ha venido realizando en forma inversa al curso del tiempo; es decir, se han fechado considerándolas como anteriores a las tartessias. De ese modo, conforme se catalogaban en un tiempo más antiguo las “Estelas Extremeñas” (o del Suroeste); a su vez, se iba atrasando la filiación de las alentejanas. Por cuanto, en un principio se pensó que las de la Edad del Bronce eran de los siglos XII al IX a.C. y las de Tartessos comprendían un arco entre el IX al V a.C.. Aunque progresivamente se ha ido dando más antigüedad a unas y otras, hasta determinar en nuestros días (conforme a C-14) que las Estelas Alentejanas deben fecharse entre el siglo XVI y el XII a.C. (18) -mientras las Tartessias se encuadran del XI al VI a.C.-. Así, las fechas que nos aportan las últimas excavaciones -a mi juicio- pueden hacernos pensar que las refinadísimas Estelas del Alentejo, procedan de las crisis y sucesos que se producen en el Mediterráneo Oriental entre los siglos XVI al XII a.C.. Me refiero concretamente a la caída de los Hicsos en Egipto, la creación del Imperio Nuevo, su declive y su final; una etapa que comprender del 1580 a.C., hasta el 1085 a.C..
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Como repetidamente hemos relatado, la entrada de los Hicsos en Egipto se debió -en mi teoría- a la llegada hasta las inmediaciones del Nilo de gentes que escapaban del volcán Tera Santorino en Creta (cuya caldera revienta repetidamente desde el 1680 a.C.). De tal modo, desde esta fecha -en que se destruye la zona del Tera, frente a Cnossos-; múltiples pueblos emigrarían hacia el Sur; huyendo desde la costas de Anatolia, El Egeo y principalmente de las isas cretochipriotas. Estableciéndose primero en Canaán y aliándose con los habitantes de esta zona, para invadir Egipto posteriormente (desde el 1650 a.C., aproximadamente). Apareciendo en la desembocadura del Nilo, cuando había sido casi abandonada por los súbditos del faraón, tras los sucesos terribles del Tera; al ver los habitantes del delta el Mediterráneo con enormes nubes de ceniza, años sin verano y sucesivos maremotos. En este momento de crisis debido a las erupciones del cráter cretense, entrarían los llamados Hicsos al Nilo (gentes que huyeron del volcán); quienes se instauran como faraones en Avaris, creando palacios que bien parecen los minóicos de la época. Imponiendo allí una dinastía bárbara, con el apoyo de las tribus beduinas del desierto, que les ayudarían a establecerse en esas tierras nilotas (los que más tarde conoceremos como judíos e israelitas). Pero entorno al 1550 a.C., los reyes hicsos son vencidos por los verdaderos egipcios, que suben reconquistando el delta, desde el Sur (Tebas, la actual Luxor); donde se habían refugiado ante el miedo a los sucesos del volcán cretense. De estos hechos sabemos que los reyes y las élites hicsas escapan del asedio de los faraones y se establecen en tierras fronterizas (la posterior Israel), creando un nuevo reino y levantando palacios en lo que luego serán ciudades como Jerusalén, Megido, Samaria y etc . Asimismo se piensa que es por entonces cuando gran parte de la burguesía y burocracia que acompañaba a los Hicsos, cae presa de los faraones (esclavizando a los que conoceremos más tarde como judíos). Sea como fuere, desde el 1550 a.C. (al menos) se inicia el Nuevo Imperio; una de las fases de mayor grandeza de Egipto y que creemos pudo traer influjos y gentes hasta el Sur de Portugal, buscando los enormes yacimientos de oro y plata que por entonces había en esta zona.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, de nuevo, mapa del reino Hicso de Avaris, en el delta del Nilo y del posterior reino Hicso, en el Sur de Oriente Medio (el mapa que ya hemos publicado, lo he realizado desde el que contiene el libro “Por los caminos de la Biblia” -Barcelona 1967; pag.86- de M. J. STEVE, a cuyo autor agradecemos nos permita divulgarlo deeste modo). Los líderes y jefes hicsos, parece que en su mayoría pudieron ser cretochipriotas huidos de sus tierras, arrasadas por el volcán Tera-Santorino desde el 1680 a.C. -un hecho que afirmamos tras ver las últimas excavaciones de Avaris y observar que los palacios hicsos eran iguales a los minóicos-. De este modo, escapando del Tera-Santorino alcanzarían las zonas del actual Israel, donde se asentarían y pactarían con sus habitantes (por entonces tribus beduinas dedicadas al comercio entre Mesopotamia, Egipto y Anatolia).
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Poco después y al observar que los egipcios -en una gran mayoría- habían abandonado el delta del Nilo, por temor a los años sin veranos, continuos maremotos, a los gases y las piedras lanzadas por el estallido del volcán de Creta. Se darían cuenta que podrían conquistar el Norte de Egipto, apenas sin fuerza; estableciéndose en el delta como una nueva dinastía, desde el 1650 a.C.. Fundaron su capital en Avaris (a orillas del Nilo) y parece que utilizaron como burguesía y apoyo a las tribus principales que habitaban hasta entonces el Sinaí y Canaán (lo que más tarde denominaremos judíos o israelitas). Odiados por los verdaderos egipcios, al ser considerados los Hicsos extranjeros que corrompían su religión y costumbres; fueron expulsados entorno al 1580-1550 a.C., tras regresar los ejércitos del faraón al Norte y guerrear duramente para reconquistar todo el antiguo reino. Después de ello, los gobernantes hicsos se establecen en tierras fronterizas con Egipto (al Norte del Sinaí), apoyando a sus habitantes para que no les invadiera el faraón; fundando algunas de los centros urbanos que poco más tarde serían las más importantes ciudades de Israel. Aunque también hemos de pensar que muchos de ellos huirían hacia el Occidente extremo y otros regresarían a su antiguo lugar de procedencia (Creta y Chipre).
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Abajo, imagen de la página 51 del libro ELUONDA (Agios Nikolaus-Spinalonga) de Manolis Makrakis (Herakion, 1994) en la que vemos algunos enseres pertenecientes al periodo cretense Neopalacial, que coinciden con la estética y linea de los objetos representados en las Estelas Alentejanas. Observemos el trabajo de las vasijas en piedra, tanto como el diseño de las hachas dobles, que identifico como parecidas a las hoces dobles o “idolos ancoriformes” que proliferan en todas las losas del Alentejo. La datación del periodo Neopalacial es paralela a la de las Estelas del Bronce luso; comenzando en el 1650 a.C., pero comprendiendo su esplendor realmente desde el 1550 al 1100 a.C.. Estas etapas del Neopalacial, igualmente se identifican con la creación del reino Hicso (1650-1550 a.C.) y la del Imperio Nuevo de Egipto (1550-1085 a.C.).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos fotografías tomadas en el Museo Arqueológico Nacional de Heraklion (Creta) -al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imagenes-. Al lado, una lámpara ritual en mármol minóica, perteneciente al periodo neopalacial; hallada en Pseira y fechada entorno al 1500 a.C.. Si observamos su talla pétrea nos daremos cuenta del parecido con el trabajo en piedra de las estelas alentejenas de la Edad del Bronce. Abajo, el autor de este blog, tomando fotos en el Museo de la capital cretense.






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JUNTO ESTAS LINEAS: Lámpara tallada en piedra, de periodo Neopalacial -siglo XVI a.C.- expuesta en el Museo cretense de Rethimnos (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Observemos el parecido de su trabajo con el de las losas alentejanas de igual época.












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JUNTO ESTAS LINEAS: Vitrina del Museo de Rethimnos (Creta) -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)- con diversos enseres de época neopalacial. Observemos el parecido en diseño, de los puñales y cuchillos minóicos, con muchos de los que aparecen en las estelas alentejanas y en las posteriores tartéssicas. En ellas figura -en ocasiones-, un tipo de cuchillo semejante al actual de carnicero (de grandes dimensiones) que es típicamente minóico -ver en la imagen-.
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JUNTO ESTAS LINEAS: Vitrina del Museo de Herakion (Creta) -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)-, con diversos objetos rituales y de vajilla, fechados en periodo palacial. En la fotografía tenemos un gran ánfora, junto a copas y un jarro, hallados en Zakros, datados entre el 1400 y el 1200 a.C.. Ponemos estos enseres como ejemplo de talla y moda de esculpir la piedra, que pudiera relacionarse con las referidas losas alentejanas.

ABAJO: Vitrina del Museo de Herakion (Creta) -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)-, con diversas hachas dobles votivas fabricadas en oro -aprecidas en los templos minóicos neopalaciales-. Este diseño del Labrys o doble bibenna, sagrada en la Creta Antigua, puede relacionarse con el arma o ídolo del doble áncora (aguja, desjarretador, o podón); que aparece profusamente en las losas alentejanas y en algunos ídolos del Bronce Bajo peninsular.
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Las crisis descritas anteriormente, provocadas por el estallido del Tera y que -a mi juicio- promueve la creación del reino Hicso en Egipto (desde el 1650 al 1550 a.C. -aprox.-) y el posterior nacimiento del Nuevo Imperio faraónico (1580-1085 a.C.). Determinarán etapas en otras zonas del Mediterráneo, como en Creta; generando el Neopalacial, que comienza en el 1650 a.C. (tras la destrucción de la isla, que arrasa toda contrución); pero que culmina con el inicio del Micénico, también llamado Minoíco Tardío (I-A), que se produce en el 1550 a.C.. Esta fase Neopalacial micénica cretense, tiene una fase de mayor esplendor, denominada Postpalacial (periodo de Cnossos) también llamado Mióico Tardío (III-B) que comprende entre el 1300 y el 1190 a.C.. Aunque a comienzos del siglo XII a.C. ya se advierte en tierras cretenses y en sus alrededores cierta inestabilidad debido a la presencia de hordas armadas con el nuevo metal (el Hierro). Quienes desde este siglo y hasta el X a.C. irán realizando incursiones, hasta acabar con el imperio y la cultura minóica. Conquistando Creta, los hombres del Hierro y anulando su civilización originaria, entre los años 1100 y el 1000 a.C..
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Ya hemos visto que las etapas del minóico -antes descritas- coinciden plenamente con las del reino Hicso y del Imperio Antiguo egipcio, que comienza a mediados del siglo XVI a.C. y entra en declive en el XII a.C. (finalizando entorno al 1080 a.C.). Así pues, conociendo que Creta y Egipto eran por entonces las élites del mundo Antiguo (lo que hoy pudieran ser Estados Unidos y Europa); podríamos intuir que esas fases faraónicas y minóicas, debieran haber afectado a todo el Mediterráneo -especialmente a puntos donde se obtenía el metal para fabricar joyas o armas-. Por lo que, realizando un paralelismo entre lo que sucede en el Oriente y lo que observamos en el Occidente remoto; veremos que lo expuesto se ajusta también con las dataciones y cambios de las estelas peninsulares -antes apuntadas-. Consecuentemente, conforme sabemos por últimas excavaciones, el inicio de las losas alentejanas hemos de fecharlo al menos en el 1550 a.C. -ver cita (18) - y su final se calcula entorno al siglo XIII-XII a.C.. Apareciendo posteriormente, entre los siglos XII al XI a.C., las nuevas estelas “tartessias” -que llamamos “de guerrero”, “del sudoeste” o “extremeñas”- coincidiendo finalmente con la desaparción del Bronce y la llegada del Hierro, en nuestras tierras.
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Por todo lo expuesto, no sería aventurado considerar que el motivo de la creación y talla de esas refinadas losas del Alentejo, esté en la venida hasta las costas portuguesas de gentes procedentes de Creta, Chipre o Biblos (de Oriente Medio); buscando minerales preciosos desde el principio Periodo Neopalacial cretense o con la instauración del Nuevo Imperio en el Nilo. Tal como podemos comprender al ver en los mapas que en este trabajo recojo, con la enorme proliferación de metales en el Alentejo, durante la época que tratamos. Asimismo, la desaparición de las Estelas Alentejanas se produciría en paralelo a la del Minoico Palacial y del Imperio Nuevo en Egipto. Originándose más tarde las nuevas losas (del Suroeste, Extremeñas o tatessias), nacidas de la llegada de los huidos de las convulsiones del hierro y principalmente de venidos desde Cerdeña -que heredarán la rutas del metal-.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Vitrina del Museo de Aljustrel (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). En ella podemos ver cerámicas relacionadas con los yacimientos donde aparecieron las losas alentejanas. Se trata de vasos encontrados en las excavaciones de “Heredade do Pomar 2” , ERVIDEL. Como podemos observar, son piezas muy cercanas al Campaniforme del resto de la Península ibérica.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Vitrinas del Museo de Beja (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). En ellas observamos, recipientes cerámicos también pertenecientes a lugares relacionados con las losas alentejenas. Al lado, a la izquierda, jarro encontrado en la necrópolis Da Cata, Penedo Gordo; a la derecha, otro hallado en la necrópolis de Monte do Outeiro, Santa Vitoria. Son vasos distintos a los del Campaniforme y que más podrían relacionarse con piezas argáricas. Aunque no debemos olvidar su posible conexión con la cerámica coetánea de Cerdeña.
Abajo, tres jarritos de cerámica negra encontrados en las Necrópolis de Santa Vitoria y en la de Medarra (Ervidel, Santa Vitoria). Recordemos que Santa Vitoria es el lugar donde más estelas alentejanas han aparecido (tal como vemos en el mapa a continuación). Asimismo llama la atención la pobreza de los ajuares que se hallan relacionados con las estelas alentejanas, todo lo que quizás habla de una aculturación venida de muy lejos que enseñó a los habitantes de la Península a tallar piedra de un modo magistral y a guardar de ese modo el recuerdo de sus difuntos; poniendo en sus cistas de inhumación una losa de este tipo.
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JUNTO BAJO ESTAS LINEAS: Vitrinas del Museo de Beja (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). En ellas observamos, recipientes cerámicos también pertenecientes a lugares relacionados con las losas alentejenas. Al lado, tazas tipo Santa Vitoria y La Atalaia (izquierda). Abajo, cerámica tipo Odiveiras; necrópolis cata Penedo Gordo. Observemos que son todas muy cercanas al campaniforme
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BAJO ESTAS LINEAS: Mapa del sur de Portugal en el que he marcado la situación donde fueron halladas las más de veinte losas alentejenas (tal como las indica Marta Díaz-Guardamino Uribe en su magnífica tesis doctoral -ver cita (18)-). Asimismo he señalado los puntos con yacimientos de oro, plata, cobre y estaño; llamando la atención la profusión de zonas cúpricas en estas tierras del Algarve y Alentejo portugués. Si aumentamos la imagen, podremos leer el nombre y lugar en que fue encontrada cada estela de la Edad del Bronce. Habiéndose hallado cuatro en las cercanías de Sagres (muy rico en estaño y plata); y el resto en las inmediaciones de Beja y en las de Santiago de Caçem; tierras donde por entonces había innumerables yacimientos de plata, estaño, cobre y hasta dos minas importantes de oro -junto a Aljustrel y muy cerca de Santa Vitoria-.
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B-4) Posibles precoloniadores de Creta y Chipre. Estelas alentejanas y las dobles áncoras:
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Los hechos que refiero en el epígrafe anterior constituirían un caso típico de repetir la misma historia; ya que -a mi juicio- el nacimiento del dolmenismo tendría una misma explicación a las culturas posteriores. Motivadas por gentes que llegaban navegando cada verano desde tierras lejanas del Mediterráneo; buscando ámbar y pepitas de oro o plata y en el caso del megalitismo, ya antes del V milenio a.C.. Debido a que en el 4000 a.C., en Oriente Medio, en el Nilo y Mesopotamia, existían culturas muy avanzadas; promoviendo sociedades eneolíticas que valoraban los abalorios y las joyas. Por este motivo y propulsada por buscadores de ámbar, gemas y pepitas de metal precioso; nacería desde entonces el megalitismo, como una civilización unitaria en las costas del Atlántico. Donde llegaban exploradores para lograr esas preciosas materias, que luego convertían en joyas y abalorios. Organizándose debido a ello, una Sociedad de tribus canoeras, que viajarían en pequeños barcos eneolíticas de un modo trashumante. Navegando cada verano desde el Sur de Portugal, hasta las costas del Cantábrico, las francesas, las británicas y llegado al mar Báltico. Buscando en el litoral atlántico pepitas de metal precioso, gemas y ámbar; que trocarían junto a las costas del Sur por enseres y objetos de uso con gentes llegadas del lejano Mediterráneo (cambiándolas por cuero, cuerdas, telas etc). Todo lo que explica por qué durante los milenios V, VI y III a.C., será paralela la aparición de megalitos junto a los mayores yacimientos de esos materiales imprescindibles para fabricar adornos o armas -mineral precioso y resina fosilizada-. Surgiendo primero dolmenismo en zonas ricas en ámbar, oro o plata (desde el 5000 al 3000 a.C. -aprox-); aunque desde el 3000 a.C. aquella arquitectura dolménica se traslada principalmente a áreas con yacimientos de cobre y estaño -imprescindibles para fabricar bronce, un metal descubierto a principios de ese cuarto milenio-.
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De este modo, consideramos justificado que en zonas tan ricas en metales, como el Sur de Portugal; se produzcan hallazgos de estelas como las alentejanas y otros enseres de carácter oriental, pertenecientes a la Edad de Bronce. Dejando clara evidencia de las culturas lejanas y mediterráneas, que se acercaban hasta las costas atlánticas buscado riquezas. Por todo cuanto decimos, creemos que no es aventurado pensar que las estelas alentejanas se deban a la llegada de exploradores orientales. A mi juicio, promovidas por buscadores de minas venidos desde Creta; donde durante el Minóico Palacial y Pospalacial, existen enseres similares y objetos labrados en piedra semejantes a los de estas losas (tal como podemos ver en las imágenes anteriores). Todos ellos fechados entre los siglos XVI al XII a.C.; época minóica que coincide con la datación de estas lajas del Alentejo tan maravillosamete talladas.
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Además, acerca de estas preciosas lajas portuguesas, hemos de exponer que contienen un enigma aún sin resolver -a menos en su totalidad-. Nos referimos al famoso objeto en forma de áncora representado en casi todas ellas; que también aparece profusamente en menhires e ídolos de la Edad de Bronce peninsular (incluso en Francia y otros lugares más lejanos). Utensilio sagrado o bélico, que es semejante a una doble hoz de poda -o bien a un bichero de mar- y que quizás usasen antiguamente como un hacha doble o un “desjarretador” (para podar o para cortar tendones en los cuadrúpedos y así darles caza; pudiendo tener un mismo fin como arma). Esta figura que tanto se repite en las losas del Alentejo es considerada por algunos investigadores un ídolo de doble ancla, tal como magistralmente quiso demostar el prof. Martín Almagro Basch, en su trabajo sobre las “hachas en las estelas alentejenas” (22) . Donde describe estas dobles hoces con forma de hacha de curvado corte y extraño cuerpo que aparecen en casi todas las estelas ; añadiendo que han venido interpretando estas figuras los arqueólogos portugueses y españoles, y la mayoría de los extranjeros con una absoluta unanimidad, como hachas de combate(23) . Sigue el profesor Almagro Basch comentando que en el momento en que escribe este artículo (1966) se había puesto en duda que tales objetos fueran simples armas; aunque “Para argumentar a favor de ver en tales figuras simples representaciones de hachas bastaba comparar, como se hizo, tales figuras con el paralelismo evidente que su forma ofrece con algunos tipos de hachas bastante frecuentes de la edad del Bronce, de corte exageradamente curvo. Pero tal comparación exigía también naturalmente no analizar con atención todas las dificultades que esta interpretación planteaba ante las figuras esculpidas en las estelas alemtejanas”. Continúa escribiendo Almagro Basch que “Estas hachas de corte curvo exagerado son todas ellas tipos finales del Bronce Medio y que pasan a veces al Bronce Final. En Inglaterra son propias de la cultura de Wessex y comienzan a poderse fechar hacia el 1500 a. de J.C. Tal vez las hachas de corte mas acusadamente curvo sean de fecha mas avanzada como las de Oswestry (Salop), Coernarvon y Menai (Gales) y tantas otras como las reunidas en nuestra figura 2.-esta “figura 2” la podremos ver en nuestras imágenes, abajo- (24) .
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Continúa el profesor Almagro Basch exponiendo que pese a poder considerarse estos objetos ancoriformes, hachas del Bronce Final; más cierta parece la teoría de H. Breuil quien cree que se trata de ídolos. Escribiendo el autor del trabajo que analizamos: “mucho más cercanos tanto en lo formal como en lo estructural son los paralelismos que estableció el citado prehistoriador H. Breuil entre las figuras hachiformes de las estelas alemtejanas y los objetos de valor ritual considerados como ídolos que se hallaron en el dolmen de Forgues (Lol-et-Garone) y en los dólmenes de la región de la Gironde de Peyrelebade (Bellefond) y en Courton (Jugazan) (Fig. 3). Estos objetos están fabricados en hueso-idem cita (24)- . Esta “figura 3” la podemos encontrar más abajo en imágenes, junto a la “2” (antes referida); en una se contienen hachas de la edad de Bronce con forma similar a un áncora y en la otra el profesor Almagro Basch recoge los idolillos con un diseño parecido, hallados en los dólmenes de Francia. Sigue el arqueólogo escribiendo que “Estos ídolos megalíticos franceses se pueden relacionar y ya de pasada lo hizo Henri Breuil con los objetos en forma de «ancora» llamados por muchos prehistoriadores «anchors» (...) que aparecen en diversas áreas culturales de Mediterráneo Oriental desde los Balcanes y Grecia hasta Malta y las Lípari inclusive. Son objetos de cerámica que a veces se ha querido considerar como anzuelos pero cuyo valor ritual parece lo mas probable aunque no es segura por hoy su interpretación” (…) El valor simbólico de todas estas esquematizaciones se nos escapa pero su semejanza estructural y aún formal es evidente y debe verse en todos ellos una clara convergencia que nos obliga a considerar todas estas figuras como un símbolo religioso”.-idem cita (24)-.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba, figuras 2 y 3 del trabajo que analizamos del profesor Almagro Basch ( Sobre la interpretación de las figuras en forma de hacha de las estelas decoradas alentejanas de la Edad del Bronce” ). A la izquierda, hachas con forma curvada, semejante a una hoz doble. En la imagen de la derecha, ídolos hallados en dólmenes con igual diseño -agradecemos a los herederos de D.Martín Almagro Basch, nos permitan divulgar los dibujos de su propiedad intelectual-.
Abajo, estatua menhir conservada en el Museo Numantino de Soria (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes); datada en el Bronce Bajo (circa siglos XII al IX a.C.), contiene un áncora a un lado, como signo de poder. En su momento consideré que podría tratarse del mango de una espada, tal como represento al lado, con las hojas de armas de plata y cobre del Bronce Medio.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, anzuelos y enseres de la Edad del Bronce semejantes a áncoras; propiedad del Museo Numantino de Soria (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes).
Abajo, de nuevo el ídolo menhir hallado en Villar de Alá (Soria), actualmente conservado en el Museo Numantino (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). He marcado en la estatua -que mide unos dos metros de altura-, los ojos, signo típico de la cutura de Los Millares. El pectoral que luce, símbolo de culturas semitas y Anatólicas, donde los sacerdotes llevaban un “efod”, como signo del cardiofilax con que protegían los guerreros su pecho (también usado por los sardos, en periodo nurágico). Y finalmente, el áncora, que observamos claramente como signo sagrado o quizás arma de prestigio. A mi entender este objeto ancoriforme puede relacionarse con las dobles hoces de Ellel (dios supremo hitita) y principalmentne con el hacha doble o Labrys cretense.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, dibujo mío del dios anatólico del cielo Ellel (identificado con el Enlil mesopotamico). Luce un casco con cuernos, un traje con plumas de ave, la espada y dos tridentes en sus manos; armas que a mi juicio se identifican con un doble bichero marino. Pese a ello, estos “tenedores” son el símbolo de la luz y del rayo. Por su parte, también porta la “hoz” de Cronos, significando claramente el cuarto lunar, como medida del tiempo (el calendario). Lo he dibujado luciendo las joyas de El Carambolo, para que veamos el modo en que pudieron llevarse los brazales y el pectoral (que lleva el ídolo del Museo Numantino). A mi entender, los dobles tridentes y la hoz de Enlil (o Ellel) se relacionarían plenamente con las dobles áncoras de las estelas alentejanas.
Abajo, curiosa losa actualmente situada a la entrada de la iglesia de San Salvador do Mondo, de Veirós (cerca de Estremoz, Alentejo portugués). En esta, aparece un objeto ancoriforme idéntico a los que vemos en las losas de la Edad del Bronce. Tanto es así, que en un principio creí que podía tratarse de una de estas estelas, aunque viéndola posteriormente y con más calma; comprobé que esa piedra de Veirós, está esculpida entre los siglos XV al XVII d.C. y reutilizada allí como escalón en la iglesia. Sea como fuere, aquí vemos este “bichero” o doble hoz; que bien parece una herramienta marina, para sacar pescado, cortar cabos amarrados imposibles de desatar, acercar objetos o embarcaciones en el mar -hasta para desarbolar o atacar naves enemigas-. En el escalón de la Parroquia se Veirós, figuran las dobles áncoras representadas junto a cuerdas anudadas, lo que a mi juicio, indica su uso marinero.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, podón y alcotanas halladas en el poblado del castillo, de Ayllón (Segovia) y fechadas entorno al siglo V a.C. -tal como las expone el Museo Arqueológico de Segovia, al que agracedemos nos permita divulgar nuestra imagen-. Observemos estas herramientas de agricultor o de carpintero, y su parecido con los objetos esculpidos ocho siglos, antes en las estelas alentejanas. Todo ello nos hace pensar que al igual que la falcata (espada celtíberica) tenía su origen en una hoz de trigo, o en un machete de campo. Las armas de la Edad de Bronce que se representan en las Losas del Alentejo, posiblemente fueron antes herramientas usadas en la agricultura, o para fabricar barcos y enseres de madera.
Abajo, podón y hoz de la Edad del Hierro, fechados en el siglo III a.C.; hallados en el poblado del Castillo de Coca (Segovia) -tal como las expone el Museo Arqueológico de Segovia, al que agracedemos nos permita divulgar nuestra imagen-. La hoz entre los celtas tuvo una enorme importancia religiosa; y los grandes ovates (maestros druídicos) tenían una de oro, con la que cortaban anualmente el muérdago de los robles -subidos sobre dos toros blancos-. El uso de la hoz por los sacerdotes celtas es conocido, debido a que una de sus funciones era la colecta de hierbas y a preparación de infusiones, para uso médico y hasta bélico. Creando bebedizos que hacían perder el miedo a todo ser humano. Probablemente al añadir en sus pócimas hongos alucinógenos, tal como se sabe hacían en Micenas; civilización cuyo nombre procede de estas setas alucinógenas (mikos); con los que -a mi juicio- lograban “anestesiar” la piel del que las ingería, pudiendo luchar sin sentir dolor. Debido a este uso, para colectar las hierbas sanadoras y sagradas, la hoz del druida era muy venerada (incluso por su forma relacionada con la Luna). Tal como pudieron ser estos podones o “hachas ancoriformes” que vemos representadas en el Bajo Bronce.
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Terminaremos el análisis de la obra que venimos comentando, recogiendo algunas frases del profesor Almagro Basch; donde explica que -a su juicio- aquellos objetos ancoriformes debemos considerarlos ídolos y no hachas de la Edad de Bronce. Escribiendo el insigne académico acerca de ellos:
En primer lugar su tamaño es muy superior al de un hacha (...) Vemos también que además de ser un objeto de tamaño mayor al de un hacha recibe en todas las estelas una valoración central, ocupa siempre un puesto preferente (...) No debe verse pues como se ha interpretado esta figura o sea igual a un hacha puesta con el corte hacia abajo, sino como la cabeza de un ídolo colocado de pie en la misma dirección en que se han colocado con lógica y no arbitrariamente las demás armas y objetos representados en la estela (...) Ello hace que no podamos de manera general ver en estas figuras un hacha de doble corte curvo como puede pensarse en la figura que vemos en las estelas de Santa Vitoria, de Trigaxes I, de Defesa, de Assento o de Pedrerinha (...) se valorará la tesis que ya hace años expuso H. Breuil (...) Para este ilustre prehistoriador francés estas figuras que analizamos eran solamente representaciones del ídolo megalítico que de varias formas se nos ofreció según las épocas y las áreas culturales en todo el Occidente de Europa (...) Para él eran una manifestación más del arte esquemático de la Edad del Bronce occidental y representaban al ídolo funerario de la cultura megalítica, símbolo a la vez de la vida de ultratumba y de la resurrección (...) También creemos poder asegurar que estos objetos-ídolos de carácter mágico seguramente se llevaron colgados delante del pecho, como se podría deducir de las dos correas o bandas o cuerdas que algunas veces hemos podido ver (25) .
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Pese a todo, y ante estas últimas palabras, debo expresar una opinión un tanto contraria a lo que nos dictan. Todo ello, mostrando siempre la mayor admiración posible hacia Martín Almagro Basch, uno de los genios de la arqueología del siglo XX y una de las personas más cultas que conoció España. Pero tras leer sus conclusiones me quedan dos preguntas principales por hacerme: La primera es por qué estos supuestos ídolos ancoriformes se representan normalmente junto a otras armas, si no son hachas o bien dobles hoces. La segunda es, si este trabajo que comentamos, el insigne arqueólogo no confundirá las lúnulas -cuartos, crecientes-, usados por todas las culturas como amuletos de origen ancestral; con estas dobles hoces o ídolos ancoriformes. Pues la referencia del prof. Almagro Basch considerando que “quizás” se colgaban del cuello durante el megalitismo; me lleva a pensar que “posiblemente” estemos confundiendo esta figura, con la de aquellas otras en forma de Luna -que en un principio hasta pudo originarse al lucir sobre el pecho los colmillos de un animal cazado (facochero, jabalí etc)-. Puesto que aquellas lúnulas -a mi juicio- tendrían un origen muy distinto al de los ídolos áncoras; naciendo en las adoración al satélite terrestre, que marcó los primeros y más básicos calendarios. Por todo cuanto expreso, creo firmemente que estos objetos ancoriformes son un ídolo (tal como dicta el profesor Almagro Basch); pero de un ídolo hacha, semejante al que se adoraba en Cnossos y en otras tantas culturas. Civilizaciones antiguas donde se rendía culto al dios de la guerra y del comercio, con enseres en forma de armas y de hoces (véase la hoz de Cronos, la de Demeter o Ceres; junto al Lauburus de Júpiter, nacida del Labrys cretense y largo etcétera).
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Para corroborar cuanto expresamos, añadiremos que las bipennas pétreas fueron tenidas por sagradas desde tiempos inmemoriales; jurando sobre estas bifaces de piedra. Tal como se hacía en Roma cuando había de prometerse un cargo o nombramiento, realizándolo sobre el “Júpiter Lápidus” (representado en un hacha neolítica pulida, de enormes dimensiones; sobre el que se fidelizaban los mandatos, como se hizo más tarde con una Biblia). Así pues, creemos que el culto a estas piezas ancoriformes puede identificarse con el del Labrys en Creta o con los ritos de veneración al metal de los Smithing Gods, dioses herreros y alquimistas que en nuestros artículos hemos estudiado en numerosas ocasiones (26) . Todos ellos relacionados con la veneración a las hachas y a las armas, surgida desde el Neolítico, pero que durante la Edad del Bronce tuvo su principal desarrollo.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, representación del hacha doble (Labrys) en una tumba cretense, del Minoico tardío Neopalacial; fechada hacia 1300 a.C. y procedente de la necrópolis de Retymnos (propiedad del museo de Xania, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Abajo, vitrina con diferentes bipennas de época neolítica, tal como las expone el Museo de Aljustrel (Portugal). En el centro vemos una enorme piedra pulimentada, hallada en el Cerro Manganera y que algunos consideran una reja de arado. En mi opinión se trataría de un bastón votivo, cuyo uso y significado se podría identificar con el posterior de las hachas dobles cretenses y con las “dobles áncoras” de las estelas alentejanas. Siendo un símbolo de poder, pero también un arma.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, lámina muy fina de oro, de unos dos centímetros de tamaño, fechada en el Minóico palacial y propiedad del Museo de Heraklion (al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). En esta pequeña pieza votiva se representa el toro sagrado y en medio de sus cuernos, el Labrys o hacha bipenna de cuatro caras. Se trata de una figura de la bifaz que se orientaba a los cuatro puntos cardinales y por ello aparece en el diseño cuatro dobles filos.
Abajo, dibujo mío con la forma de lucir las joyas de El Carambolo, donde vemos claramente que el pectoral tiene forma de hacha doble. Un símbolo apotropáico para las culturas relacionadas con las cretochipriotas, que simbolizaba el progreso, la protección, las armas y la riqueza. Por cuanto era la señal del hacha sagrada, del dios benéfico que protegía en la guerra y del metal (que se fundía en lingotes con este diseño).
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B-5) Protocoloniadores de Creta y Chipre:
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Si analizamos la Edad del Bronce Peninsular, parece indudable la visita continuada de gentes venidas por mar desde el otro lado de Mediterráneo. Principalmente de exploradores que arribarían hasta nuestras costas buscando metales, durante los meses de buen clima; bonanza que en nuestra latitudes se extiende desde primeros de junio hasta fines de septiembre. Cuatro meses en los que habría tiempo para ir y regresar desde cualquier punto del Mediterráneo; navegando de cabotaje por el Norte o el Sur del “Mare Nostrum”. Puesto que el punto más alejado del Estrecho de Gibraltar son las playas del actual Líbano, donde precisamente nació la cultura que primero nos colonizó (Fenicia); situadas a unos 3.700 kilómetros en linea recta del litoral hispano. Aunque costeando, el viaje aumentaría hasta unos 5.000 kilómetros; y por lo tanto, una embarcación que navegase a 4 nudos, quince horas diarias -recorriendo unos 110 kilómetros cada jornada-. Tardaría mes y medio en hacer esos cinco mil kilómetros existentes entre las costas de Oriente Medio y las de Gibraltar, en singladura cabotaje corto (apenas alejándose de tierra). Asimismo, hemos de pensar que en cada viaje podrían cargar varias toneladas de cobre, estaño, plata oro y otros enseres valiosos (como gemas, ámbar etc). Por lo que una sola visita a las lejanas costas atlánticas, podría hacer ricos a toda una tripulación de quince a veinte hombres; lo que solía precisar un barco de la Edad del Bronce.
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Evidentemente, el problema para acceder a estas rutas continuadas hasta tierras del extremo Occidente, viniendo desde Biblos, Creta, Chipre, El Egeo y etc.. Se halla tan solo en la navegación a Vela, sin la que parece imposible llegar hasta puntos tan lejanos. Un modo de propulsión que ya existía en Egipto, antes del periodo dinástico y que se difundió por el Nilo hacia el 3200 a.C. (tal como muestran las cerámicas de época Naggada I y II ). Aunque hemos de considerar que entre los milenios VI al IV a.C. existiría una civilización canoera, que viviría en trashumancia libre por el Mediterráneo; junto a otra paralela que navegaría el Atlántico. Estos pueblos nómadas que vivían en canoas, lo harían del mismo modo que se organizaban hasta no hace mucho los fueguinos, las gentes del Atlántico americano -entre ellos, los esquimales- y numerosas tribus que habitaban las islas del Pacífico -para todo interesado en lo que pudieron ser esos milenios de trashumancia marítima, durante la época del megalitismo; con tribus que se desplazaban en canoas por el Atlántico y por el Mediterráneo, recomendamos leer nuestros artículos citados en (27) -. Trabajos acerca del mundo marítimo durante el Eneolitico y a la Edad de Bronce de Europa; donde se explican hechos tan significativos como: La diferencia de altura de los mares (debido al frio postglaciar, uniendo tierras e islas); la existencia de bloques de hielo por doquier en el Atlántico (que facilitaba el paso entre simas y estrechos) y la proliferación de focas y cetáceos (que les permitían alimentarse fácilmente con sus grasas, pudiendo sobrevivir esas gentes trashumantes en el mar y a muy bajas temperaturas).
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Sea como fuere, tras la aparición del bronce en el Mediterráneo, parece inevitable pensar que visitantes llegados de Biblos, de Chipre y de Creta, serían quienes principalmente abrieran las rutas atlánticas del metal desde el 2800 a.C.. Al ser Biblos el puerto satélite del Nilo; aliado junto a los cretochipriotas, para abastecer al faraón. Rey que por entonces ya había creado un imperio dinástico, que muy pocos siglos después levantaría las pirámides. De tal manera, es obligado pensar que mientras en el Nilo se construían edificios como los de Saqaara o Giza; los socios marítimos del faraón, establecidos en emporios como el de Biblos, recorrían todo el Mediterráneo en busca de estaño y cobre (además de oro y plata). Quizá por ello Egipto no necesitó enviar expediciones directas desde el delta; queriendo tan solo a navegar en el Mar Rojo, para alcanzar con sus naves los metales preciosos de reinos como el de Punt (Etiopia y Somalia). Considerando los expertos que ese poco interés del faraón por aventurarse en el Mediterráneo, procedía de no tener apenas maderas y deber aliarse con urbes costeras del actual Líbano (ricas en bosques). Además del temor a visitantes no deseados en el delta; prefiriendo mantener puertos satélites tan fieles y firmes como el de Biblos. Donde desde el IV milenio a.C. todos hablaban y escribían en idioma del faraón, guardando religión y costumbres nilotas. Pese a ello, sabemos que este puerto que dio nombre al “libro” cayó en desgracia tras el reinado de los Hicsos y al comenzar el Nuevo Imperio (1580 a.C.); por haber apoyado a los faraones extranjeros. Lo que explica que desde el siglo XVI a.C. Creta y Chipre pasasen a ser aliados muy cercanos a Egipto; al menos hasta que les sustituyó en esta labor de socios marítimos del faraón, las ciudades de Fenicia (Tiro y Sidón, que desde el siglo X a.C. ya serán los que comercian y navegan para el Nilo).
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Todo cuanto narramos, explica por qué desde el Pospalacial (1550 a.C.), el reino de Minos se convierte en un emporio sin parangón en el Mediterráneo, influyendo su riqueza y su cultura en la vecina Chipre. Porque ambas islas desbancan a Biblos en su primacía, cuando esta última pierde la confianza de los habitantes del Imperio Nuevo. Pasando a ser los puertos cretochipriotas -Cnossos, Faistos, Kirenia o Pafos- los que gestionan el gran comercio y las rutas de los metales del Mediterráneo (trabajando fundamentalmente para Egipto). Singladuras que se llevarían a cabo con enorme cautela y secretamente, para alcanzar el lugar del que procedían las materias primas esenciales para hacer armas. Aunque tanto los chipriotas, como los cretenses, tendrían bases intermedias y necesarias, antes de arribar al Atlántico; fundamentalmente en Sicilia y Cerdeña. No solo para “repostar”, sino principalmente para cortar el camino a extraños y la posible llegada de intrusos hasta las fuentes de los metales preciosos. Filones que -como sabemos- se situaban en costas del océano, más allá de lo que posteriormente fue Tartessos; civilización que nació al final de la Edad del Bronce con una función similar a la nurágica de Cerdeña: Como base marñitima y comercial, que cortaba el paso hacia los principales yacimientos de oro, plata, estaño y bronce. Capitalizando en la desembocadura del Guadalquivir la venta de esas materias primas, con el fin de que naves extrañas no pasaran más allá del este punto y que descubrieran lo que más tarde se llamó “la ruta de las cassitérides”: El camino hacia las fuentes de metales preciados, que comenzaba en el Rio Tinto.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba, mapa de las desembocaduras del Sado y del Tajo, con las ciudades de Lisboa y Setúbal en sus rías. A nuestra izquierda el cabo de Espichel y entre este y la boca del Sado, el parque de Arrábida donde se halla la Roca do casal Do Meio (famoso túmulo de la Edad del Bronce que algunos investigadores consideran realizado por gentes venidas de Cerdeña). Otros puntos de interés son la playa de Troia, con sus salazones fenicias, a las que se denomina Cetóbriga; como la ciudad lusa que hubo en estas inmediaciones. Y la urbe de Palmela, lugar donde se encontraron por primera vez las puntas de lanza de la Edad del Bronce, que comúnmente llamamos “palmelas” (no solo por su forma de palma, sino por haberse conocido en esta población).
Abajo, vista de los montes de a Sierra d´Arrabida, entre Setubal y Cabo Espichel. En este lugar paradisíaco se halla la famosa tumba “Roça do Casal do Meio”. Si visitamos el parque natural, observaremos que se trata de una zona protegida al mar y los vientos, cerrada gracias al Cabo Espichel y cuyas aguas son cristalinas y tranquilas.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, vista de Setúbal (al fondo), tomada desde las inmediaciones de la Roça do Casal do Meio. La foto fue hecha en el mes de marzo; observemos las playas tranquilas y el paraje totalmente paradisíaco. Por su parte añadiremos que Setúbal debe su nombre -a mi juicio- a los cetáceos que viven junto a sus aguas todavía. Habiendo sido inicialmente Cetó-briga; el puerto de los cetáceos, famoso por las enormes capturas de ellos que harían en la bahía del Sado.
Abajo, lugar donde se encuentra el túmulo de la Roca do Casal do Meio (marcado en primer término) y la ciudad de Setúbal (al fondo).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, vista general de las montañas donde se halla el túmulo de Casal do Meio y en su centro (enmarcado) una foto con los restos que aún pueden verse del hipogeo -junto a un cartel indicativo-. Abajo, el Cabo Espichel. Observemos que tras cruzar este punto, el mar se embravece y los acantilados son peligrosos y afilados. Muy distintos a los de lado Sur, junto a Setúbal, que configuran un puerto natural inmejorable, rodeado de playas perfectamente protegidas de las olas. Al fondo de la fotografía se observa ya el inicio de la ciudad de Lisboa.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, la desembocadura del Sado y las marismas, tras la playa de Troia (del otro lado de Setúbal). Su vegetación, sus lagunas de agua dulce o salada, y sus llanos; nos recuerdan sobremanera a las marismas de Doñana (donde se asentaba el centro de la civilización tartessia).
Abajo, canales y lagunas del rio Sado en la desembocadura; a los lados de su ría. Estas marismas que comienzan en la bocana del puerto de Setúbal, en la salida del las aguas del rio al Atlántico; continúan durante decenas de kilómetros, tal como hacen las del Guadalquivir, siguiendo lo que antaño fuera el Lago Ligur.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, bocana del puerto de Setúbal y final del río Sado en el Atlántico. Observemos los diferentes colores de las aguas, debido a la mezcla de las corrientes fluviales con las del Océano.
Abajo, ruinas de la fabrica de salazón fenicia y reutilizada por los romanos, denominada Cetóbriga (en memoria de la ciudad lusa que estuvo en este lugar). Se halla del otro lado de la bocana del puerto, en el punto donde comienza la paradisíaca playa de Troia.
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B-6) Llegada de los primeros colonos del Hierro. Los sardos, el enterramiento de Roça do Casal do Meio y las estelas tartessias :
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Podemos plantearnos qué grado de aculturación provocarían los primeros visitantes que llegaron desde el Oriente mediterráneo hasta las nuestras costas, hace ya más de cinco mil años (27b) . Pese a ello, la respuesta es difícil de contestar, pues no debemos considerarlos “colonos” propiamente, sino “visitantes”. Así pues -personalmente- yo dividiría en dos tipos, esos que venían hasta nuestras tierras desde comienzos de la Edad de Bronce: Por un lado, quienes llegaban al extremo Occidente huyendo de desastres (buscando refugio y asentamiento); frente a otros, que lo harían como comerciantes, en busca de riquezas. Los primeros, estarían obligados a trasladarse a vivir a un lugar tan remoto, escapando de grandes catástrofes -cataclismos o invasiones- sucedidas en su lugar de origen (la erupción del Tera, ataques, guerras y asedios). Aunque hemos de pensar en la existencia de un segundo tipo de “colono”, que simplemente visitaría nuestras costas durante los veranos, en búsqueda de metales, gemas y ámbar. Estos, como navegantes llegados del Oriente mediterráneo (Creta, Chipre, Biblos), establecerían sus primeros contactos con aquellos que se habían trasladado desde tierras cercanas a las suyas, huyendo del infortunio. Aunque su fórmula más simple para el entendimiento con los indígenas peninsulares, sería la de secuestrar o comprar jóvenes en sus visitas a nuestras costas. Adolescentes nativos que llevarían a sus tierras de origen, para educarlos en su lengua y modo de vida; inculcándoles las costumbres propias. Todo ello con el fin de devolverlos años después al lugar de nuestras costas donde los habían raptado -o comprado-; para que aquel chico conocedor de la lengua de los comerciantes y que había vivido entre ellos, no solo actuase como intérprete, sino que muy pronto se convirtiese en una autoridad.
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Tras de explicar este sistema de primera colonización, tan básico como extendido; queda por mencionar la crisis del siglo XII a.C. y la caída de las civilizaciones del Bronce. Lo que traería los primeros migrantes huidos “en masa” hasta la Península, tras la aparición del Hierro en Anatolia. Largo periodo de convulsiones, que comienza poco antes de la Guerra de Troya (1212 a.C. -aprox.-) con la expansión del los Pueblos del Mar; quienes -como sabemos- eran tribus errantes expulsadas de Anatolia con la aparición del nuevo metal (o bien hordas piratas organizadas como navegantes). Ejércitos que viajaban en barco, atacando cuantos litorales alcanzaban, para fundar en ellos sus nuevos reinos; llegando a hacerse con el poder en Egipto en el siglo X a.C.. Este es el marco de enormes crisis que desde el siglo XIII a.C. viven Anatolia, el Egeo y Oriente Medio; por cuanto muy ponto se produce la decadencia del mundo cretochipriota junto al micénico y hasta la del Nuevo Imperio Egipcio. Principalmente porque al sustituirse el bronce por hierro, el control sobre las minas de estaño y cobre -en manos de las grandes culturas- no garantizaba ya la estabilidad de la zona. Un control que debieron ejercer las potencias del oriente mediterráneo durante la Edad del Bronce; tan solo dejando navegar y abastecerse en las minas cúpricas y de casiterita, a los estados autorizados o aliados. Llegando unos hasta los yacimientos del Cáucaso, atravesando el estrecho que cerraba Troya; motivo por el cual cayó esa ciudad con la aparición del Hierro. Mientras otros, alcanzarían las materias primas para bronce, viajando hasta las lejanos filones del Atlántico y de Cerdeña; rutas que hasta entonces capitalizaban los Cretenses y Chipriotas.
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Sabemos que fueron los cretochipriotas quienes monopolizaban antes del siglo XII a.C. las rutas del metal del Oeste mediterráneo, llegando hasta el Atlántico a través de Cerdeña. Porque en esta isla italiana los minóicos y las gentes de Chipre dejaron sus marcas e improntas en los lingotes de cobre y estaño. Acuñando en los yacimientos de las minas sardas, talentos con la misma forma que le habían dado anteriormente en Creta o Chipre. Fundidos ya en forma de cuero bovino, durante el primer periodo de esplendor Egeo (del siglo XVI al XII a.C.); cuando los cretenses y los chipriotas comerciaban metal por todo el Mediterráneo. De ese modo, los lingotes tipo piel de buey fabricados en Chipre y Creta desde el 1580 a.C., los veremos repetidos en Cerdeña durante los siglos XII al X a.C.. Cuando el reino de Minos había entrado en declive y tan solo los navegantes de Chipre “se atrevían” ya a acercarse hasta la isla italiana, para embarcar allí metales preciados.
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Pese a todo, durante esa época nurágica de Cerdeña, el valor del cobre y del estaño había decaído enormemente, por la aparición del hierro. Cuando el uso del bronce se limitó tan solo a objetos de adorno o a piezas de coraza y defensa (muñequeras, espinilleras, lórigas escamadas etc.-. El hecho cierto es que en el siglo XII a.C. Creta estaba en plena crisis y todavía Chipre se sostenía, gracias a la ayuda de los pueblos del litoral continental de Oriente Medio; cuyos puertos, comenzaban a conocerse como de los “hombres rojos” o “púnicos”. Estos, que llamaremos más tarde fenicios, evitaron siempre la invasión de Chipre, con el fin de tener en aquel piélago un “muro” que les protegiese del avance de los dorios y de los pueblos del Mar. Por cuanto se aliaron con los chipriotas y abrieron en la isla bases marítimas fenicias; que usarían para colonizar el Egeo -primero- y más tarde para llegar donde esos isleños iban desde siglos atrás, en busca de metales (Sicilia y Cerdeña, saltando hasta el Atlántico en el siglo IX a.C. y fundando bases como Gadir).
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Finalmente, desde el 1100 a.C. el imperio minóico es destruido por las gentes del Hierro y a su vez termina el Heládico final (acabando el poder micénico del Egeo). Siendo por entonces cuando entra en crisis también Chipre, que concluye su fase “Chipriota Final” sometido a numerosos terremotos. Aunque esta isla, gracias a la ayuda de sus vecinos fenicios, se sostuvo independiente; logrando mantener su cultura cretochipriota, tras el paso de las hordas armadas con Hierro. Pese a ello, parece evidente que Chipre no pudo ya conservar las rutas ni el monopolio de los metales. Por lo que serán los Sardos, quienes heredan el comercio y difusión del estaño, que antes era de los cretochipriotas. Quedándose los habitantes de Cerdeña desde este siglo XI a.C. con cierta “exclusividad” para viajar y mercadear, buscando yacimientos. Internándose desde el Sur de Francia, para alcanzar las minas galas y de centro Europa; aunque principalmente irían las naves nuragas hasta el extremo Occidente en busca de los metales preciosos del Atlántico -tal como hasta entonces hicieron expedicionarios del Oriente mediterráneo, en busca de las materias primas para fundir bronce-. Siendo esta etapa que comprende desde el siglo XII al IX a.C., un periodo de enorme florecimiento en Cerdeña, llamado Nuraga. Que coincide en la península con la pretartessia, dominada por precolonizadores (principalmente sardos) y donde se fragua lo que serán las culturas peninsulares de la Primera Edad del Hierro y en especial: Tartessos).
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SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba dos lingotes cretenses de cobre, hallados en Zakros y de periodo Neopalacial, fechados entre el 1500 y 1450 a.C. (propiedad del Museo de Heraklion al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Por su diseño se denominan lingotes “oxhide” o “piel de buey”, al recordar el cuero del toro. Fueron conocidos como keftius y su significado relaciona la pecunia monetaria, con la pecunia ganadera; es decir, el valor “cabeza de ganado” con una tasación correspondiente a un peso en cobre.
Al lado, altar micénico (ashera) del templo palacio de Lerna. Su forma similar a la de los talentos de cobre y estaño fundido, identifica los crisoles para trabajar metales con ese diseño relacionada con la piel de toro. A mi juicio ello se debe a un simbolismo que une el mundo pecuniario del metal, con el de las riquezas en ganado; asimilando el poder del toro y el valor de su carne, con el que concede el bronce a los hombres.
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ABAJO: Foto compuesta en la que vemos en la parte alta dos lingotes tipo Cerdeña (Sierra Ixili), de los siglos XII al X a.C.; muy parecidos a los minóicos y de Chipre, siglos anteriores. En la parte baja, tenemos los pectortales de el tesoro de El Carambolo, cuya forma claramente habla de este símbolo “keftiu” o del talento tipo “piel de buey”. Recordando -a mi juicio- que quienes portaban estas joyas (sacerdotes o monarcas tartessios), eran los príncipes del metal y del ganado (de las riquezas). Lo que la mitología griega recordará con el nombre de “los bueyes de Gerión”, rey de Tartessos; cuyas manadas vino Heracles a robar, para llevarlas hasta Grecia. Una fábula que relata de modo imaginado la llegada de los helenos hasta Tartessos, para adquirir a un precio muy bajo los metales preciosos. “Robando” así Hércules los ganados del monarca tartessio y llevando hasta la Hélade esos lingotes (cuyo valor se tasaba y simbolizaba en cabezas de ganado). Bueyes imaginarios que parece estaban colgados (del pecho) de quienes lucían este tesoro de El Carambolo; lo que a mi juicio simbolizan estos dos “efods” que vemos en fotografía. Piezas con más de tres kilos de oro y en verdad muy frágiles -no como las que se exponen en reproducción, en los museos-; por cuanto hubieron de portarlas con toda delicadeza, debido a su valor de orfebrería y a su debilidad. De ello -a mi entender- nunca podrían ser adornos para poner en la testud de toros sagrados (tal como exponen en algunos museos); ya que el animal podría destrozarlos con un simple cabezazo o con un golpe de cola.
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Roça do Casal do Meio
Se trata de un hipogeo funerario, construido a modo de dolmen, con dos inhumaciones halladas y expoliado en parte. Su datación varía según los investigadores, considerando unos que es un túmulo de origen e influencia sarda, construido entre los siglos XI al X a.C.; mientras otros piensan que se trata de un enterramiento autóctono, creyendo que es un dolmen reutilizado -idea que principalmente se debe a la expoliación que sufrió el hipogeo; considerando algunos que al destruirlo se habría cambiado su planta, haciéndola semejante a las de Cerdeña-. D. Mariano Torres Ortiz duda entre ambas hipótesis y fecha el túmulo de Roça do Casal ente los siglos XI al X a.C.; considerándolo un enterramiento coetáneo a Tartessos (28) ; clasificándolo como “cámara con paredes de mampostería, de etapa orientalizante” (29) . Explicando este profesor -en su libro sobre mundo funerario tartessio- que estas son tumbas donde se enterraría una clase alta (familias principescas) de etapa tartéssica y que estarían construidas imitando las formas de los colonizadores. Todo lo que personalmente me cuesta mucho creer, pues es muy difícil imponer ritos fúnebres particulares, que solo veamos en muy pocas ocasiones, tal como sucede con la Roça do Casal. Considerando -personalmente- mucho más probable que los colonos se hicieran hipogeos a su modo, para inhumarse en ellos, tras haberse establecido como casta superior (quizás al mezclarse con los principales del lugar). De ello, creo que debemos considerar que Roça do Casal puede ser una cámara construida para un grupo o familia de colonos, de origen seguramente Sardo. Hipótesis acerca de esta tumba, que me atrevo a exponer; al tener este enterramiento apenas paralelos con otros hipogeos del Sur peninsular (tan solo semejante a las de El Palmarón en Niebla, a El Acebuchal en Sevilla y al de Setefilla, en Lora del Rio; que igualmente clasifica como “tartessio” orientalizantes D. Mariano Torres).
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Más tarde, el prof. Torres Ortiz explica en el libro que analizamos, las razones para fechar entre los siglos X-IX a.C. este túmulo portugués hallado junto al Cabo Espichel. Escribiendo: Este fenómeno de aculturación del que vengo hablando pudo haber comenzado ya en época precolonial según se desprende del monumento de la Roça do Casal do Meio, donde en una estructura compuesta por un dromos de acceso y una cámara circular se depositaron dos enterramientos de inhumación acompañados de un ajuar de claro sabor mediterráneo: una fíbula ad occhio de origen sículo, un peine de marfil y unas pinzas de depilar. Para esta sepultura se han señalado paralelos dentro de la culturas protohistóricas del Mediterráneo occidental, especialmente Cerdeña, y en círculos culturales del Mediterráneo oriental: Chipre. No obstante, habría que señalar que algunos autores han apuntado la posibilidad de que estemos realmente ante la reutilización de un monumento megalítico durante el Bronce Final, ya que Ruiz-Gálvez (1990: 86) señala que una trinchera abierta por saqueadores de tumbas distorsiona toda la estratigrafía hasta el punto de no poderse vincular con claridad la cerámica de retícula bruñida externa con los enterramientos” (30) .
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Sigue exponiendo D.Mariano Torres Ortiz, unas páginas más tarde: “En el mundo tartésico, este tipo de tumbas se caracteriza por la existencia de una cámara funeraria de planta rectangular construida con muros mampostería en los dos ejemplares seguros (túmulos A y H de Setefilla); y circular en los dos dudosos, de los que se dice podrían ser dólmenes megalíticos reutilizados (El Palmarón y Roça do Casal do Meio); a la que se accede a través de un pasillo o corredor de dimensiones variables denominado dromos a partir de las estructuras similares que presentan las tumbas de tholos minoicas y micénicas” (…) “Los dos monumentos que se incluyen en este tipo con las debidas reservas son el túmulo de El Palmarón (Niebla, Huelva) y el sepulcro de cámara y corredor de la Roça do Casal do Meio. Este último es especialmente interesante, ya que en el caso de que no se tratara de un dolmen reutilizado, significaría en el plano cronológico la aparición de este tipo de estructuras funerarias en la Península Ibérica en un momento plenamente precolonial datable en los siglos X-IX a.C. según se desprende de alguno de los elementos de su ajuar: peine de marfil, fíbula de codo ad occhio de tipo sículo. Todo ello le incluiría dentro del interesantísimo proceso que Almagro-Gorbea (1989; 1992: 40; e.p.a) denomina Protoorientalizante, y que significaría la llegada de los primeros influjos culturales procedentes del Mediterráneo oriental con anterioridad a la colonización fenicia” (31) .
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Al terminar su libro, el prof. Torres Ortiz recoge una serie de conclusiones acerca de los restos arqueológicos referentes a los enterramientos de etapa tartessia, que fue analizando. Escribiendo sobre este hipogeo cercano a Setúbal lo siguiente: “La tumba de cámara y corredor de la Roça do Casal do Meio. Almagro-Gorbea (...) la considera como un posible indicio de la existencia de contactos entre el occidente de la Península Ibérica y el Mediterráneo oriental y uno de los elementos básicos para definir su período Protoorientalizante, buscando sus prototipos en el Mediterráneo central y oriental. Belén y Escacena (...) la interpretan como la sepultura de ocasión de unos comerciantes de origen seguramente sardo, siguiendo la hipótesis del origen en la isla de Cerdeña de este tipo de estructura funeraria defendida por sus excavadores (…) No obstante, se plantean dos interrogantes a los que habría que dar respuesta: En primer lugar, en Cerdeña no hay vestigios de estructuras similares a la excavada en Roça do Casal do Meio (Ruiz-Gálvez, comunicación personal), y, en segundo, quién construyó esta sepultura: ¿los indígenas? ¿los comerciantes compañeros de ambos difuntos? (…) Almagro-Gorbea (...) ve en esta tumba el prototipo de las tumbas de cámara aristocráticas propias del período Orientalizante (...) El carácter único de esta sepultura y los problemas señalados me obligan a tomar la interpretación de este último autor con las debidas reservas, aunque hay que reconocer que es el único que ha realizado una lectura social de la misma (…) En cualquier caso, tanto en el caso de Roça do Casal do Meio como en los de Peña de Arias Montano y Vega de Santa Lucía, nos encontramos ante inhumaciones relativamente aisladas y un ritual funerario que muestra un escaso interés en definir el espacio ocupado por los muertos” (32) .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, uno de mis múltiples dibujos explicativos, donde recojo cómo podrían orientarse para navegar en la Antigüedad, tan solo valiéndose de la sombra, durante el día; pudiendo realizar lo mismo, leyendo la altura de la Estrella Polar, por las noches (anotamos que durante la Edad del Bronce era la Cabeza de Draganis la que se situaba en Norte Puro y no la Polaris). Esto demuestra que en su mayor parte de singladuras o caravanas, seguirían siempre un rumbo recto Oeste-Este o bien Este-Oeste. Bastando con añadir o restar 1,25 grados por 4 días, desde la fecha del equinoccio anterior, para conocer la posición de altura (latitud). Ello se puede realizar no sabiendo que la Tierra es redonda, simplemente por intuición; aunque luego, desde el dominio de este conocimiento, se podrá deducir la esfericidad del Planeta.
Abajo: Bello Mapa de Abraham Orteius (publicado en 1596) sobre el que he trazado una linea recta desde a zona de Setúbal-Lisboa (punto donse se halla la Roça do Casl do Meio), hasta el Este peninsular. Esta línea la he fijado como un paralelo de vía, suponiendo que para viajar y orientarse durante la Antiguedad más remota, se servirían comúnmente de las sombras; usando una simple vara (de una medida establecida) con la que medirían la altura del sol. Curiosamente, si viajamos en este camino paralelo de Setubal a Lisboa y llegásemos al mediterráneo andando, encontraríamos algunos de los más importantes santuarios y yacimientos del megalitismo, del bronce Bajo y hasta de etapa tartessia e ibérica. Entre los que citamos, los conjuntos megalíticos de Monsaraz y Los Almendros, en Évora (observatorio astronómico más antiguo de Europa, datado a principios del VI milenio a.C.); Collado de los Jardines (en Despeñaperros) y El Cerro de los Santos, en las cercanías de Yecla (santuarios ibéricos más importantes) . En nuestra cita (33) podemos leer los puntos arqueológicos que traza esta linea, que son algunos de los principales de nuestra Península.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba, mapa de la zona de Estremadura portuguesa y El Alentejo, para observar las lineas rectas y su coincidencia con yacimientos o santuarios. En paralelo con Lisboa se encuentra el túmulo de Huerta Hornina en Almendralejo. Hipogeo circular y observatorio astronómico, de la Edad de Bronce Pleno (entorno al 2200 a.C.) donde cada 25 de diciembre se refleja el sol en el interior de su cámara. En paralelo con Setúbal y Palmela (famoso yacimiento del Bronce que a nombre a las puntas de flecha de este periodo); hallamos el conjunto megalítico de Almendros, junto a Évora. Con uno de los observatorios astronómicos más antiguos del Mundo y quizás el primero de Europa; datándose su cromlech inicial a fines del VI milenio y principios del IV a.C.. Por último, en paralelo con la cámara sepulcral Roça do Casal, hallamos el parque megalítico de Monsaraz; con infinidad de menhires, cromlechs y dólmenes.
Abajo, coincidencias en altura de puntos sagrados en todo el Mediterráneo. En el mapa observamos que la linea de santuarios peninsulares llega hasta el volcán Strómboli y sigue hasta el monte Parnassos. Donde los griegos situaron el Templo de Apolo de Delfos, pese a que sabemos por prospecciones arqueológicas en su cima y cuevas, que la montaña era sagrada ya desde el 3500 a.C.. -seguramente debido a que desde aquel pico se divisaba y vigilaba buena parte de la Hélade-. A su vez, hemos marcado la linea del Ararat, monte venerado desde tiempos anteriores al Neolítico; que en paralelo converge con un punto muy cercano al Parnassos, llegando hasta donde se situó el Oráculo de Dodona (famoso por la lectura del futuro a través de las palomas). Podemos pensar que es absurdo relacionar en linea recta los puntos sagrados, aunque si reflexionamos, veremos que en la antigüedad no había otro medio para guiarse que el de seguir una linea paralela (siguiendo las sombras o las estrellas), hasta el lugar donde queríamos llegar. Debido a ello, muy probablemente, cuando llegaban a tierras nuevas, donde no existían caminos; avanzaban de ese modo y cada ciertos kilómetros -en linea recta- pondrían una marca, con el fin de orientarse bien y regresar correctamente. Esto pudo conformar un paralelo sagrado, tal como parece existir en este 38º,30´ en nuestra Península; donde muchos de los santuarios y zonas más veneradas se irían situando en linea recta, con el fin de orientar al que viajaba (tal como actualmente vemos iglesias y marcas en el camino de Santiago; para guiar al peregrino).
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BAJO ESTAS LINEAS: Otro dibujo mío en el que explico el modo de viajar y de orientarse más sencillo. Bastado usar un compás (o una alidada) con los grados marcados. Así, midiendo a diario, seguiremos una linea paralela de Este a Oeste (o viceversa), alcanzando un punto simplemente sabiendo su altura. Es decir, si nos dicen que Setúbal está donde la sombra marca en los equinoccios 30´5 grados al medio día (en equinoccio) y tenemos que poner rumbo a este punto, andando por el campo. Primero, caminaremos hasta llegar a la altura que nos marque esa sombra (sabiendo que avanza o atrasa 1,25 grados cada cuatro días, desde el equinoccio); luego, mantendremos una linea recta (Este-Oeste o viceversa), hasta llegar a destino, siguiendo siempre una sombra igual. Por la noche, se viajará del mismo modo, simplemente calculando la altura en grados de la Polar; siendo más fácil este método de orientarse ya que es más sencillo leer estrellas a cualquier hora de la noche, que ir midiendo sombras al medio día. Es comprensible que en los lugares donde llueve abundantemente, no se halla conservado este método de orientación; aunque culturas como la wikinga era capaz de tener medios de lectura de la situación solar, pese a que estuviera nublado (a través de cristales reflejados). También esto explica la necesidad que tuvieron las civilizaciones del desierto, de estudiar las estrellas (para orientarse entre las dunas); así como las de navegantes (helenos, fenicios y otros). Aunque tras la paz romana, las calzadas y la falta de piratas en el Mediterráneo, hizo que las comunicaciones pudieran llevarse a cabo por tierra y mar, sin apenas necesidad de conocimientos astronómicos.
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Las palabras que antes hemos recogido acerca de Roça do Casal do Meio consideramos que son de enorme importancia y en ellas podremos resumir algunas frases que nos harían comprender la importancia de esta cámara funeraria. Principalmente cuando nos dicta Torres Ortiz que este enterramiento pertenece a la aculturación precolonial (tal como muestra su ajuar con un peine de marfil y etc). Conteniendo paralelos en Cerdeña y hasta en Chipre; pese a que algunos consideran que es un megalito reutilizado (M. Ruiz-Galvez, preferentemente). Aunque parece que más bien pertenecería a mundo que el prof. Almagro Gorbea denomina, proto-orientalizante; quien asimismo ve en este enterramiento “el prototipo de las tumbas de cámara aristocráticas propias del período Orientalizante”. Por su parte, los prof. Ma.Belen y JL. Escacena la interpretan como un enterramiento ocasional de unos comerciantes sardos. Ante lo el prof. Torres Ortiz duda, preguntándose “quién construyó esta sepultura: ¿los indígenas? ¿los comerciantes compañeros de ambos difuntos?”... . No vamos a contestar directamente a estas últimas cuestiones que se plantea el profesor Torres Ortiz; pero diremos que en este caso quizás el autor no entiende bien la propuesta de Ma.Belén y JL. Escacena. Quienes exponen un caso extraño -pero no absurdo- al afirmar que Roça do Casal pudo ser la tumba de unos comerciantes sardos. Tal como Pozo Moro pudo ser el enterramiento de un rey o de una dinastía neohitita, que se vio obligada a vivir en Albacete; posiblemente tras huir de sus tierras anatólicas (devastadas repetidamente desde el siglo VII a.C. por los cimmerios, los asirios y hasta por los griegos). Aunque Pozo Moro, también pudo tratarse de una tumba turriforme, tipo sirio hitita; levantada por comerciantes llegados de Anatolia, para enterrarse en ella, cuando falleciese uno de los suyos en tierras extranjeras.
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Ante las peores dudas acerca de que el túmulo de Casal do Meio, como es la de que se tratara de un dolmen reutilizado -hipótesis que más sigue prof. Ruiz-Galvez-. Expresando de nuevo mi enorme admiración por esta investigadora, a quien me veo obligado contradecir. Diré que en mi opinión no es aceptable tal idea de Da. Marisa Ruiz-Gálvez Priego; y para explicarlo recogeré las palabras de otra gran arqueóloga, en este caso portuguesa y que conoce magníficamente la zona y la excavación del Parque D´ Arrábida (34) . Hablamos de la profesora de la Universidad de Lisboa, Da. Ana Margarita Arruda, quien nos dice -textualmente- que existe: “una profunda implicación de los grupos humanos que construyeron la Roca del Casal do Meio, con navegantes mediterráneos; concretamente con sardos, que al final de la Edad del Bronce habrían llegado a esa costa occidental peninsular” . Sigue anotando la especialista portuguesa acerca de este interesante túmulo: los allí inhumados no parecen ser extranjeros, sino indígenas; pudiendo defenderse que los propios constructores serían también nativos, y no sardos -como bien demostró Mariano Torres en 1999 y ratificó más recientemente (en 2005)-. El desconocimiento generalizado sobre las necrópolis del Bronce Final no nos permite encontrar paralelos exactos -o cercanos- al monumento de la Roca do Casal do Meio. Que -sin embargo- parece tener en su totalidad, una vaga proximidad formal y de soluciones constructivas, con los monumentos megalíticos de tipo tholos (...) La cronología de sus dataciones por C-14 proporcionan a los excavadores unas fechas constantes, que pueden ir desde mediados del siglo X al inicio del siglo IX a.C.” (35) .
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Además de cuanto puede argumentar una investigadora de la categoría de Da. Ana Margarita Arruda; añadiremos que la situación de Roça do Casal en un lugar paradisiaco, situado en un bellísimo cabo, “casi” final del Mundo. Lo que me lleva a pensar que pudiera tratarse de un punto de peregrinaje y de un centro sagrado (a más de un simple enterramiento). Por cuanto es perfectamente posible que los comerciantes que vinieran desde Cerdeña -cada verano-, para luego regresar a sus tierras; pudieran elevar allí un cenotafio. Un lugar enterrarse al modo nuraga (en dólmenes o cámaras); pero además para que ese túmulo fuera venerado después; quizás como la tumba de los “exploradores”, creando allí un punto de peregrinación. Logrando que las gentes se acercasen a ver ese paraje paradisíaco y aquella construcción extraña; generando así un lugar sagrado y promoviendo de ese modo el comercio. Un modus operandi común a numerosos santuarios de peregrinos, cuyo origen estuvo en constituir un cruce de unión entre pueblos, pero también un foco comercial. Cuya sacralización y mercado, se expande finalmente gracias a crear allí un edificio singular, tal como parece pudo suceder en el caso del Finisterre y Santiago de Compostela (como recuerdo del Viaje a las Cassitérides). Sea como fuere, bastará visitar el cabo Espichel, llegando luego al parque Darrábida (donde se eleva un magnífico monasterio), para darse cuenta que el lugar pudo ser sagrado desde época ancestral. Pues se trata de un paraje paradisíaco, junto al puerto natural más protegido y bello de Portugal, como es Setúbal. A mi juicio, más aún que los de Lisboa o Aveiro y Oporto; ya que en la bocana de entrada del Sado se inicia una ría, perfectamente cerrada, abriéndose luego a un gran lago y a kilómetros de marismas. Todo lo que nos recuerda como hubo de ser e famoso lago Ligur y las marismas del Guadalquivir, en tiempos de Tartessos.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, estela extremeña (o del Sudoeste) hallada en La Yuntilla Alta, Cabeza de Buey (Badajoz), fechada entre los siglos VIII al VII a.C. y propiedad del Museo Arqueológico de Badajoz -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-. Sobre ella he trazado lineas, para que se vea claramente lo representado: Un guerrero con espada (en el centro) y bajo este, un enorme escudo. A los lados, el ajuar, compuesto por: Peine, espejo y un objeto que a mi juicio es un hacha doble. Del otro lado: lanza, posibles proyectiles, cazoleta; y tras el guerrero, dos caballos tiran de su carro.
Abajo, mapa de las estelas del Suroeste, tal como lo exhibe el Museo Arqueológico Nacional -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-. Observemos que la mayoría de hallaron en tierras cercanas al antiguo Tartessos, pero se han encontrado también en zonas próximas a Cataluña y más allá de los Pirineos.

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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, guerrero representado en un bronce nuraga de los siglos X al IX a.C.. Vemos aquí el soldado sardo con su espada, su escudo y su casco con cuernos. La figuración (tosca y simple) tanto como el armamento que luce, es muy similar a los que veremos en las Estelas del Sureste (tartessias).
Abajo, sala del Museo Provincial de Cáceres -al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen- donde se exponen diversas estelas del Suroeste (de “guerrero” o “tartessias”), halladas en Extremadura y fechadas entre los siglos IX al VIII a.C.. Este tipo de losas, en las que solo se representa armamento (sin figurar el guerrero) son consideradas piedras de demarcación o de límites. Creyendo que no tenían uso funerario, siendo utilizadas para la señalización de posesiones o bien de caminos.


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Estelas de Guerrero, Tartéssicas, Extremeñas del Sudoeste.... ¿O estelas de origen sardo?:
En este epígrafe tan solo vamos a tratar acerca del parecido entre las losas de etapa tartéssica y el mundo de Cerdeña coetáneo. Cuya similitud es tanta, que en gran parte de los ajuares de guerrero que representan esas losas Extremeñas (o del Sorueste) bien pudiera decirse que son con armamento nuraga -casi igual al que veremos en las figuras de bronce con soldados sardos entre los siglos IX y IX a.C.-. Antes de entrar en el tema, veremos otros aspectos que aún no hemos tocado, pertenecientes al mundo de la precolonización en el Suroeste peninsular durante esta etapa. Algunos, expuestos ya en nuestro artículo PORTUGAL EN EL BRONCE PRETARTESSIO -ver cita (36) -, en el que tratábamos el problema de la precolonización en el área lusa, siguiendo a las profesoras Arruda y Vilaça; suscribiendo las siguientes frases de Da. Raquel Vilaça: “La intervención de micénicos, chipriotas, sirio-fenicios y sardos, ha sido apuntada por diversos investigadores, admitiéndose también la existencia de tripulaciones multiétnicas, con participación de indígenas y navegantes atlánticos en los viajes que cruzaron el Mediterráneo (...) Sin embargo, en ese contacto con la Península, el papel principal se ha atribuido con argumentos pertinentes a los navegadores sardos, que incluso tendrían bases establecidas en el territorio portugués (...). Ya esta última hipótesis nos parece mucho más difícil de aceptar principalmente porque no se ha explicado lo que se debe entender por esas «bases sardas» (…); y ni siquiera el siempre recurrente ejemplo del túmulo de la Roca del Casal do Meio (Setúbal), es tenido por muchos como una sepultura de navegantes sardos” (37) .
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Perece evidente que la profesora Vilaça acierta al manifestarse de este modo, pues si toda la precolonización del litoral lusitano se hubiera realizado tan solo por gentes procedentes de Cerdeña, no existiría un “corte” tan abismal entre las estelas alentejenas (del Bronce) y las estelas tartessias (de final del Bronce). Una diferencia artística y cultural en esos dos “tipos” de losas, que incluso se extiende al uso que dieron a unas y a otras. Pues las de Alentejo aparecen unidas a cistas de inhumación; mientras las de etapa tartéssica, se cree que eran principalmente utilizadas para demarcar caminos y territorios. Todo lo que nos habla de dos civilizaciones y dos procedencias muy diferentes -en las losas-; no pudiendo siquiera determinarse que unas preceden o siguen a las otras (como muchos investigadores afirman). Pues las alentejenas surgen entorno al siglo XVI para desaparecer hacia el XII a.C.; y las del Sureste o Extremeñas, nacen después del siglo XII a.C. y se extinguen con el final de Tartessos (entorno al VI a.C.). Por cuanto expreso, lo cierto es que entre ambos tipos de estelas hay dos mundo culturales muy distintos y todo hace suponer que las segundas no son una continuación, sino más bien una burda réplica (o un intento de imitar cuanto los primeros había hecho). Ya que frente a la tosquedad de las lajas tartessias, hemos de señalar la finura y perfección de las alentejanas (cuyo trabajo en piedra pudiera ser comparable al que se realizaba por entonces en Creta o Chipre). Así pues, aunque las losas del Suroeste (Extremeñas o Tartessias) sean muy posteriores y pertenezcan en su mayoría a la Edad del Hierro, la torpeza de estas nos lleva a pensar en una regresión cultural, o bien en dos tipos de colonizadores muy distintos. Unos cultos y refinados, creando lápidas bien esculpidas como las del Alentejo, que solo podría tallar un artista. Frente a los segundos, mucho más toscos en sus costumbres y gustos, sin apenas recursos artísticos y que basarían su sociedad en una estructura militar (no tanto comercial). De ello, la simplificación en estas losas del Suroeste (de guerrero o Extremeñas), con un diseño tan sencillo como naif; carentes de toda intención de mostrar la realidad; quizás tan solo buscando reflejar el armamento y la fuerza del guerreo (cuya memoria protegería el camino o el territorio, donde se elevaban).
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Por todo cuanto expreso, y aunque ya parece comprobado que existió una precolonización del Suroeste peninsular (actualmente reconocida por los arqueólogos); asimismo -a mi juicio- hubo una “protocolonizacíon, tal como intuye ese gran sabio llamado Martín Almagro Gorbea -hijo y hermano de sabios-. Protocolonización que -a mi entender- sería llevada a cabo por las únicas civilizaciones que durante la etapa en que aparecen las estelas alentejanas, tenían flota para alcanzar las costas de la Antigua Iberia: La Cretochipriota. Pues, aunque en estos siglos que comprenden del XVI al XII a.C., también había armadas en algunos puertos del Egeo o de las costas de Anatolia -fudamentalmente formada por barcos de pescadores-. Todos los mares estaban principalmente dominados por Cnossos, durante el primer periodo micénico (tal como narra la historia de Tesauro y el Minotauro). Siendo obvio que aquel monarca del imperio minóico, capitalizaba las exportaciones y comercio de materias tan importantes como el aceite de oliva, el vino y los metales.
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Por lo que tan solo las embarcaciones del legendario rey Minos y las de su aliada Chipre, eran capaces de navegar por entonces todo el Mediterráneo. Llegando al menos hasta las costas del Estrecho de Gibraltar, para tomar desde allí contacto con el litoral atlántico. Donde en la mayoría de los casos no se internarían, ni se integrarín. Prefiriendo mercadear cerca de Gibraltar cuanto allí llevaban los indígenas, en un comercio de metales atlántico que llegaría hasta ese punto -por tierra y por el océano-. Ya que el Estrecho, ni el oceáno, son fáciles de navegar siquiera en verano; menos con aquellos barcos ligeros que en el Mediterráneo surcaban el mar a prisa. Puesto que la profundidad de quilla y el peso que necesita un navío de vela para tener seguridad en el Atántico, le convertirían en presa fácil de toda embarcación en el Mediterráneo. Lo que obligaría a cambiar de tipo de naves, o a finalizar la singladura antes de llegar al Estrecho. Ello fue un escollo insalvable durante todos los tiempos históricos y a mi juicio un hecho que explica la proliferación de culturas en el área de Almería; como: Los Millares (introduciendo el calcolítico en nuestras tierras desde el 3700 a.C.); El Vaso Campaniforme (que inicia el Bronce desde el 2800 a.C.) o El Argar (que genera el Bronce Pleno desde el 2200 a.C., acabando con Los Millares). Tanto como nos obliga a pensar por qué nacieron posteriormente Malaka, Sexi y finalmente Gadir (apenas a unas millas del Estrecho); o por qué Tartessos tenía la primacía, al poder cerrar el comercio del Atlántico (donde apenas los marinos mediterráneos se atreverían a adentrarse).
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, dibujo mío de la Estela del embalse de Orellana (circa siglo VII a.C.). Observemos en este que el guerrero luce un casco con grandes cuernos (muy similar a los nuragas) y entre ellos, un hacha doble (símbolo cretense, pero también arma usada en Cerdeña). A su lado derecho lleva una lanza y una espada de tipo “lengua de carpa”; muy parecida a las que se hallaron en la Ría de Huelva o a las encontradas en Cerdeña durante etapa nurágica (siglos XI al VIII a.C.). A su izquierda, vemos un escudo redondo (también parecido a los sardos); un espejo y un peine, objetos importados por modas orientales.
Abajo, espada sarda datada entre el 1200 y el 900 a.C., tal como la exhibe el Museo Nacional de Cerdeña -al que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Observemos que esta espada es igual a las que se encontraron en el hallazgo en la Ría de Huelva (ver imágenes arriba) y a las que figuran en las losas Extermeñas (de guerrero etc).
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Sea como fuere, en lo que se refiere al tema que tratamos (la colonización del Sureste peninsular); parece inevitable pensar que existió una protocolonización, venida desde Creta y Chipre entre los siglos XVI al XIII a.C. y que -a mi juicio- generaría las estelas alentejanas. Más tarde, llegará la precolonización; venida desde Cerdeña, cuando Creta entra en declive y la isla sarda hereda las rutas del metal cretochipriotas, desde el siglo XI a.C.. Ello, explicaría los dos tipos de culturas y de estilos en las lápidas de cada etapa; ya que a mi juicio, los sardos no serían tanto los continuadores de los cretochipriotas, sino sus sustitutos. De ello, se entenderá la tosquedad de las estelas Tartessias (o del Suroeste), que se parecen a los bronces nuragas -simples y naifs-; donde solo vemos el esquema de un guerrero o mandatario, representado con todas sus armas y atributos. Frente ellas, tenemos el refinamiento de las losas alentejanas, muy anteriores, pero que contienen una técnica escultórica semejante a la de los objetos cretochipriotas de etapa palacial y pospalacial (maravillosamente trabajados en piedra).
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Así pues, siguiendo mi forma de intuir la Protohistoria y la Edad de Bronce, podríamos trazar un primer esquema de colonizaciones, precolonizaciones y protocolonizaciones del Sur Peninsular, que sería el siguiente:
- 3500 a.C.: Predinástico en Egipto, gentes cercanas a Naggada llegan a nuestras tierras buscando metales e inician el calcolítico en zona cercana a Almería. LOS MILLARES.
- 2800 a.C.: Egipto dinástico. Gentes cercanas a los faraones, vienen hasta Almería en busca de estaño, se inicia la Edad del Bronce peninsular: VASO CAMPANIFORME.
- 2200 a.C.: Caída del Imperio Antiguo egipcio. Llegan nuevas expediciones a la zona de Almería, relacionadas con esta crisis (quizás como huidos). Probablemente el puerto de origen de expediciones será Biblos. Chocan con la Cultura de los Millares y acaban con ella, conviven con los del Vaso Campaniforme, que va desapareciendo gradualmente: EL ARGAR.
- 1680-1550 a.C.: Volcán Tera Santoino, destruye El Egeo, Creta y alrededores. Los egipcios huyen al sur del Nilo; los supervivientes de la erupción, se establecen en Canaán y en Egipto. Reino Hicso creado en el 1650 y expulsado en el 1550 a.C.; nace el Imperio Nuevo y el Minóico Palacial. Eclosión y apogeo de la Edad del Bronce, nacen los hititas. Llegan a nuestras tierras los protocolonizadores venidos de Creta y Chipre, para abastecer a Oriente Medio y Egipto de metales: FINAL DEL ARGAR, COMIENZA EL BRONCE BAJO, ESTELAS ALENTEJANAS. EN LA MESETA, COGOTAS I.
- 1100 a.C.: Aparece el Hierro; Troya cae un siglo antes, cuando el bronce deja de tener importancia. Cae el imperio Minóico, cae el Nuevo Imperio en Egipto; Chipre sobrevive gracias a la protección de los fenicios (sus vecinos en la costa). Llegan a las playas del Sureste peninsular los sardos como sustitutos de los cretochipriotas. Una parte de los habitantes de Creta y del Egeo Micénico se tienen que refugiar en las islas y en el Sur de Italia; irán creando lo que se conoce como Magna Grecia. Muchos de los minóicos se sabe se dirigen hasta Cedeña, tal como narra la historia de Dédalo. FINAL DEL BRONCE, PRETARTESSIO, PRECOLONIZACIÓN DESDE CERDEÑA, ESTELAS DEL SUROESTE.
- 900-825 a.C.: Llegada de los fenicios. Aparecen los hombres del Hierro en nuestras costas venidos desde Oriente Medio. Luchas entre las gentes peninsulares del Bronce y los expedicionarios que vienen con Hierro. Primeros asentamientos fenicios (825 a.C.). Los indígenas del Suroeste se organizan para evitar más conflictos y para comerciar con quienes llegan a sus costas: TARTESSOS, COLONIZACIÓN FENICIA.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, dibujo mío de un guerrero nurágico, luciendo su escudo, casco con cuernos y un gran pectoral cardiofilax, con el que protegían en torax. Esta coraza de pecho en metal fue una característica de los soldados y las gentes de Cerdeña, y creemos que pudo inspirar en parte los pectorales de El Carambolo. Asimismo, los guerreros ibéricos posteriores, lucieron un cardiofilax (redondo); especialmente los turdetanos, que en ocasiones lo llevaban decorado con cabezas de lobo o de Medusa.
Abajo, dispersión de las Estelas de guerrero, (Extremeñas o del Suroeste), tal como la expone el Museo Arqueológico de Badajoz -al que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Observemos que la mayoría se hallaron en el Sudoeste, aunque también han aparecido al menos tres de ellas, en El Ebro.



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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, estela de El Corchito, Cabeza de Buey, Badajoz, fechada entre los siglos VIII al VII a.C. -tal como la expone el Museo Arqueológico de esta provincia al que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. En la parte baja y demarcado en rojo, hemos incluido el dibujo explicativo que también expone en Museo Arqueológico de Badajoz (al que agradecemos nos permita divulgarlo), donde se ven claramente los trazos de la estela, en la que figura el guerrero, su escudo, lanza, peine,espejo y etc..
Abajo, arquero Nuraga dibujado por mí desde un bronce sardo de los siglos XI al IX a.C.. Observemos el parecido de diseño y estilo con los que figuran en las estelas de guerrero (o del Suroeste). Esa similitud además existe en los cascos escudos y armamento de sardos y tartessios.


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Para finalizar el artículo de hoy, recomendaremos leer un trabajo -relativamente reciente-, firmado por una arqueóloga sarda (Giovanna Fundoni) y uno andalúz (Francisco Gómez); cuyo título ya lo expresa todo: Relaciones del Suroeste con el Mediterráneo, durante el Bronce Final (siglos XI-X a.C.) Huelva y la isla de cerdeña (38) . La figura (5) de este estudio la presentaremos como última imagen -abajo-; donde podemos observar los hallazgos más destacados de material sardo del Bajo Bronce en la Penúnsula. Habiendo sido encontradas un total de quince restos nuragas, que se distribuyen del siguiente modo: Dos piezas en la zona de Cataluña (entonces supuestamente dominada por los Campos de Urnas); una en la zona de Cogotas I (Ávila), siete en el litoral Sur de Andalucía (dos de ellos en la frontera con Portugal); cinco en las costas portuguesas. Ante el mapa expuesto, hemos de ver claramente que diez son hallazgos en el Este peninsular y solo cuatro pertenecen al litoral Este (añadiendo uno más el área central). Todo lo que determina que los sardos visitaron mucho más el Atlántico que las costas de la Iberia cercanas a su tierra.
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Cuanto exponemos, deja claro que los sardos visitaban nuestras tierras con el fin de adquirir metales; pues aunque a sus puertos de origen se sitúan a unos siete días de navegación -en linea recta- de las actuales playas catalanas, allí tan solo hay dos hallazgos de piezas relacionadas con el mundo nuraga. Lo mismo sucede en las costas de Almería y Málaga (mucho más cercanas a Cerdeña que las de Portugal), donde tan solo se encontraron dos restos de esta cultura sarda. Mientras en el litoral atlántico, se han hallado la imensa mayoría. Observando los hechos y usando un método de porcentajes; podemos definir que de cada cien viajes que realizaban los sardos hasta nuestras tierras. En más de 33, 5 ocasiones atravesaban el Cabo de Sagres, llegando hasta el Alentejo. También en más de 33,5 singladuras, atravesaban el Estrecho, arribando hasta zonas la desembocadura del Guadalquivir y la del Guadiana (junto a Portugal). Solo en cada trece viajes (aprox), se quedarían en el área de Málaga-Almería; al igual que sucedía en tierras de Cataluña, donde apenas fodearían en algo más de trece ocasiones (por cada cien veces que pusieran rumbo a nuestra Península). Finalmente añado, que en poco más de cada seis singladuras, no sabemos dónde hacían puerto; pero sus mecancías alcanzaban el centro peninsular (como vemos en el dato de La Meseta).
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Todo lo expuesto antes supone que más del sesenta y siete por ciento de las expedicionas nuragas hacia tierras de Iberia, cruzaban el Estrecho de Gibraltar y que más del trece por ciento, se quedaban a las puertas de este difícil paso. Asimismo, entre las que se adentraban hasta el océano, siete de cada diez veces tocaban tierras de Portugal o cercanas a este país (llegaban a la desembocadura del Guadiana, la del Sado y hasta la del Duero); mientras tan solo en tres de cada ocasiones, fondeaban en el Bajo Guadalquivir. Esta preferencia de los protocolonizadores y precolonizadores peninsulares, por arribar a tierras portuguesas; ya la habíamos expuesto en mi artículo PORTUGAL EN EL BRONCE PRETARTESSIO -vide cita (36) -. Donde me referí a los veinticinco objetos de procedencia mediterránea y datados en el Bajo Bronce, que citan las profesoras Arruda (39) y Vilaça (40) . Trece hallazgos recogidos por Da.Ana Margarita Arruda y doce más mencionados por Da. Raquel Vilaça; que suman un total de veinticinco restos; frente a los apenas diez que se han encontado en tierras españolas. Lo que demuestra que los expedicionarios mediterráneos de la Edad del Bronce Bajo, fondeaban sus barcos principalmente en aguas atlánticas. Algo que bastará comprobar al ver el listado de objetos mediterráneos del Bronce Bajo, hallados en nuestras tierras -que presento en cita (41) -; y compararlo con los que recogen las profesoras Arruda y Vilaza -en citas (39) y (40)-. Obligándonos todo ello a pensar que de cada cien expediciones venidas desde el Mediterráneo durante el Bronce Bajo (desde el siglo XVI al IX a.C.), solo unas treinta fondeaban en costas españolas y el resto lo hizo en las cercanas a Portugal. Tal como describimos en el cálculo de probabilidades que presenté en el artículo antes referido -ver cita (42) -.
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Ello explicaría la colonización en el Sureste peninsular, no solo eso; sino asimismo el origen de Tartessos, que a mi juicio hemos de buscarlo más en tierras de Tavira, Sagres o Setúbal; que en Bajo Guadalquivir. Pues el nacimiento de esta civilización parece originado por aquellos expedicionarios que viajaban hasta el Atlántico, para lograr metales durante el Bajo Bronce; pero que más tarde se vieron incapaces de cruzar las Columnas de Hércules. Quizás debido a que los habitantes de la zona comienzan a cerrar el paso del Estrecho a los extranjeros, tras la llegada del Hierro; al producirse los primeros conflictos bélicos importantes entre colonos y naturales de la zona. Por lo que posiblemente desde el siglo IX a.C., algunas tribus del Suroeste peninsular se organizan, cerrando el cruce hacia el Atlántico; ante la presencia de los primeros colonizadores que traen pequeñas compañías, armadas con hierro. Todo lo que provocaría enormes luchas de poder entre los fenicios y los antiguos moradores de la Baja Andalucía y del Sur de Portugal. Que hasta entonces habrían convivido con cierta paz, comerciando con los visitantes y precolonizadores. Aunque el nuevo metal otorgaría tal superioridad a quienes navegaban hasta nuestras tierras desde Oriente Medio (principalmente fenicios); que les posibilitaría guerrear, lograndoo bases y ciudades, expulsando de ciertas zonas a los moradres antiguos. Aculturando y colonizando nuestras tierras, como nunca se había hecho. Fraguándose así, finalmente, la civilización tartessia; como colaboradora con los comerciantes y colonos venidos del Este mediterráneo, pero también como frontera y muro, para no dejar que los extraños llegasen por si solos, hasta las minas del Atlántico (principalmente las del litoral portugués y gallego, pero también las de Francia y británicas). Defendiendo y guardando aquello que más tarde llamaron los cartagineses: “La ruta de las Cassitérides”.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Al lado, estela de Las Puercas, Esparragosa de Lares, Badajoz; fechada entre los siglos VIII al VII a.C. -tal como la expone el Museo Arqueológico de esta provincia al que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Junto a ella y demarcado en burdeos, hemos incluido el dibujo explicativo que también expone en Museo Arqueológico de Badajoz (al que agradecemos nos permita divulgarlo), donde se leen claramente los trazos de la estela. En ella vemos de nuevo un guerrero con un gran casco con cuernos, escudo y espada (todos de tipo sardo); peine, espejo pinzas, algo que parece una honda y los “glandes”, junto a su hombro izquierdo y entre los cuernos del escudo (hay que recordar que entre las representaciones de guerreros nuragas, también existen los honderos con sus proyectiles y honda, en mano). Asimismo, llama la atención que luce lo que parece un faldellín (típico de la vestimenta sarda de esta época) y también un cardiofilax o protector del pecho (común entre los guerreros sardanas).
Abajo, espectacular fíbula o alfiler de prestigio, perteneciente al Bronce Final (circa siglos XII-X a.C.) que fue hallada en el yacimiento de Los Azafranales, de Coca (Segovia), en el nivel de un poblado de la Primera Edad del Hierro, fechado entre los siglos VIII al VII a.C.. Esta importante pieza pertenece al Museo Arqueológico de Segovia (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Se supone que la joya fue labrada por artesanos de Irlanda o de las Islas Británicas antes a finales del segundo milenio y se mantuvo en uso por los jefes de tribus o sacerdotes de esta zona de Coca, hasta el siglo VIII a.C. (al menos). En ella vemos un ejemplo de lo que significa el “Círculo Atlántico”, que tanto hemos mencionado. Un área cultural que irradió durante milenios una civilización nacida del megalitismo y de las comunicaciones mantenidas a través del océano; para comerciar ámbar, metales preciosos y gemas. Llegando la difusión de su cultura milenaria, desde Irlanda a Segovia; y desde el Sur de Portugal hasta el Báltico o el Centro de Europa.
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BAJO ESTAS LINEAS: Mapa de los restos sardos de periodo nuraga hallados en nuestra Península, publicado por Francisco Gómez y Giovanna Fundoni en su obra “Relaciones del Suroeste con el Mediterráneo, durante el Bronce Final (siglos XI-X a.C.) Huelva y la isla de Cerdeña". Observemos como en Cataluña tan solo se conocen dos hallazgos; pese a que sus costas se sitúan a unos 700 kmts. en linea recta y a 1000 kmts. viajado de cabotaje desde la isla sarda (menos de una semana de navegación a vela). Lo mismo sucede con el litoral Este de Andalucía, que también está relativamente cerca de Cerdeña, y donde solo se marcan dos vestigios sardos -Málaga y Álmería se sitúa a unos 1000 kmts en linea recta desde Cerdeña y a unos 1800 costeando (unos diez o doce días a vela)-. Pero donde más hallazgos sardos de época nuraga han aparecido, es en tierras después del Estrecho y en las zonas de minas (junto a Rio Tinto, o en los yacimientos portugueses). Pese a la penalidad que supone cruzar Gibraltar en barco y a la distancia que existe entre puntos como la actual Setúbal o Lisboa y Cerdeña (unos 2500 kilómetros de navegación en el mar; lo que supondría por entonces un mes de viaje a vela; casi tres veces más de lo que se tardaría en llegar a Cataluña).
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