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general, que contiene los más de ciento ochenta artículos que hasta
ahora hemos editado en "Tartessos y lo invisible en el arte".
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JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Caricaturas
de dos famosos arqueólogos a
quienes dibujé en 2015. Al
lado, la profesora Maria
Luisa de La Bandera; quien durante más cuatro décadas dedicó su
vida a la investigación y docencia en la Universidad de Sevilla.
Escribiendo decenas de libros
y centenares de artículos, entre los que destacan los dedicados a la
orfebrería ibérica, y en especial sobre la tartessia.
Abajo,
de nuevo divulgo un dibujo mío del profesor Martín Almagro Gorbea;
a mi juicio una de las mentes más ilustres de Europa, capaz como
nadie de comprender la Historia y el humanismo hispano. Pude
retratar a ambos arqueólogos hace años; teniendo la tristeza de no
haber llagado realizar más caricaturas de historiadores insignes, al
no haber logrado contactar (siquiera conseguir fotos de ellos;
fundamentalmente debido a que durante largo tiempo residí en Japón).
Una verdadera pena, pues en la actualidad vivimos una época de
enorme florecimiento intelectual en el mundo de la Historia Antigua y
especialmente en el estudio de Tartessos. Existiendo figuras como las
antes mencionadas, a las que debemos unir nombres de una increíble
valía, entre los que destacan: Sebastián Celestino Pérez; Marisa
Ruiz-Gálvez Priego; Javier Jiménez Ávila; Jaime Álvar Erquerra,
Alfredo Mederos Martín o Mariano Torres Ortiz. De
este último, jamás he logrado una fotografía, ni pude tomar
algunos apuntes de sus rasgos, para hacerle una caricatura. Por lo
que aún siendo el protagonista de nuestro artículo de hoy, no
podemos ilustrarlo con un dibujo del profesor Torres Ortiz (al que
tanto admiro y mucho me hubiera gustado dibujar).
INTRODUCCIÓN:
“Sociedad y mundo funerario en Tartessos”, por Mariano Torres
Ortiz:
.
Hoy
vamos a tratar acerca de los enterramientos de época y área
pretartéssica, basándonos en una gran obra de
Mariano Torres Ortiz.
El libro que seguiremos es SOCIEDAD
Y MUNDO
FUNERARIO
EN
TARTESSOS; editado
por la Real Academia de la Historia, hace ya unos veinte años (1)
.
En
el presente artículo analizaremos tan solo los primeros
planteamientos de este; refiriéndonos únicamente el mundo funerario
pretartessio. Aunque en el próximo, nos internaremos en la segunda
parte del libro, para analizar los enterramientos propiamente
tartessios. El
trabajo acerca de las tumbas y usos fúnebres en Tartessos que
seguiremos, fue publicado por el prof. Torres hace ya unas dos
décadas; y a mi juicio no ha sido superado, ni menos ha quedado
obsoleto. Pudiendo determinarse que todavía
es el texto más conciso y documentado acerca de los ritos fúnebres
y los cenotafios o enterramientos de estas fases protohistóricas. La
obra la divide el autor en cuatro partes, comenzando por unos
planteamientos iniciales,
donde explica el marco geográfico, la cronología y las prácticas
funerarias peninsulares durante el segundo milenio a.C..
Posteriormente
pasa a exponer una amplísima documentación arqueológica, en la que
recoge y describe las tumbas halladas hasta entonces en ese área y
de periodo tartessio
(treinta y siete en Andalucía; dieciséis en Extremadura y
diecisiete en el Sur de Portugal). Tras ello, procede al análisis de
los elementos descritos sobre estos enterramientos y sus aspectos
rituales; para llegar a unas conclusiones finales. Pero
hoy tan solo vamos a tratar acerca del mundo pretartessio, por cuanto
únicamente analizaremos los planteamientos iniciales, que presenta
Torrres Ortiz. Realizando un primer resumen del libro (bajo el
epígrafe “A”), con el fin de comentarlo en nuestra segunda parte
del artículo (epígrafe “B”). Asimismo
aprovecharemos los “pies de foto” -destacados en letra roja-,
para comentar y aportar ideas nuestras, acerca del tema (como es
común en “Tartessos y lo invisible en el arte”).
.
A-)
PLANTEAMIENTOS PREVIOS:
.
Bajo
este título comienza Mariano Torres Ortiz la obra, en cuya
introducción nos hablará del enorme potencial que contiene el
estudio del mundo y ritos funerarios tartessios, con los que podrán
hallarse las influencias culturales y sociales de esta interesante
civilización
(2)
.
Menciona inicialmente, que el
primero en analizar esas tumbas turdetanas fue Bonsor,
quien ya a fines del siglo XIX elaboró
“una
secuencia cronológica compuesta por cinco fases, caracterizada cada
una de ellas por sus propios ritos, materiales y construcciones
funerarias”.
Más
tarde surgieron las dudas acerca de la cremación del cadáver, que
aparecía profusamente en esos cementerios de Tartessos; pensando
fuera una costumbre funeraria importada por los fenicios
(tal como en un principio se pensó). Llegando
a ser el profesor M. Bendala, quien finalmente sostuvo que esas
incineraciones “tartésicas
no tienen su origen en el mundo colonial fenicio
ni en el de los Campos de Urnas, sino en la llegada de gentes de
origen mediterráneo portadoras del rito en época precolonial” (3)
.
.
Pese
a ello, Torres
Ortiz no es partidario de esta tesis, prefiriendo seguir la
teoría de los profesores Almagro (Martín Almagro Basch y su hijo,
Martín Almagro Gorbea). Quienes afirman que
la llegada de ese rito de cremación a zonas tartéssicas procedería
principalmente por la influencia y expansión de los “Campos de
Urnas”.
Civilización
que desde el
siglo XII a.C. se introduce en la Península itálica (promoviendo la
cultura protovillanovense); haciendo lo mismo poco después en
territorio ibérico. Extendiéndose desde
el 1100 hasta el 900 a.C.
y avanzando
primeramente por
el Pirineo Este; para -después- establecerse en gran parte de la
Meseta y el Levante peninsular. Todo
ello en
una paulatina inmersión que no deja rastro de lucha ni de violencia;
lo que hace pensar que impusieron sus ritos de cremación con un modo
de influjo gradual. En
lo que parece una aculturación paulatina, que cubrirá gran parte de
nuestras tierras con cementerios de urnas cinerarias, donde también
coexistirán ritos de inhumación. Unos hechos que suceden
varios siglos antes de la llegada de celtas y fenicios a esas zonas
(por
cuanto la incineración es una práctica muy anterior a la
colonización).
.
Continúa
el profesor Torres Ortiz marcando el área de estudio en que nos
debemos centrar, para conocer los ritos y modos de enterramiento
tartessios; siendo
esta: “el
Sudoeste de la Península Ibérica
desde
el valle bajo del Guadalquivir -por el sur- hasta
la
cuenca media del Duero -por el norte- (...) la provincia de Córdoba
y el norte de
la
de Málaga, la zona occidental de la provincia de
Toledo
y el oriente de Extremadura”
(4)
.
Delimitando
a conciencia esa zona de estudio, seguramente porque el resto del
mundo funerario peninsular debió de ser muy parecido. Ya
que la mayor parte tuvo un origen megalítico y desde el 1100 a.C.
fue influida por los Campos de Urnas; conviviendo desde entonces en
gran parte del territorio, los ritos de incineración con la
inhumación (esta última en cistas y preferentemente en túmulos de
gran tamaño -reaprovechando dólmenes o imitándolos-).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado cuadro
cronológico con las fases de los Campos de Urnas y la entrada de los
celtas en la parte Oriental de la Meseta; tabla tomada del trabajo de
Ma.
LUISA CERDEÑO;
FÁTIMA
MARCOS y
TERESA
SAGARDOY:
“Campos
de Urnas en la Meseta Oriental”
(5) .
Como
podemos observar, ya en el siglo XII a.C. se datan cementerios con
cistas cinerarias en a Meseta Oriental
(principalmente en las orillas del rio Jalón); produciéndose
una fase de “protoceltibérico” hacia el siglo VIII a.C., para
nacer el celtibérico pleno entorno al VII a.C. (con
cremaciones como rito común, poblados con viviendas en forma
rectangular y el uso divulgado del hierro).
Abajo,
imagen
del maravilloso Berliner GoldHut (“sombrero solar” de Berlín),
fechado entorno al 1000 a.C.; en etapa de Hallstatt-A y los Campos de
Urnas. Fue
comprado por el Berliner Staatliche
Museen en
el año 1196, en el mercado internacional; por lo que tristemente no
se conoce la procedencia, ni menos el lugar de hallazgo. Es
uno de los cuatro “gorros del sol” -goldhuts- encontrados (tres
de ellos expuestos en Berlín), aunque el único que se halló con
las alas de sombrero bajo el cono de oro. Así fue como -tras
adquirirlo-, se supo que aquellos otros largos cipos áureos, eran
partes superiores de un gorro ritual; pues hasta 1996 se consideraban
imitaciones de menhires, interpretándolas como esculturas con
carácter fálico y solar. Aunque al conocer el bombín y las alas
que este último conservaba en su parte baja, se comprendió que
todos ellos formaban parte de esos tocados rituales terminados en
cipo.
.
Fabricados
con la técnica orfebre del Bajo Bronce (batiendo en frío el oro),
el gran Berliner Golhut, tiene unos 74,5 centímetros de altura y
pesa unos 490 gramos. Acerca
de su hallazgo, solo podemos saber que uno
de esos sombreros de cono se encontró en Schifferstadt (cerca de
Speyer), directamente depositado bajo la superficie de la tierra. Al
parecer, ofrecido allí a los dioses;
tal como pudo ocultarse este otro, de mayor importancia y tamaño.
A juicio de los expertos,
sus dibujos circulares y globulares, tienen un claro carácter
calendárico; describiendo fases lunisolares
(tal como recogemos en palabras de David
Chipperfield -Architects- en artículo firmado por Annette Meier;
que extraemos de la página del NUEVO MUSEO DE BERLÍN, al que
agradecemos nos permita divulgar a imagen) (6)
. A
continuación, y en diferentes fotografías, recogeremos distintos
ejemplos de tesoros y piezas áureas peninsulares del Bronce Bajo;
que se relacionan plenamente con estos gorros de oro y con otras
muchas obras de orfebrería centro europeas, también fechadas
durante la etapa de los Campos de Urnas.
En
el epígrafe sexto de estos “planteamientos previos”, Torres
Ortiz analiza y recoge los enterramientos del segundo milenio a.C.
en:
“Andalucía
occidental;
El
sur de Portugal (necrópolis de cistas y losas alentejanas);
Extremadura
y
El
círculo cultural del Bronce Atlántico” (7)
. Con el fin de explicarnos las costumbres funerarias previas a
Tartessos (en su área de influencia) escribe
al iniciar este
capítulo: “durante
el III milenio antes de nuestra Era, la
documentación
sobre las prácticas funerarias del sudoeste
peninsular
es muy rica y se centra en la existencia
de
grandes enterramientos megalíticos de carácter
colectivo.
El panorama cambia en el milenio siguiente,
en
el que las evidencias son mucho más escasas y,
a
veces,
de carácter dudoso. No obstante, se presenta
aquí
una
breve discusión de la evidencia disponible”
-sic ver
(7)
-. Con
esta introducción, el
autor
nos indica que durante el segundo milenio entraremos en un periodo de
incertidumbre, con modificaciones en las que se abandonan los
megalitos y las fórmulas de inhumación paralelas al calcolítico
-con
dólmenes e hipogeos de múltiples difuntos-; para
sustituirse paulatinamente por nuevas formas de enterrar, entre las
que incluso aparece la cremación (por primera vez en nuestro
panorama territorial).
.
Así
pues, recoge
el profesor Torres Ortiz, que en
Andalucía Occidental “La
práctica de la inhumación de los cadáveres en
el
interior de los poblados se generaliza en todo el valle
del
Guadalquivir durante la Edad del Bronce, abandonándose
progresivamente
la anterior costumbre de la
inhumación
colectiva en
monumentos megalíticos y
cuevas
artificiales. La
adopción de este tipo de ritual
en
la Andalucía occidental puede
estar en relación con
la
expansión de esta práctica funeraria desde el área
que
ocupa la cultura argárica en
el sudeste de Andalucía”
(8)
.
Frases con las que comprendemos que desde
el 2000 al 1000 a.C. se abandonan paulatinamente los megalitos,
que hasta entonces en su mayoría se reutilizaban o imitaban; pasando
a crear cementerios con grandes cistas de varios enterrados. Siendo
desde entonces normal guardar a los difuntos cerca del poblado,
depositándolos en pequeñas tumbas -incluso
bajo las casas- y en la forma de “pithos” -dentro de tinajas-.
Las
cistas “colectivas”
de la etapa que hablamos, a día de hoy se
hallan conservadas como amontonamientos de piedra, donde junto a los
cadáveres siempre, hay numerosos objetos de metal.
Los primeros casos de aquellas nuevas formas funerarias se datan a
principios del segundo milenio a.C. y se hallan en Stefilla,
Monturque o en zonas limítrofes entre Huelva y Sevilla. Por su
parte, en lo
que se refiere al rito de inhumación en “cuevas artificiales”
(dólmenes), parece que se va abandonando y tan solo se documentan
algunos en uso durante el segundo milenio a.C., en la baja Andalucía;
cambiándose este modo gradualmente, por los enterramientos
individuales en cistas. Destacando
como lugar en que se conservaron las fórmulas más antiguas, la
necrópolis de Las Cumbres (El Puerto de Santa María); donde tenemos
un gran hipogeo que contiene unos veinticinco difuntos, fechado entre
los siglos XVII al XV a.C.. Mostrando que a
mediados de este segundo milenio a.C. aún se creaban cuevas
artificiales para inhumaciones, al modo calcolítico (9)
.
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Antes
de comentar las imágenes,
diremos que en numerosas ocasiones -algunos de los más de medio
millón de lectores que han visitado TARTESSOS Y LO INVISIBLE EN EL
ARTE- me han preguntado a qué universidad pertenezco. Evidentemente,
les he contestado que
no estoy inmerso en el mundo de las universidades y que ni siquiera
tengo licenciatura en Arqueología; ante lo que me han cuestionado
por qué -sin ser un “profesional”- escribo sobre Historia
Antigua. A lo que siempre les respondo del mismo modo: Porque solo
así puedo dar una visión diferente e incluso llegar “arriesgarme”
a presentar hipótesis e ideas, que serían demasiado aventuradas si
las plantease un profesor universitario.
Puesto que los profesionales están obligados a cumplimentar unos
cánones conforme a hechos probados y aprobados. Mientras un ajeno al
mundo universitario puede afirmar o plantear determinadas ideas, no
admitidas por el común de los investigadores. Así pues, creo
firmemente que cumplo con una función en mis estudios y en cuanto
escribo; pudiendo a través de ellos, ayudar a originar teorías
novedosas y que todavía no han podido ser comprobadas.
.
Partiendo
de lo expuesto, y acerca
de la expansión e influencia de los Campos de Urnas en el Sur
Peninsular. Aculturación venida de centro Europa, que el profesor
Torres Ortiz considera da origen al rito de cremación en Tartessos
-procediendo las incineraciones turdetanas del influjo de los Campos
de Urnas-. Me
atrevo a hipotetizar que los tesoros peninsulares del Bajo Bronce,
tendrían una misma linea de influencia. Para comprobarlo,
primeramente veamos los ajuares de El Carambolo
(arriba)
y de Villena
(abajo). La
imagen de las piezas halladas en El Carambolo está tomada en el
Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita
divulgarla). La del tesoro de Villena es la
"foto oficial" que presenta en sus paneles explicativos el
Museo de la Prehistoria de Valencia (al que también agradecemos nos
permita divulgarla). Comparemos
sus piezascon otras de orfebrería que más abajo recogemos en
fotografías.
.
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado, detalle del sombrero cónico de Berlín; con los adornos
globulares y circulares grabados sobre el oro batido (agradecemos
al Berliner Neues Musseum nos permita divulgar la imagen).
Hemos
visto en el comentario a la fotografía anterior del Berliner
Goldhut; el significado solar y calendárico que se concede a esta
pieza. Entorno a un tema similar, escribí hace no mucho, un artículo
sobre el posible sentido cósmico de los dibujos y decoraciones que
guarda el tesoro del Carambolo.
Para los interesados en leer este trabajo, pueden consultar nuestra
cita
(10) .
Abajo,
cuencos del tesoro
inglés de la Edad del Bronce llamado de Eberswalde (the Eberswalde
Hoard; por el lugar en que fue encontrado). Se trata de un ajuar de
oro de 81 piezas con peso mayor a dos quilos seiscientos gramos. El
parecido de estas piezas con las del tesoro de Villena y su datación
en épocas paralelas (entre el siglo XII y el IX a.C.); hace evidente
la enorme unión entre la Península Ibérica y las costas británicas
durante este periodo denominado Bronce Bajo. Acerca de ello hemos
tratado en un extenso artículo, donde
analizábamos las teorías de la profesora Ruiz-Gálvez, sobre la
Europa Atlántica en la edad del Bronce -ver cita (11)
-.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos
cuencos
áureos hallados en Axtroki (Guipúzcoa) y fechados en el
siglo VII a.C. -Bronce
Bajo- (agradecemos al Museo Arqueológico Nacional, nos permita
divulgar la imagen). Al
lado,
detalle central de ambos, donde vemos el parecido de su adornos con
el de los gorros cónicos áureos (golhuts) y con otras piezas
semejantes del Bajo Bronce europeo (Villena
o los tesoros ingleses). Tan
semejantes a otras obras de orfebrería europeas de época cercana,
trás
observar detenidamente estas piezas de Axtroki; nos
lleva a pensar que probablemente el ajuar de Villena debiera fecharse
en épocas más cercanas a este otro de Guipuzcoa. De lo que en mi
opinión el tesoro aliantino habría que datarlo en tiempos más
recientes y entorno a los siglos X y VIII a.C. (no
tanto entre el XIII y el X a.C., como se considera actualmente). Ello
cuadraría con la de los GoldHuts (los cuatro sombreros áureos
hallados en centro Europa) y con otras piezas semejantes
pertenecientes a la etapa expansiva de los Campos de Urnas. Pudiendo
así considerarse que todas estas grandes piezas del Bajo Bronce
(como el Tesoro de Villena, los cuencos de Axtroki, junto a múltiples
ajuares hallados en las inmediaciones de Hallstatt y en las Islas
Británicas)
deben fecharse entre los siglos XII al VIII a.C.. Unidos a la
expansión de los Campos de Urnas. Lo que explicaría a su vez la
infuencia de esta joyería en los orfebres de Tartessos.
.
.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS:
Otros
dos ejemplos de obras en oro del Bronce Final, con enormes parecidos
a las peninsulares y a las británicas.
Al lado, pendiente
áureo fechado hacia el 650 a.C. y hallado en el Cantón de Berna
(Suiza)
-agradecemos al Museo de Historia de Berna nos permita divulgar su
imagen-. Abajo,
cuenco encontrado en el Cantón de Zürich, conservado actualmente en
el Museo de Ginebra (al
que agradecemos nos permita divulgar su imagen). La
existencia de unos cérvidos y de soles y lunas figurando en la
decoración del cuenco, nos demuestra que en este caso no se trata de
cascos, ni de “coronas” de reyezuelos; sino de cuencos
ceremoniales, para ser utilizados a modo de cazos.
Sus dibujos, nos muestran el sentido en que debían de colocarse,
observando
en ellos al menos una media Luna (en su parte central) a la que
rodean dos “Soles” -o astros-. Bajo aquellos, aparecen cervunos,
que mucho nos sugieren la posterior figura del “Cernunos” celta;
dios con cuernos, reverenciado como deidad de los animales, de los
bosques y de la fuerza.
.
En
las imágenes observamos que ambas piezas podrían haber pertenecido
a ajuares españoles; siendo completamente imaginable que el
pendiente de Berna se hubiera hallado en La Aliseda (Cáreces; siglos
VII-VI a.C.), o que el cuenco de Zürich perteneciese al tesoro de
Villena (Alicante; siglos XII al VIII a.C.). Todo ello, muestra la
existencia de una enorme red de comunicaciones por mar, en la Europa
Atlántica, durante la Edad del Bronce. Unión marítima que se
completaría con una gran cantidad de vías pecuarias y de caminos
para el trasporte -que, al menos se mantendría hasta el Bronce
Bajo-. El motivo para la proliferación de rutas marinas y para la
existencia de estas comunicaciones, lo hemos explicado numerosas
veces; al deducir a través de mis estudios, que en El
Mediterráneo se agotaron las minas de cobre en el segundo milenio
a.C.. Pero que además, apenas existieron jamás yacimientos de
estaño junto a ese mar. Ello obligó a los buscadores de metal a
internarse por el Danubio y a recorrer las costas de la Europa
Atlántica, riquísimas en cobre y en casiterita. Llegando
pronto hasta el cobre de Rio Tinto, y el oro o la plata de Portugal y
Galicia (durante el VI milenio a.C.) . Pasando posteriormente a
hallar los enormes yacimientos auríferos de la Bretaña francesa y
de las islas británicas (las mayores en cobre y estaño).
Finalmente, en la misma búsqueda, arribarían hasta tierras del
Norte de Alemania, donde encontrarían el ámbar del Mar Báltico y
más tarde contactarían con las ricas minas del Rín y del Danubio.
.
Pese
a todo, estas vías y esa cultura unida de la Europa Atlántica, se
desvanecería con la difusión del Hierro por todo el Continente
(tras el siglo VIII a.C.). Siendo entonces cuando los grandes
imperios y núcleos urbanos del Mediterráneo (Egipto, Creta, La
Hélade, Oriente Medio), dejaron de necesitar cobre y estaño para
fabricar herramientas o armas. Así fue como se “difuminó”
sin apenas dejar rastro la civilización de la Europa Atlántica, tan
unida a la Europa Central durante el Bronce; tras la aparición del
nuevo metal férreo -fácil de encontrar y simple de forjar-.
Pues los yacimientos de hierro abundan por doquier y además el arte
de su fundición tan solo requiere el secreto de lograr una alta
temperatura (que se consigue usando carbón). A diferencia del
bronce, que precisa de un cobre apenas sin arsénico y de un estaño
con poco contenido de plomo. Metales que deben alearse al 92% y al 8%
(respectivamente); para lograr que sea tenso y flexible, capaz de
aguantar el golpe en la espada, el hacha o la azadón.
Estelas
Alentejanas:
Continúa
Torres Ortiz, describiendo las prácticas funerarias del segundo
milenio a.C. en el Sur de Portugal; recogiendo los tipos de
enterramientos en etapa previa a Tartessos -y en este área suya de
influencia-. Mencionando las famosas “losas alentejanas” (estelas
de tipo I que podemos ver en imágenes a continuación); cuyo
valor arqueológico es tanto como su importante calidad artística.
Lajas muy bien talladas, en las que figuran armas perfectamente
representadas -desconocidas, en su mayor parte-; que se fecharon y
estudiaron por primera vez en España por Almagro Basch (en
1966). Quien las documentó en base a las gubias, cinceles y
hachas de mango, en sus bajorrelieves; datándolas entre el 1000 y el
800 a.C.. Más tarde, Schubart (en 1971) propuso una cronología un
tanto más amplia, situándolas entre el 1100 y el 700 a.C.;
razonando esa datación al existir cuentas de vidrio, en algunas de
las cistas bajo esas estelas. Planteando Schubart la posibilidad de
que estas losas y sus cistas, perdurasen hasta la aparición de los
fenicios en las costas portuguesas. Pese a todo, será el prof.
Almagro Gorbea -hijo de Almagro Basch-, quien de nuevo más se
acerque a su procedencia y datación. Determinando que sin poder
fijar aún el momento del segundo milenio en que aparecieron esas
lajas; debemos pensar que fue mucho antes del siglo XI a.C., pues
desaparecieron hacia el 1000 a.C.. Siendo siempre más antiguas
estas estelas alentejenas, que las losas tartéssicas (de guerrero,
diademadas, o con carro). De tal manera, propone el profesor Almagro
Gorbea como fecha de aparición de las segundas estelas -de tipo
tartessio- el siglo XI a.C.; por cuanto hemos de pensar que por
entonces ya habrían desaparecido las del Alentejo (12)
.
.
Por
su parte, las investigadoras Aubert y Serna, considera estas losas
alentejanas mucho más relacionadas con El Argar y con el Bronce
Medio (nunca
con la etapa final del Bronce); creyendo
que se situarían entre comienzos y mediados del segundo milenio
a.C.. Una idea que también propone la prof. Ruiz-Gálvez; quien las
cree pertenecientes al Bronce Pleno -situándolas
a principios y mitad del segundo milenio a.C.-.
Por
su parte, Torres
Ortiz sigue a Almagro Gorbea, considerando que la aparición de estas
piezas alentejanas no podemos aún precisarla; pero debe considerarse
en el Bronce Pleno (antes del 1500 a.C.). Mientras su final ha de
fecharse en una etapa cercana al siglo XI a.C..
Escribiendo literalmente el profesor Mariano Torres
que su datación se ajustaría a
“la
representación en las mismas de hachas de enmangue directo (Assento)
que Almagro-Gorbea pone en relación con los contactos mediterráneos
que se producen con los movimientos de los denominados Pueblos del
Mar en los siglos XIII-XII a.C. En segundo lugar, por la inexistencia
de espadas pistiliformes representadas en las losas, clasificadas
tipológicamente en el Bronce Final II de Coffyn y para el que
Ruiz-Gálvez propone un inicio circa 1100 A.C. en fechas calibradas
de radiocarbono”.
Debido
a todo ello, Torres Ortiz considera estas losas alentejenas ajenas al
momento y periodo de Tartessos;
por cuanto solo se deben de mencionar como un antecedente de
enterramiento (entre los existentes en el área); pero ajeno al mundo
funerario de esta civilización perdida. Al situar aquellas lajas del
Alentejo, varios siglos antes a la aparición de la civilización que
el mito recuerda gobernada por Arganthonios (13)
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Recogemos
a continuación una serie de fotografías, con estelas alentejanas.
Comenzamos con esta del Museo de Aljustrel (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes), donde en la
segunda situamos una persona al lado de la losa, para comparar el
tamaño. Aljustrel
se encuentra en una zona de enorme importancia minera y en este museo
se expresa la historia del trabajo metalúrgico y de extracción en
yacimientos del área. Asimismo
se recogen numerosas piezas arqueológicas que han aparecido unidas
al mundo del metal y también en sus campos. Donde durante la Edad
del Bronce existieron grandes filones de plata y oro.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: De
nuevo la pieza de Aljustrel (Alentejo), llamada estela da Carniceira,
hallada en San Joao de Negrilhos.
Al lado, detalle de un arco, un mazo y un hacha, representados en la
piedra. Abajo,
vista de la losa, tal como se expone en el museo alentejano, donde se
fecha entre el 1600 y el 1200 a.C.(al
que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado,
sala del Museo Arqueológico de Beja, donde se exponen las Estelas
Alentejanas (agradecemos
a este museo nos permita divulgar nuestras imágenes y situamos una
persona en escena para poder comparar el tamaño de las piezas).
Abajo,
una
de las estelas mejor conservadas, donde podemos ver a nuestra derecha
tallada una gubia y a su lado, una hoz doble
(también llamadas agujas o desjarretadores). Este
tipo de armas se denominan por los arqueólogos “ancoriformes” y
hay quienes consideran que se trata de un objeto de prestigio,
similar a un cetro. En
el centro de la estela aparece un pequeño enser (quizás un arco
esquematizado o una anilla) y a su lado una gran espada. A su
izquierda, dos cinceles sobre lo que parece una azuela; y en el
extremo de la losa, dos hachas con sus mangos.
Estas armas, contienen la apariencia de ser a su vez herramientas de
trabajo, sobre todo para laborar la madera; lo que conferiría a la
etapa una enorme técnica para fabricación de
muebles, casas y principalmente, de barcos.
Siendo
necesarias hachas y azuelas de precisión, para crear las cuadernas y
los mástiles de las embarcaciones.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS:
Otras
de fotos de Estelas Alentejanas, tal como actualmente las exhibe el
precioso Museo Arqueológico de Beja
(al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). La
datación de estas losas de la Edad del bronce es muy dudosa y
algunos expertos portugueses consideran deben fecharse entre el 1600
y el 1200 a.C. (tal
como dictan también las investigadoras Aubert, De la Serna y
Ruiz-Gálvez). Al
considerar que las armas y herramientas que aparecen en sus
bajorrelieves, están ligadas al mundo argárico y son del Bronce
Pleno.
Otros expertos creen que más bien debieran catalogarse como piezas
del Bronce Final, fechándolas entorno al 1200 y 900 a.C.; aunque de
esta catalogación “escapan” arqueológicamente algunos de los
enseres representados en las estelas. Que no
tienen relación con el Bronce Final, ni menos con edades cercanas a
la del Hierro;
tal como sucede con los
desjarretadores o agujas de lucha; hoces dobles o podones, que en
ocasiones son llamados ídolos ancoriformes. Un tipo de armas o
herramientas, cuyo uso se desconoce en épocas posteriores y que
aparece repetidamente en gran parte de figuras y losas de la Edad del
Bronce
(tal como vemos en estas dos lajas, donde se representan junto a
espadas).
Las
Cistas y Estelas del Suroeste:
Pasa
a continuación el prof. Torres Ortiz a hablarnos de los
enterramientos del segundo milenio a.C., en Extremadura; recogiendo
de nuevo otras prácticas funerarias del área tartessia, anteriores
a la aparición de esta civilización. Comenzando por las necrópolis
en cistas individuales y de tipo argárico; que se consideran el modo
común de inhumación en esta zona, durante el Bronce Pleno. Pese
a todo, expresa que la aparición de un segundo tipo de estelas,
de clara vinculación tartessia (las llamadas extremeñas, de
guerrero, diademadas y etc); se ha unido a estas necrópolis de
cistas individuales. Todo lo que retrasaría enormemente la datación
de ese tipo de inhumaciones, llevándolas hasta el siglo XI a.C..
Cuando debemos pensar que desde el 1600 a.C., en Extremadura se hizo
común este enterramiento en tumba personal (relacionado con las
gentes del campaniforme y con El Argar) (14)
. Posteriormente continúa Torres Ortiz con una larga exposición
sobre las famosas estelas extremeñas (de guerrero, diademadas,
de carro etc) que más bien debiéramos denominar tartessias; pues
son de etapa y área plenamente asociada con esa cultura. Pero estas
losas, que aparecen principalmente en el sudoeste peninsular y
que toscamente llevan representados guerreros, armas y damas
diademadas; contienen dudas interpretativas. Pues existen
dubitaciones sobre su carácter funerario; pensando la gran mayoría
de investigadores que se trata de cipos que demarcarían una zona, o
bien de betilos labrados para marcar una camino. Debido a que
casi ninguna de esas estelas se han hallado “in situ”; ya que tan
solo dos de ellas se consideran encontradas sobre una cista; todo lo
que impide saber claramente su uso y su ubicación inicial.
.
Debido
a ello, existen numerosas teorías acerca de estas lajas
“tartessias”, entre las que destaca la idea de los profesores
Almagro (padre e hijo) quienes las ven muy vinculadas con el mundo
funerario. Teoría que también siguió el prof. Bendala y que
asimismo ratifica Sebastian Celestino Pérez; quien también
les concede un uso honorífico y relacionado con el poder o la
demarcación de territorios. Aunque otros investigadores, como Marisa
Ruiz-Gálvez y Eduardo Galán, desde hace veinte años mantienen que
están más asociadas a las marcas de caminos de trashumancia,
pudiendo constituir “mojones” indicativos y a su vez protectores
del territorio que señalan (sin negarles un uso ritual y de
rememoración de un difunto allí representado). Estas que resumimos,
son las dudas que plantean las “estelas extremeñas”; debido a
que tan solo dos de ellas han sido halladas junto a lo que parece un
enterramiento (la de Solana de Cabañas y la de Granja de Céspedes).
Por todo ello, Eduardo Galán expone que la descontextualización
de esas “losas tartessias” es muy dudosa, ya que todas están en
puntos relacionados con las principales vías de comunicación y
situadas en los nudos más importantes de estos caminos. Lo que le
lleva a pensar que se trata de “protectores” y “demarcadores”
de las rutas antiguas terrestres; fundamentalmente de trashumancia
(15) .
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: De
nuevo, imágenes de las estelas alentejanas del Museo Arqueológico
de Beja,
al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías. Al
lado,
otra de las losas, en este caso en muy mal estado y tallada sobre una
laja. Abajo,
la
misma estela,
en fotografía más detallada y donde vemos que no
parece representar armas, sino más bien lo que sugiere un árbol y
ramas
(o la figura esquematizada de un guerrero). Junto a ello, aparece un
objeto no identificable, similar a dos “enseres” unidos (quizás
un hombre y una mujer idealizados, o la esquematización de órganos
humanos).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado,
detalle
de una de las estelas alentejanas que antes hemos visto completas.
Observemos aquí
las dos hachas, junto a dos cinceles y una gran espada. A
la derecha de este espadón hay un objeto similar a unas pinzas o a
un pequeño arco y bajo la hachas también parece estar tallada una
azuela. Sería a su vez posible, que el pequeño objeto que no
reconocemos (en forma de arco o pinzas) pudiera representar la
entrada a una vaina de espada o una hebilla -enseres sagrados para un
guerrero-.
Abajo,
detalle del lado derecho de la misma estela alentejana. Destacamos
aquí, el pequeño arco, o bien la boca de vaina (¿hebilla?), que
antes comentábamos -en esta foto apareciendo arriba, a nuestra
izquierda-. Tras ello y en el centro de la imagen, un
desjarretador, hoz doble, podón o aguja de lucha; denominada ídolo
ancoriforme por muchos arqueólogos. Este objeto también pudo tener
un uso marino, siendo utilizado como “bichero” y para cortar los
cabos y desarbolar las embarcaciones enemigas. De hecho, aparece en
escudos portugueses del siglo XVI y XVII un utensilio muy semejante,
terminado en dos áncoras, que se representa entre cuerdas
trenzadas (siendo seguramente un “bichero”; usado para enganchar
objetos en el mar y poder cortarlos). Finalmente, en el extremo
derecho de la losa se observa una gubia o un enser que parece de
labor, más que un arma. Tratándose de un mango en forma de gancho,
al que se añade un estilete semejante a los que aparecerían junto a
las hachas (en foto anterior) -piezas del Museo Arqueológico de
Beja, al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías-
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado,
detalle de otra de las estelas que antes publicábamos en su cara
completa.
Observemos en este caso el podón o aguja (doble hoz), solo con mango
y sin doble áncora en la parte baja, quizás por haberse roto la
losa. A
su lado una bola perfectamente tallada, en el interior de un saco o
de una cesta; lo que podría indicar que representase un juego
(como el de cesta punta, que se sabe de origen ancestral). Junto a
este, dos palos planos, entrecruzados; lo que puede llevar a pensar
que nos habla de un juego similar a las “palas” de tennis.
También puede sugerir algo relacionado con los honderos; pues si
quisiéramos interpretar todos los enseres representados como armas.
La primera sería una aguja doble de lucha y a su lado estarían dos
hondas con un proyectil en forma de pelota (un
“glande” de honda, tallado en piedra).
Abajo,
otra de las estelas que expone el museo bejarano, en este caso con
una espada en el lado izquierdo y un “ídolo ancoriforme” en el
derecho. El bajorrelieve está además decorado con lo que
semejan dos cuerdas, que parece cortar el “arma” en forma de
áncora doble. Además de aparecer una vaina o hebillas, que cruzan
la losa en sentido horizontal -piezas del Museo Arqueológico de
Beja, al que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotografías-.
.
.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Diferentes
enseres, armas y herramientas de la edad del Cobre Final y del Bronce
Pleno, que se identifican con objetos representados en las Estelas
Alentejanas. Las estanterías
pertenecen al Museo Arqueológico de Écija (al que agradecemos nos
permita divulgar nuestras imágenes) y en ellas podemos ver cinceles,
leznas, espadas, gubias, sierras etc; de los milenios III y II a.C..
SOBRE
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Varias
imágenes de la estela de Solana de Cabañas. Arriba,
placa conmemorativa que
luce una réplica de la losa, que se encuentra muy cerca de donde fue
hallada. En
el cartel podemos leer que cuando apareció, en 1894, cubría una
cista. Posteriormente
habla de un guerrero celta y menciona a Viriato; quizás siguiendo lo
primero que se escribió sobre ella cuando en 1897 fue dada a conocer
a la comunidad científica; pues hoy sabemos que estas losas son de
etapa tartessia y se datan entre el Bajo Bronce y principios del
Hierro. Fechadas desde los siglos X al VII a.C.; antes de la llegada
de los celtas y más aún de la existencia del famoso caudillo
lusitano.
Al
lado,
fotografía del alcalde de Solana de Cabañas (Gregorio Solano Zuil)
con mi mujer; en el monolito levantado a la estela, junto al lugar
del hallazgo, a la entrada de este pueblo. Curiosamente
una réplica de ella se halla en Japón, en el Parque España
(Sakazaki, Isobe-cho, ciudad de Shima).
Abajo,
original de la Estela de Solana de Cabañas, tal
como la exhibe el Museo Arqueológico Nacional -al que agradecemos
nos permita divulgar nuestra imagen-. En
la gran losa vemos tallado un guerrero junto a su carro (a la
izquierda). Sobre la figura, que parece tumbada (quizás difunto) un
gran escudo circular. A la derecha, la lanza y espada; encima de la
cabeza, un espejo y lo que parece un casco. Es de destacar que
precisamente este guerrero que vemos tumbado en su figuración,
pertenezca a una de las dos lajas tartessias que han aparecido junto
a una cista. Lo que indicaría varios usos conforme a diferentes
representaciones, en estas Estelas del Suroeste (o extremeñas).
Quizás siendo estas en que vemos el guerrero en situación semejante
a un difunto, las que usarían para poner sobre su cista. El
hecho que destaco lo corrobora el lugar del hallazgo, ya que Solana
de Cabañas no es paso de caminos ni de vías principales pecuarias.
Por lo que su estela tendría un uso mortuorio y no de demarcación
de camino.
El
Círculo Atlántico:
Finaliza
Torres Ortiz su exposición acerca del mundo funerario pretartessio
-en su área-, hablando del problema del “círculo atlántico”;
un área cultural donde los enterramientos no dejan “rastro” (al
haberse entregado el difunto a las aguas o a la Naturaleza -entero, o
tras ser cremado-). Citando
que, últimamente, autores
como el prof. Escacena y la prof. María Belén, consideran que la
zona de Tartessos y el Surdoeste peninsular pueden sumarse a este
“círculo atlántico”, en el que se llevaban a cabo costumbres
funerarias de exposición sobre el mar, sus rocas o las riveras
fluviales. Rituales que se documentan en hallazgos de armas o
ajuares, entregados a los ríos
y posteriormente encontrados en lagos o en desembocaduras. Debiendo
suponerse, que junto a aquellas espadas o hachas aparecidas bajo el
agua, se habría llevado a cabo también la exposición del muerto
(incinerado o en cadáver completo). Una teoría
también confirmada por la prof. Ruiz-Gálvez quien denomina “círculo
atlántico” a estas culturas de la Europa más occidental, y donde
se realizaban este tipo de modos funerarios
(especialmente en las Islas Británicas, Galicia y costas de
Portugal). Consecuentemente, Torres
Ortiz escribe acerca de ello que “a
propósito del depósito
de
la Ría de Huelva, Belén y Escacena
dan
un paso más y sugieren que la presencia de
armas
en
las aguas estaría vinculada a las prácticas funerarias
atlánticas,
siendo arrojados también los restos
del
difunto, cremados o sin cremar, a las mismas.
Las
armas
constituirían por tanto verdaderos ajuares
funerarios.
Ruiz-Gálvez
no niega la funcionalidad funeraria
de
estos depósitos u ofrendas, pero destaca también
que
cumplían otras funciones de tipo social, como
acto
público
de amortización de
un objeto de valor
social,
de
un objeto de rango, y como símbolo reivindicador
de
derechos territoriales
No
obstante, como demostraremos, sí existen
tumbas que puedan adscribirse a la etapa cronológica denominada
Bronce Final,
conociéndose un numero cada vez más elevado de las mismas. Además,
Ruiz-Gálvez
señala que en ciertas regiones tradicionalmente vinculadas con el
denominado «Bronce Atlántico» sí existen enterramientos” (16)
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Otras
dos estelas del Suroeste, de tipo extremeño (tartessias), tal como
las exhibe el Museo Arqueológico Nacional
-al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-.
Al lado, la
encontrada en Magacela, Badajoz, donde vemos
un guerrero con su espada “al cinto” y luciendo casco con grandes
cuernos. A su vera, una gran lanza con sistema de recuperación
(seguramente
una cuerda figurada por una linea de puntos) y
un enorme cuchillo que se parece a los actuales de cortar carne
(sin duda un arma mortífera por entonces y que curiosamente veremos
entre los minóicos -tal como podemos comprobar en fotos dell Museo
de Rethimnos, más abajo-). En
la parte inferior de la estela, un gran escudo oval. Sus armas y
cascos son muy semejantes a las de los guerreros sardos de los sigos
XI al IX a.C. (Nuragas).
Abajo,
losa tartessia hallada en El Viso de Córdoba. En su
parte inferior aquí vemos un carro tirado por dos caballos,
toscamene tallados (observemos lo que parecen dos “perros” a
cada lado del carro). Sobre estos se halla el guerrero sentado,
luciendo pendientes, dos espadas y casco también con enormes cuernos
(a modo sardo). Encima de su figura, se observa un peine, un
espejo y una pequeña lanza (arriba). A nuestra derecha y a la altura
del torso del guerrero, un enorme escudo redondo; bajo este un arco,
flechas y un carcaj (torpemente representados).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado, página 13 del libro “Mesta trashumancia y lana
en la España moderna”, de Frco. Ruiz Martín y A.García Sanz
(Barcelona 1996). En el mapa, vemos las rutas de trashumancia de la
Penísnula; vías que Ruiz-Gálvez y Eduardo Galán identifican con
los puntos donde se han hallado las principales estelas tartessias.
Abajo,
estela de la
Atalaya de la Moranilla, yacimiento arqueológico tartessio, situado
junto a Écija. La losa
se expone en el Museo Arqueológico de Écija (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen) y en
ella vemos a un guerrero, luciendo casco con cuernos, con un arco y
escudo (a la derecha), con espejo y espada (a nuestra izquierda).
Écija sería el punto donde se unen las rutas 5 y 7 de trashumancia
que vemos en el mapa superior, a medio camino entre Córdoba y
Sevilla.
B)
COMENTARIO A LOS “PLANTEAMIENTOS PREVIOS” de Torres Ortiz:
.
B-1)
Sobre el origen de la incineración en nuestras tierras:
Nuevamente
señalaremos que hay varias teorías acerca del origen del rito de
cremación en la Península Ibérica. Distinguiéndose quienes lo
consideran una influencia surgida tras la expansión de los Campos de
Urnas (Almagro, Torres Ortiz etc). Mientras otros
investigadores creen que ese modo nacido durante el Bronce Bajo
en nuestras tierras, sería de una costumbre llegada del
Mediterráneo e importada por pueblos precolonizadores (anteriores
a los fenicios y a los griegos). El hecho cierto es que desde el
siglo XI a.C. ya se observan cremaciones en nuestras costas del Sur;
lo que hace pensar a algunos expertos que vineron unidas a los Campos
de Urnas. Aunque otros autores (como el prof. Bendala) creen
que la incineración llegó por mar, traída por gentes del Egeo, de
Anatolia o de Oriente Medio. No vamos a entrar en discusiones que
serían de una enorme dificultad resolver; pues personalmente creemos
que la aparición de la cremación en tierras del Sur de Iberia puede
deberse a ambas causas: A la expansión de los Campos de Urnas, pero
a su vez a la llegada de precolonizadores marinos venidos desde el
Oriente Mediterráneo. Ya que en los dos casos, la aculturación y
adaptación a las gentes extranjeras, parece producirse sin luchas ni
grandes traumas. Lo que nos hace pensar en un intercambio, más
o menos pacífico y comercial, entre los antiguos habitantes
peninsulares y los hombres de los Campos de Urnas; tal como sucedería
con aquellos otros que llegaban en barco desde el Oriente
mediterráneo.
.
Pese
a esas dos influencias, para consider el origen de la cremación en a
Península, no habríamos de olvidar un último dato, como es el de
la inclusión de nuestras costas del Oeste en el “círculo
atlántico”. Zona que comprende la “unión por mar” durante
el Bronce Atlántico, llevada a cabo milenios y navegando desde el
Norte de Europa a las Islas Británicas y de estas hasta Cádiz. Un
“círculo cultural” en el que sabemos se practicaba el rito de
cremación y de posterior entrega de los restos a las aguas. Tal como
se hizo -al menos desde el 1700 a.C.- en el llano de Salisbury
(Cornualles, junto a Stonehenge). Conociéndose que en las cercanías
de ese cromlech -el más famoso del Mundo-, existió un espacio donde
peregrinaban familiares del difunto, para incinerar sus restos y
ofrecerlos a un pequeño río sagrado, que fluye cerca de Stonehenge
(Avebury). Costumbres que -al parecer- se conservaron hasta las
culturas castreñas del Norte de Iberia; que no seguían gran parte
de los usos celtas. Pues entre las normas típicamente
indoeuropeas, que no guardaban nuestra civilización de los
castros; estaba la de navegar y viajar por mar -lo que apenas hacían
las tribus de tronco indoariano-. Por lo que algunos grupos
galos, irlandeses o ingleses (Vénetos, Gaélicos, Pictos o Scotos),
afirmaban dominar el arte de fabricar y dirigir embarcaciones, al
tener un origen distinto al de otros celtas. Pero, para completar las
diferencias entre castreños e indoeuropeos, hay que añadir que
los habitantes de esos poblados norteños ibéricos vivían en chozas
circulares -no cuadrangulares, como los celtas- y también carecían
de necrópolis de incineración. Suponiendo los investigadores, que
entregaban al difunto a los ríos o al mar; seguramente una vez
cremado (tal como se realizaba en las Islas Británicas
desde tiempos de Stonehenge).
.
De
lo expuesto, deducimos tres tipos de ritos funerarios de cremación
que existirían en el Bajo Bronce hispano: El importado por los
Campos de Urnas; el de los pueblos orientales mediterráneos venidos
por mar; y la exposición a las aguas, tras la incineración -del
“círculo atlántico”-. Tres modos de cremar y verenar los restos
del difunto, que pudieron pervivir durante la Primera Edad del Hierro
y por lo tanto llevarse a cabo durante la etapa pretartessia y
tartessia -en todo el área de esta
civilización-. A ellas, se uniría
después del 825 a.C. (17) la
cremación e inhumación de tipo fenicia, y desde el 700 a.C. la
incineración y entierro de tipo celtibérico; e incluso más tarde,
ritos que importarían los griegos
tras su aparición en nuestras costas del Levante (allá por el siglo
VII a.C.). Toda esta amalgama sería
lo que conformaría el mundo funerario tartessio -a mi modo de ver-;
pues debemos considerar que en aquellos días la mezcla de gentes y
culturas en nuestras tierras, debió de ser más que llamativa. Ya
que la Península se convertiría tras la aparición del Hierro en
Anatolia, en refugio de quienes huían de las crisis de Oriente Medio
y de Egipto; que desde el siglo XIII a.C., se vieron sometidos al
azote de los recién nacidos pueblos del Hierro.
Gentes férreas y feroces, venidas del mundo hitita; armadas con un
nuevo metal, mucho más duro que el bronce, más fácil de forjar,
más barato y cuyos yacimientos podían hallarse por doquier. Algo
que supuso como si actualmente un pueblo bárbaro y belicista, se
hiciera con un arma superior a la bomba atómica. Ello fue lo que
sucede en el siglo XIII a.C. en Anatolia; y desde aquel entonces las
guerras y crisis de Oriente Medio, del Egeo o de Egipto, se
sucedieron una tras otra. Principalmente
con las luchas de los Pueblos del Mar; gentes expulsadas por las
crisis del Hierro en Anatolia, organizadas como hordas marinas que
buscaban un territorio donde asentarse. Llegando algunos a tierras de
lejano Occidente (Cerdeña, Sicilia, Iberia etc), otros
estableciéndose en zonas de Palestina o Líbano;
mientras muchos luchaban ya contra Ramsés III, logrando
en el siglo X a.C. conquistar parte de el Nilo (tanto
que poco después tuvieron un faraón de esta étnia, llamado Sesonq
I).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Castro de Santa Tecla y sus cabañas de planta oval. Tal como hemos
dicho, los pueblos del “círculo atlántico” conservaron
costumbres absolutamente ajenas al mundo celta. De este modo, aunque
se quiera incluir entre los indoeuropeos, a las culturas castreñas
del Norte de España; hay varios hechos que nos impiden aplicarles
esta clasificación definitiva.
El
primero es que los celtas apenas navegaban, ni eran amantes del mundo
marino (no
se alimentaban de pescado, ni menos de crustáceos, tal como lo
hacían las gentes castreñas). El
segundo y muy importante, es el trazado de las casas en los poblados
norteños de Iberia; con planta redonda, de tipo megalitista y común
en el Bronce peninsular.
Un “urbanismo” absolutamente ajeno la que seguían las tribus
indoeuropeas -incluso, los fenicios-, que habitaban en poblados y
hogares con traza rectangular. Por
último, es un hecho crucial la inexistencia de necrópolis en las
zonas castreñas; siquiera de alguna cista con cremación y
enterramiento en urna, tal como sucede en todo el mundo celta
(incluso en el celtíbero). Pues no se han hallado cementerios, ni
ritos de incineración o inhumación, entre estos habitantes de los
castros; todo
lo que constituye un enigma sin resolver y una prueba de que el mundo
castreño es más atlántico que indoeuropeo. Debido a que estos
“supuestos celtas del Norte de España”; navegaban, se
alimentaban de pescado, vivían en casas circulares y no cremaban a
sus muertos (ni siquiera los enterraban).
Todo lo que indica una religión, un modo de vida, unas costumbres
funerarias y hasta una alimentación, ajena a la de los celtas.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
De nuevo, fotos del Castro de Santa Tecla y sus cabañas de planta
circular. Mucho se ha escrito a lo largo del siglo XIX y comienzos
del XX, acerca de las culturas célticas; deseando unir todas en una
misma civilización, que los “sabios decimonónicos” denominaban
indoeuropeas (olvidando
que Grecia y Roma son tan indoeuropeos como los celtas).
Incluso se les llamó “indogermanos”, haciendo ver que era
Alemania el centro desde el que se irradiaba este mundo celta, que
daría origen a los galos, los britanos, los gaélicos, los
portugueses, los celtíberos y las culturas castreñas (conforme se
dijo). Finalmente el “panceltismo” fue tan absurdo y racista, que
apoyó ideas como las de Nietzsche acerca de la superioridad del
hombre alemán. Llegando a mantener que el dolmenismo y el
megalitismo, era la gran obra de este pueblo de tronco indoariano y
cuyos orígenes debíamos situar en la antigua Germania. Poco a poco
se fueron desmontando estas teorías pan-arqueológicas sobre los
indogermanos, que llevaron a considerar razas superiores a sus
descendientes (frente a otras inferiores, como las semitas y la
judía). Y pese
a que a finales del siglo XIX los sabios europeos aún afirmaban que
dólmenes como los de Antequera, eran arquitectura celta; finalmente
se supo que los megalitos tenían ya milenios cuando aparecieron los
primeros celtas a actual Alemania. Del mismo modo ha sucedido con
otros muchos mitos del panceltismo. Entre ellos, la joyería del
Círculo Atlántico, que se ha demostrado data del Bronce Medio y
Bajo; aunque estuvo enteramente vinculada al mundo indoeuropeo hasta
no hace mucho
-aunque esa orfebrería se fecha varios siglos antes de la entrada de
los Celtas en la Europa Atlantica (sobre todo, en nuestras tierras)-.
JUNTO
ESTAS LINEAS:
Una
vivienda cuadrada en Santa tecla; los arqueólogos de nuestra época,
cuando encuentran una vivienda con planta rectangular en los castros,
consideran que puede ser ya de época romana. Pues es sabido que la
forma de construir de los poblados norteños era igual a la del
“círculo atlántico” (con casas ovales). Pese
a ello, hasta hace no mucho, los castros estuvieron tan solo
vinculados al mundo indoeuropeo. Cuando
el “panceltismo” -referido
en párrafos anteriores- impidió
ver una realidad arqueológica, como fue la existencia de una Cultura
Atlántica, unida y unificada por el océano, durante el Eneolítico
y El Bronce.
Donde
los individuos comerciaban y se comunicaban durante miles años y se
mantuvieron en conexión, con costumbres parecidas hasta la Edad del
Hierro.
Este es un
hecho que se demuestra al observar la expansión de los megalitos en
todo el área atlántica y las culturas paralelas, seguidas por
gentes del Bronce en el litoral de la Baja Andalucía, Portugal,
Galicia, el Cantábrico, la Bretaña francesa, las Islas Británicas
y las costas del Norte de Europa.
Pese a estas evidencias, que se manifiestan en el dolmenismo o en el
Vaso Campaniforme (extendido por todo el área atlántica). El
panceltismo no solo propició que se olvidase a los verdaderos
constructores de los megalitos o a quienes divulgaron el Vaso de
Campana; sino que además engulló como suya la cultura de Hallstatt
y la de los Campos de Urnas.
Pese
a que las gentes indoeuropeas no se habían asentado en el centro de
nuestro Continente, cuando ya Hallstatt había exportado el rito de
enterramiento en urna
-tras incinerar al muerto- a tierras de la actual Francia, España o
Italia.
.
Nuestras
tierras desde el siglo XII a.C se convertirán en un refugio de los
huidos de la “crisis del Hierro” en Oriente Medio; pero además,
por su buen clima y la riqueza de sus minas, debió de ser
considerada un paraíso. Un Jardín de las Hespérides al que
dirigirse, para escapar de las continuas conflagraciones entre los
ejércitos del bronce y los férreos (guerras entre las que
debemos destacar la Guerra de Troya). Ello unido a su situación
al extremo Occidente -en el fin del Mundo antiguo- la hará ser
concebida como la entrada al “Hades”, el comienzo del reino
de los muertos (nuestro cielo cristiano); donde se situarán Las
Hespérides, sus manzanas de oro y el lugar en que habitan los
dioses. Aunque la fama de una Iberia Elisea, que luego recogen los
mitos grecorromanos, principalmente nacerá por la proliferación de
minas de cobre y estaño en su “brecha” Oeste (desde Rio
Tinto a Galicia); a las que se unían los enormes yacimientos de
oro y plata del área atlántica (Sur de Portugal, Duero, Orense,
Asturias y etc). Por cuanto exponemos, hemos de considerar nuestra
Península durante la Edad de Bronce Bajo, como lo que hoy puede ser
Kuwait o los países del Golfo Arábigo; donde los buscadores de
riquezas hallaban las mejores oportunidades.
.
Cuanto
hemos expresado acerca de la antigua Iberia, atraería a gentes de
todos los lugares del Mediterráneo y de las tierras más lejanas.
Quienes primeramente vinieron buscando ámbar y oro (ya en el V y IV
milenio a.C.); pero que desde el VI y III milenio se vieron obligados
a llegar hasta el “círculo atlántico” para obtener cobre y
luego estaño: Materias primas para fabricar cualquier herramienta
(sin las que ninguna civilización sobrevivía por entonces). De
tal manera y sabiendo que las mayores minas cúpreas y
cassitéricas, cercanas al Mediterráneo, se hallaban en la costa
Atlántica española. Provocaría que tras descubrir estas, se
llegase pronto a los riquísimos yacimientos portugueses o a los
Galicia, para hallar más tarde los del Cantábrico, los de la
Bretaña Francesa y finalmente, los grandes filones de las islas
Británicas. Por cuanto no solo hemos de suponer que existía un
“circulo atlántico” unido en sus costumbres y usos; sino que
-además- ese “círculo atlántico” fue el mayor proveedor de
metal y riqueza para las civilizaciones del Mediterráneo, durante
toda la Edad del Bronce. Hasta donde llegarían cada verano,
naves venidas del lejano Oriente (Anatolia, El Egeo, Creta, Chipre,
Hebla, Biblos etc); buscando las materias primas por entonces más
imprescindibles para subsistir (el estaño y el cobre). A su vez,
también hemos de añadir, que la expansión por nuestras tierras de
los Campos de Urnas, tendría una historia paralela. Estableciéndose
como gentes llegadas hasta el extremo Occidente huyendo, pero en gran
parte buscando metales. Hechos que pudieron transmitirnos el rito de
cremación, traído por infinidad de gentes e instituido por
múltiples influencias.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos
fotografías de AguaSal, población vallisoletana en las cercanías
de FuenteOlmedo; donde se encontró una de las más importantes
tumbas campaniformes. En
la excavación de la fosa de Fuente Olmedo, participó el profesor
Germán Delibes, quien afirma que las gentes de esta cultura del
“vaso acampanado”, tuvieron gran interés por los puntos donde
había sal. Argumentando que probablemente, hace miles de años, este
pueblo hoy llamado Aguasal, fuese una gran salina. Ello explicaba el
hallazgo de la la tumba de un jefe de etapa campaniforme en Fuente
Olmedo (apenas a unos cinco kilómetros); enterrado junto a sus
cerámicas y enseres personales (19)
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos
imágenes de la cultura Campaniforme.
Al
lado,
algunos de los enseres que portaba el “jefe de etapa campaniforme”
cuya tumba fue hallada en Fuente Olmedo (cerca de Aguasal). En
primer lugar, observamos su diadema de oro (cinta que portaba sobre
la cabeza) y detrás un puñal (de bronce muy arsenicado), junto a un
brazal de arquero y una punta de flecha en piedra. Como
vemos, ya durante el Campaniforme (desde el 2800 al 1800 a.C.) se
llevaba a cabo la inhumación fuera de dólmenes o tholos
-no como se había hecho hasta entonces, tratando al difunto cual
vivo y trasladándolo a una gran cámara mortuoria-.Pero
se tardará varios siglos hasta que lleguen a nuestras tierras los
ritos de cremación, que comienzan a expandirse entre el 1200 y el
1100 a.C. (procedentes de Halsstatt y difundidos por las gentes de
los Campos de urnas). Pese a ello, entre las culturas del “Círculo
Atlántico”, parece que se pudo realizar un tipo de incineración
desde tiempos ancestrales; entregando los restos del finado a las
aguas (o a la Naturaleza). Tal como sucedía en las inmediaciones de
Salisbury, junto al famoso Stonehenge; donde desde el 1700 a.C.
cremaban cadáveres para echarlos a un riachuelo cercano (Averbury).
Estas, parecen haber sido las costumbres que guardaban los habitantes
de los castros norteños, hasta la llegada de los romanos; tal como
finalmente determinaron los arqueólogos, al no hallar sus necrópolis
con urnas (intentando adscribirlos al mundo puramente celta).
.
Tanto
fue así, que el magnífico García y Bellido, todavía en 1968 (20a)
,
consideraba que los edificios hoy catalogados como “saunas de los
castros”, eran posibles cámaras y hornos para llevar a cabo las
cremaciones. Pese a ello, actualmente todos los expertos reconocen
que nada se sabe acerca de las costumbres funerarias de la
civilización castreña; mencionando la posibilidad de una cremación
y una posterior exposición al mar (o a los ríos), aunque también
dejan abierta la hipótesis de la exposición a las aves carroñeras.
Pero
-personalmente- no estamos de acuerdo en este último punto, ya que
las culturas actuales que siguen el uso funerario de dejar engullir a
las aves y animales carroñeros sus difuntos (como los Parshis en la
India o en el Norte de Nepal); solo abandonan los huesos cuando el
finado ha caído en batalla (tal como hacían los celtas). Pero en
caso de exposición por muerte natural, se recogen finalmente los
restos del fallecido que los animales no devoran; para ser partidos
en trozos y enterrados en una urna (tal como sucede normalmente en la
cremación). Por
todo ello, creemos que los ritos que siguieron los habitantes de los
castros del Norte de España y de Portugal, se relacionarían más
con los de la Edad del Bronce en el círculo Atlántico; incinerando
al difunto y esparciendo luego sus cenizas en los ríos (o en el mar)
-acerca de lo tratado ver citas (20b)
y (20c)
-.
Abajo,
vasos “acampanados” hallados en Palencia, tal como los muestra
actualmente el Museo Arqueológico Nacional
(al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos
fotografías tomadas en el Museo Arqueológico nacional (al que
agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Al
lado,
una reproducción de tipo de enterramiento argárico (entorno al 2000
a.C.), en una cista bajo la casa, tal como se inhumaba en esta
cultura paralela al Campaniforme -que
descubrió Luis Siret en el sigo XIX-.
Abajo,
hallazgo de la Ría de Huelva, con numerosas armas de la Edad del
Bronce Bajo (entorno a los siglos XI al IX a.C.). Hasta hace poco
tiempo el famoso “hallazgo de la Ría de Huelva” se consideraba
simplemente un cargamento de espadas y lanzas, que volcaría en esta
zona de mar, antes de llegar a su destino. Años más tarde se
comenzó a cambiar de hipótesis (dada la profundidad del lugar y las
distintas dataciones de las armas), hasta que hoy en día se
considera producto de un ritual de entrega a las aguas, de puñales,
espadas y lanzas. Una
ceremonia sagrada que se cree pudo estar ligada a las funerarias,
pensando los arqueólogos que “esta exposición” del muerto al
río, iría acompañada con la entrega de sus ajuares militares.
Modos fúnebres quizás seguidos en todo el “círculo atlántico”
y que explicarían la inexistencia de necrópolis en los castros
norteños; además de su relación con fórmulas ancestrales de
cremación y entierro en Stonehenge y otros megalitos británicos.
B-2
) Sobre la permanencia de los ritos funerarios milenarios de la
Península:
Otro
de los problemas al que nos enfrentamos cuando queremos tratar sobre
el mundo funerario tartessio y pretartessio, es la permanencia de
ciertas costumbres ancestrales, en esta zona del Sur Peninsular.
Donde sabemos, por múltiples yacimientos, que el mundo del cobre y
del Bronce estaba unido a la inhumación colectiva en cavernas
naturales o artificiales (como en la cueva de Menga o en la de
los Murciélagos). Unos modos que parece no se abandonaron del
todo hasta a segunda Edad del Hierro; pero que ya se observarán en
el VI milenio a.C. en zonas de Almería y Huelva, desde donde se
extendieron por toda la Península con la difusión de los megalitos
(ver mapas abajo). Así pues, desde el V milenio y hasta la
llegada del Bronce Primero a la Península, con la expansión del
Vaso Campaniforme (entorno al 2800 a.C.); los ritos funerarios
peninsulares estuvieron ligados por un lado al dolmenismo y por otro,
a la Cultura de los Millares (que da comienzo al Cobre). Los Millares
se inicia desde el 3500 a.C. y en su área de influencia
-Álmería, Sur, y Este peninsular- se enterraba en “tholos”
comunes; hipogeos hechos en piedra y adobe, imitando dólmenes (donde
se inhumaban entre cien y veinte individuos).
.
Estos
copiaban los ritos del megalitismo, que se extendió desde el V
milenio, por todo el área cercana al Atlántico, Portugal, Sur de
Andalucía, el Cantábrico y hasta el centro peninsular. Generando
costumbres funerarias que serían heredadas por culturas muy
posteriores, donde se inhumaba a ciertas castas o a grupos
-seguramente de mando-; en cuevas artificiales construidas con
enormes piedras. Quienes, a modo de “faraones”, fueron
enterrados en esos dólmenes ciclópeos, utilizados en ocasiones
durante varios siglos (existiendo casos de los túmulos usados de
modo continuado durante más de quinientos años). Aunque estas
civilizaciones propiamente occidentales (Los Millares y el
megalitismo), se desvanecen en la Península entorno al 2800 a.C.;
cuando da comienzo el Bronce Pleno en nuestras tierras. A mi juicio
debido a la época paralela y coincidente con la creación del Egipto
Dinástico; momento en que hemos de suponer que los habitantes del
Nilo y de Mesopotamia, necesitaron cobre y estaño en grandes
cantidades. Llegando -de seguro- por entonces hasta nuestras
costas, los mercaderes de metales ligados al faraón y a las
civilizaciones del Tigris y el Eúfrates (cretenses, heblitas,
giblitas, chipriotas etc). Provocando una nueva fase del Primer
Bronce peninsular, que emerge desde Almería y se extiende por toda
Europa, difundiendo la cultura del Vaso Campaniforme.
.
La
nueva civilización, llamada Campaniforme, distribuyó por todo el
Continente europeo este tipo de cerámica (con forma de campana) y su
enorme eclosión se debió -a mi entender- al intercambio de
metales del Atlántico, trocados por mercancías del Mediterráneo
(en especial, abalorios, cuerdas, objetos de esparto, mimbres,
cueros, utensilios y etc). Como hemos dicho, la cultura
campaniforme era ajena a la dolménica, por lo que aunque
reutilizó en muchos casos estos cenotafios para inhumar sus
difuntos; se observa en su etapa cierto vandalismo hacia los
megalitos y sus verdaderos “moradores”. Destruyendo y
transformando las gentes del Campaniforme esas grandes tumbas, para
reemplazarlas o construirlas de otro modo; actuando en ocasiones como
nuevos dueños del dolmen, pero perdiendo gran parte de su sentido
original. Pese a todo, los hombres del Campaniforme instituyeron
unos nuevos usos funerarios, entre los que destacó el enterramiento
en fosa (individual y colectiva). Pero a pesar de ser muy diferentes
a los que antes habían vivido en nuestras tierras, convivieron bien
con las gentes unidas al dolmenismo y a Los Millares (cuyo centro
de difusión desde el 3500 a.C. había sido también Almería). Por
cuanto, los rituales de inhumación entre estas culturas; en
ocasiones se parecieron mucho. Aunque se hizo ya común el uso de
fosa o cista rodeada de piedra entre los del Campaniforme; como
podemos comprobar en los establecimientos de La Meseta (en especial
en zonas con esparto, como Ciempozuelos). Donde nos muestran que el
enterramiento común era en fosa -única o colectiva-, en la que
dejaban al reyezuelo o a las personas de importancia, junto a sus
enseres y jarros (después de haber libado en ellos bebidas
alcohólicas obtenidas del cereal).
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba
dos
mapas que ya hemos publicado, para contrastar el megalitismo y los
recursos minerales de la Penísula Ibérica. A la izquierda, mapa
trazado por mí, siguiendo a Kalb y con la situación de los
megalitos. A la derecha “Recursos minerales de la Península
Ibérica”, tal como los publica Marisa Gálvez-Priego en su
magnífico libro LA EUROPA ATLÁNTICA EN LA EDAD DEL BRONCE
(Barcelona 1998, pag 13 agradecemos a la autora, nos permita divulgar
su mapa de minas en la Iberia antigua).
Si realizamos un paralelismo de lugares donde aparecen los megalitos
y donde se sitúan los recursos minerales, observaremos que el
dolmenismo fue una civilización nacida para el ámbar el oro y la
plata (primeramente) y unos milenios más tarde para el cobre y el
estaño (imprescindibles para el bronce).
Abajo,
otros
dos mapas míos que ya hemos publicado y donde recojo la expansión
del Vaso Capaniforme, junto a las rutas para la búsqueda del ámbar
y metal, desde el Eneolítico hasta la primera Edad del Hierro. A
nuestra izquierda, la difusión de Vaso Campana y los yacimientos de
cobre y estaño (lo que demuestra que el Campaniforme avanzaría
buscando materias primas para el bronce). A la derecha, las minas de
oro, plata, cobre, estaño y cinabrio; junto a las rutas de búsqueda
de metales (desdel el V al I milenio a.C.).
JUNTO
ESTAS LINEAS: Vasos
Campaniformes, procedentes de Purchena (Granada) fechados en el
Bronce Antiguo, propiedad del
Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgar
nuestras imágenes).
Observemos estas piezas cerámicas, pues van a ser muy parecidas a
las que encontraremos en cistas y yacimientos unidos a las famosas
Estelas Alentejanas (tal como más abajo veremos).
.
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba, mapa de la difusión de los enterramientos durante final de
la Edad del Bronce; tal como lo exhibe actualmente el Museo
Arqueológico Nacional (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). En
el área de los Campos de Urnas, figura solamente la zona de Levante
Norte y más concretamente, de Cataluña
(Agullana, Can Misert y Roqiozal de Rullo) ).
El de Cogotas I comprende la Meseta
(con los yacimientos de san Román de Hornija, El Berrueco, Cogotas,
y Areneros del Manzanares). En
el “Bronce Final del Sureste”, recoge los de Murcia, Almería y
Granada (Peña
Negra, Qurénima, Cerro de la Mora). Por
último, en el “círculo atlántico” tan solo aparecen
mencionadas la necrópolis de Huelva y las del Sur de Portugal
(Baioes, Moreirinha, Pragança, Roca do Casal do Meio). Es
de destacar en en el mapa, habla del “bronce atlántico” como un
área de carácter unitario, cuyas influencias bajan por el océano;
desde Galicia y el Cantábrico, hasta Portugal y Huelva.
Abajo:
De nuevo otros dos mapas míos que ya habíamos divulgado. En el de
la izquierda se observan los yacimientos de ámbar, oro, plata,
estaño, cobre y cinabrio; junto a las rutas en su búsqueda desde el
V milenio a.C.. En el de la derecha tenemos la difusión de los
megalitos, conforme a milenios y etapas. Vemos que durante el V y IV
milenio a.C. aparece arquitectura ciclópea en zonas ricas en ámbar
(primero); pero más tarde, en oro y plata. Aunque desde el III
milenio a.C., el dolmenismo creció especialmente entorno a las minas
de estaño y cobre. A mi juicio porque quienes divulgaron esta
cultura (desde
el 2800 a.C. -comienzo del Campaniforme-) principalmente
buscaban materias primas para fabricar bronce.
La
cultura de Los Millares, que había nacido unida al cobre,
desapareció de modo bastante rápido hacia el 2200 a.C.; cuando en
la misma zona, se inicia el fenómeno que conocemos como El Argar.
Esta nueva civilización originada también en las costas de Almería,
se produce a mi juicio tras la caída del Imperio Antiguo en Egipto y
es el antecedente que marcará la paulatina desaparición del
Campaniforme, que solo perdurará hasta el 1800 a.C.. Así pues,
desde la decadencia y fin de los Millares (2200 a.C.) y el nacimiento
de El Argar, ya nos vamos a encontrar con cuatro ritos de inhumación
diferentes en la Península:
-Primero,
el enterramiento colectivo en cuevas naturales y artificiales (en uso
desde el V milenio a.C.); seguida por los descendientes de las
culturas dolménicas o como imitación, llevada a cabo por las gentes
hasta más allá del Campaniforme.
-En
segundo lugar, la inhumación de Los Millares (3500 a.C.) en Tholos,
copiando dólmenes con grandes cuevas-cabañas, construidas con
piedra y adobe. Un rito muy
cercano al megalitista y donde el muerto sigue siendo tratado como
“vivo” (no enterrado, sino introducido en una “nueva vivienda”)
-En
tercero, la fosa individual o colectiva, usada ya por los del
Campaniforme que asimismo conviven con la imitación y reutilización
de cuevas artificiales o de dólmenes.
Todo lo que nos hace ver que convivían ritos del megalitismo y Los
Millares, con los propios; unidos a la inhumación en fosa.
-Por
último y cuarto, desde el 2200 a.C. se expanden las cistas
individuales, en cementerios dentro o cerca del poblado; tal como
impone El Argar (que llega a enterrar bajo las casas). Pese a
ello, esta última Cultura también decae entorno al 1400 a.C. y
desaparece, dejando paso al Bronce Bajo (o final) -seguramente por
repercusión de las crisis del Hierro en Oriente Medio-.
.
Durante
el Bajo Bronce, veremos de forma alternativa en el área de Tartessos
todos los modos funerarios que anteriormente existieron en Iberia: El
dolmen, el hipogeo colectivo, la fosa (común e individual), el
cementerio de cistas y la cista incluso bajo el suelo de la cabaña.
Aunque a ellos se unirán rituales de cremación, al menos desde el
siglo XII a.C., cuyo origen no podemos determinar bien. Pues poco
después de la desaparición de El Argar (hacia el siglo XII a.C.)
entrarán los Campos de Urnas, expandiéndose desde el Pirineo,
avanzando por el Este y llegando pronto hasta Murcia y Castilla
La Mancha. Pero a su vez en estos años, vendrán por mar a las
costas del Sur peninsular (y a las del Atlántico) precolonizadores
protoindoeuropeos; pueblos arribados de Cerdeña, Sicilia, El
Egeo, Oriente Medio, Creta y Chipre (donde también se daba la
cremación e igualmente buscando refugio y los metales de la rica
Iberia). En este caso, las mencionadas incursiones de los Campos
de Urnas y de los precolonizadores llegados por mar, no dejan rastro
de invasión, ni evidencias de grandes luchas; pudiéndose haber
importado el nuevo rito de cremación unos u otros, indistintamente.
Por mano de esas gentes que enterraban en urnas o bien por
influjo de los expedicionarios mediterráneos anteriores a los
fenicios. Aunque en todo ello, no hemos de olvidar el “círculo
atlántico”; donde desde tiempos ancestrales se practicaba un tipo
de cremaciones, exponiendo después a las aguas los restos del
difunto.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Entrada
e interior del precioso Museo Arqueológico y Regional de Beja
(Portugal). Situado en el antiguo convento de Nuestra Señora de la
Concepción; es uno de los más bellos, que podamos ver en la
península Ibérica (junto al de Guimaraes). Su
ubicación en este monasterio franciscano que la reina Leonor abrió
hacia 1459, le confiere un misterio y un encanto inigualable. En su
interior podremos disfrutar de la maravillosa azulejería lusa, de
obras barrocas y del arte de su época (el Manuelino). Asimismo, está
habilitado como museo arqueológico, creando un entorno bellísimo
para las piezas que allí se exponen (desde la Edad del Bronce a
esculturas romanas) .
BAJO
ESTAS LÍNEAS: Las
cuatro estelas alentejanas de la Edad del Bronce, que se exponen en
el Museo de Beja.
Agradecemos a esta institución, nos permita divulgar las numerosas
fotografías que hemos tomado en su interior; para lo que nos dieron
todas las facilidades e información.
SOBRE,
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Fotos
del Cabo de Sagres, en el Sur de Portugal. Uno de los puntos más
sagrados desde la más remota antigüedad, esa enorme “punta” fue
denominada por los escritores antiguos el HIERON AKROTEION
(Promontorium Sacrum). En
este lugar dice Lucio Aneo Floro, que al ponerse el Sol entraban las
aguas en llamas; quizás refiriendo la belleza y colorido de los
ocasos, aunque hemos de pensar que algunos creían que desde aquí el
astro rey se introducía en el mar, para regresar cada amanecer por
el lado opuesto (saliendo por el Este y muriendo en el Oeste).
Asimismo, en este Hieron Akroteión
-que algunos expertos identifican también con el Cabo de Roca o
hasta con el de Finisterre, gallego-, se
sabe que existía un culto al sol y a los dioses, diciéndonos
Estrabón que hasta allí se acercaban los peregrinos para llevar
agua y libar sobre las losas.
En imágenes: Arriba,
la zona Sur de Sagres, antes de girar el cabo hacia el Oeste; se
trata todavía de payas más o menos tranquilas y una costa
navegable. Al lado,
los enterramientos y túmulos megalitistas junto al cabo de Sagres.
Se hallan aproximadamente, dos kilómetros antes de llegar a las
playas y sobre un monte desde el que se divisa el mar..
Abajo,
el escarpado Cabo de Sagres, con
sus tremendas rocas y acantilados. Del lado opuesto, goza de unas
tranquilas bahías, donde poder embarcarse
-tal como vemos en fotografía superior-.
Esta zona era muy rica en estaño, uno de los metales más preciados
durante la Edad del bronce;
existiendo importantes yacimientos de casiterita entre Raposeira y el
mar (apenas a seis kilómetros de Sagres). Por todo ello,
no es extraño pensar que fuera uno de los lugares primeramente
visitados por los buscadores de mineral para el bronce y que más
tarde se convirtiera en un punto sagrado. Pues desde aquí comenzaba
el Atlántico Oeste, la cara occidental peninsular, que comprende
desde Portugal a Galicia; cuya navegación era muy compleja.
Ya que para embarcarse en el verdadero océano habían de tener
enormes conocimientos del medio y barcos pesados; con quilla profunda
y fabricados en roble (muy distintas a las ligeras naves
mediterráneas). En las
cercanías de Sagres se han hallado Estelas Alentejanas y Tartessias,
aunque estos acantilados que vemos quizás nos hablen de un “modo”
de exposición de cadáveres al medio natural. Probablemente lanzando
al difunto desde las rocas (exposición a las rocas), tras ser
cremado o bien entero -como
resulta común en muchas culturas marineras, que entregan el cuerpo
del difunto al mar-.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Fotos del Cabo de San Vicente, visto desde Sagres. Al
lado,
playa con un islote, que quizás se trata del que menciona Estrabón
cuando narra como los habitantes de la zona peregrinaba hasta este
lugar, para rendir culto a sus dioses. Escribiendo
el historiador heleno, que frente esa punta sagrada denominada Hieron
Akroteíon, se reunían los fieles para llevar agua y aceites;
describiendo Artemidoros que su imagen parecía la de una gran nave,
por cuanto nos dice Estrabón: “no
hay allí ningún templo de Heraklés, como falsamente afirmó
Éphoros, ni ningún altar
dedicado
a él ni a ningún otro dios, sino piedras esparcidas por doquier en
grupos de tres o cuatro, las
cuales,
según una antigua costumbre, son vueltas del revés por los que
visitan el lugar y después de
ofrecida
una libación reintegradas a su postura primera. Y no está permitido
ofrecer sacrificios ni aun estar
allí
durante la noche, pues dicen que los dioses lo ocupan en aquellas
horas. Los que van a visitarlo
pernoctan
en una aldea próxima, y después, de día, entran allí llevando
consigo agua, ya que el lugar no la
tiene”
(21)
. En
esta descripción del historiador griego -que ampliamos en nuestra
cita anterior-, observamos que el punto que más encaja con cuanto
los antiguos narran sobre el Hieron Akroteion, sería el Cabo de San
Vicente. Coronado por un islote en su extremo final, donde quizás
peregrinaban quienes se aproximaban hasta allí para realizar las
libaciones y el volteo de piedras.
B-3)
El problema de las Estelas Alentejanas: Su relación con las estelas
del Sudoeste y con las crisis del Oriente Mediterráneo:
Otro
de los grandes enigmas de Tartessos y del tiempo anterior a este son
sus Estelas; unas consideradas pretartessias (llamadas Alentejanas) y
otras clasificadas como propiamente de época y denominadas
“Extremeñas”, “de guerrero”, “del Sudoeste” etc. Las
primeras actualmente se datan en un tiempo anterior al siglo XII
a.C., por lo que están desclasificadas como coetáneas a la
civilización del Bajo Guadiana y Valle del Guadalquivir. Debido
a ello, se denominan “Alentejanas” o “Estelas portuguesas de la
Edad del Bronce”. Las segundas losas son las llamadas “Estelas
del Sudoeste”, “Extremeñas” o bien directamente “tartessias”,
y se fechan entre los siglos XI al VI a.C.; considerándose
estrechamente unidas a esa cultura -que el mito recordó como el
reino de Arganthonios-. En siguientes artículos hablaremos
extensamente de las lajas de periodo tartessio, tan importantes para
el mundo funerario del Primer Hierro en la Baja Andalucía; pero
en este epígrafe deseamos a entrar en profundidad en algunos
aspectos de sus antecesoras: Las estelas alentejanas.
.
La
datación de estas refinadas losas halladas en el Alentejo portugués,
se ha venido realizando en forma inversa al curso del tiempo; es
decir, se han fechado considerándolas como anteriores a las
tartessias. De ese modo, conforme se catalogaban en un tiempo más
antiguo las “Estelas Extremeñas” (o del Suroeste); a su vez, se
iba atrasando la filiación de las alentejanas. Por cuanto, en un
principio se pensó que las de la Edad del Bronce eran de los siglos
XII al IX a.C. y las de Tartessos comprendían un arco entre el IX al
V a.C.. Aunque progresivamente se ha ido dando más antigüedad a
unas y otras, hasta determinar en nuestros días (conforme a C-14)
que las Estelas Alentejanas deben fecharse entre el siglo XVI y el
XII a.C. (18)
-mientras las Tartessias se encuadran del XI al VI a.C.-. Así,
las fechas que nos aportan las últimas excavaciones -a mi juicio-
pueden hacernos pensar que las refinadísimas Estelas del Alentejo,
procedan de las crisis y sucesos que se producen en el Mediterráneo
Oriental entre los siglos XVI al XII a.C.. Me refiero
concretamente a la caída de los Hicsos en Egipto, la creación del
Imperio Nuevo, su declive y su final; una etapa que comprender del
1580 a.C., hasta el 1085 a.C..
.
Como
repetidamente hemos relatado, la entrada de los Hicsos en Egipto se
debió -en mi teoría- a la llegada hasta las inmediaciones del Nilo
de gentes que escapaban del volcán Tera Santorino en Creta (cuya
caldera revienta repetidamente desde el 1680 a.C.). De tal modo,
desde esta fecha -en que se destruye la zona del Tera, frente a
Cnossos-; múltiples pueblos emigrarían hacia el Sur; huyendo desde
la costas de Anatolia, El Egeo y principalmente de las isas
cretochipriotas. Estableciéndose primero en Canaán y aliándose con
los habitantes de esta zona, para invadir Egipto posteriormente
(desde el 1650 a.C., aproximadamente). Apareciendo en la
desembocadura del Nilo, cuando había sido casi abandonada por los
súbditos del faraón, tras los sucesos terribles del Tera; al ver
los habitantes del delta el Mediterráneo con enormes nubes de
ceniza, años sin verano y sucesivos maremotos. En este momento de
crisis debido a las erupciones del cráter cretense, entrarían los
llamados Hicsos al Nilo (gentes que huyeron del volcán); quienes se
instauran como faraones en Avaris, creando palacios que bien parecen
los minóicos de la época. Imponiendo allí una dinastía bárbara,
con el apoyo de las tribus beduinas del desierto, que les ayudarían
a establecerse en esas tierras nilotas (los que más tarde
conoceremos como judíos e israelitas). Pero entorno al 1550 a.C.,
los reyes hicsos son vencidos por los verdaderos egipcios, que suben
reconquistando el delta, desde el Sur (Tebas, la actual Luxor);
donde se habían refugiado ante el miedo a los sucesos del volcán
cretense. De estos hechos sabemos que los reyes y las élites hicsas
escapan del asedio de los faraones y se establecen en tierras
fronterizas (la posterior Israel), creando un nuevo reino y
levantando palacios en lo que luego serán ciudades como Jerusalén,
Megido, Samaria y etc . Asimismo se piensa que es por entonces cuando
gran parte de la burguesía y burocracia que acompañaba a los
Hicsos, cae presa de los faraones (esclavizando a los que conoceremos
más tarde como judíos). Sea como fuere, desde el 1550 a.C. (al
menos) se inicia el Nuevo Imperio; una de las fases de mayor grandeza
de Egipto y que creemos pudo traer influjos y gentes hasta el Sur de
Portugal, buscando los enormes yacimientos de oro y plata que por
entonces había en esta zona.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
de nuevo, mapa del reino Hicso de Avaris, en el delta del Nilo y del
posterior reino Hicso, en el Sur de Oriente Medio (el
mapa que ya hemos publicado, lo he realizado desde el que contiene el
libro “Por los caminos de la Biblia” -Barcelona 1967; pag.86- de
M. J. STEVE, a cuyo autor agradecemos nos permita divulgarlo deeste
modo). Los
líderes y jefes hicsos, parece que en su mayoría pudieron ser
cretochipriotas huidos de sus tierras, arrasadas por el volcán
Tera-Santorino desde el 1680 a.C. -un
hecho que afirmamos tras ver las últimas excavaciones de Avaris y
observar que los palacios hicsos eran iguales a los minóicos-. De
este modo,
escapando del Tera-Santorino alcanzarían las zonas del actual
Israel, donde se asentarían y pactarían con sus habitantes (por
entonces tribus beduinas dedicadas al comercio entre Mesopotamia,
Egipto y Anatolia).
.
Poco
después y al observar que los egipcios -en una gran mayoría- habían
abandonado el delta del Nilo, por temor a
los años sin veranos, continuos maremotos, a los gases y las piedras
lanzadas por el
estallido del volcán de Creta.
Se darían cuenta que podrían conquistar el Norte de Egipto, apenas
sin fuerza; estableciéndose
en el delta como una nueva dinastía, desde el 1650 a.C.. Fundaron su
capital en Avaris (a orillas del Nilo) y parece que utilizaron como
burguesía y apoyo a las tribus principales que habitaban hasta
entonces el Sinaí y Canaán (lo
que más tarde denominaremos judíos o israelitas). Odiados
por los verdaderos egipcios,
al ser considerados
los Hicsos extranjeros
que corrompían su religión y costumbres;
fueron expulsados entorno al 1580-1550 a.C., tras regresar los
ejércitos del faraón al Norte y guerrear duramente para
reconquistar todo el antiguo reino. Después de ello, los gobernantes
hicsos se establecen en tierras fronterizas con Egipto (al Norte del
Sinaí), apoyando a sus habitantes para que no les invadiera el
faraón; fundando algunas de los centros urbanos que poco más tarde
serían las más importantes ciudades de Israel. Aunque
también hemos de pensar que muchos de ellos huirían hacia el
Occidente extremo y otros regresarían a su antiguo lugar de
procedencia (Creta y Chipre).
.
Abajo,
imagen de
la página 51 del libro ELUONDA (Agios Nikolaus-Spinalonga) de
Manolis Makrakis (Herakion, 1994) en
la que vemos algunos enseres pertenecientes al periodo cretense
Neopalacial, que coinciden con la estética y linea de los objetos
representados en las Estelas Alentejanas. Observemos el trabajo de
las vasijas en piedra, tanto como el diseño de las hachas dobles,
que identifico como parecidas a las hoces dobles o “idolos
ancoriformes” que proliferan en todas las losas del Alentejo. La
datación del periodo Neopalacial es paralela a la de las Estelas del
Bronce luso; comenzando en el 1650 a.C., pero comprendiendo su
esplendor realmente desde el 1550 al 1100 a.C.. Estas etapas del
Neopalacial, igualmente se identifican con la creación del reino
Hicso (1650-1550 a.C.) y la del Imperio Nuevo de Egipto (1550-1085
a.C.).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos
fotografías tomadas en el Museo Arqueológico Nacional de Heraklion
(Creta) -al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imagenes-.
Al lado, una
lámpara ritual en mármol minóica, perteneciente al periodo
neopalacial; hallada en Pseira y fechada entorno al 1500 a.C.. Si
observamos su talla pétrea nos daremos cuenta del parecido con el
trabajo en piedra de las estelas alentejenas de la Edad del Bronce.
Abajo, el autor de este blog, tomando fotos en el Museo de la capital
cretense.
JUNTO
ESTAS LINEAS: Lámpara tallada
en piedra, de periodo Neopalacial -siglo XVI a.C.- expuesta en el
Museo cretense de Rethimnos (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen).
Observemos el parecido de su trabajo con el de las losas alentejanas
de igual época.
JUNTO
ESTAS LINEAS: Vitrina
del Museo de Rethimnos (Creta) -al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)- con
diversos enseres de época neopalacial. Observemos el parecido en
diseño, de los puñales y cuchillos minóicos, con muchos de los que
aparecen en las estelas alentejanas y en las posteriores tartéssicas.
En ellas figura -en
ocasiones-, un tipo de
cuchillo semejante al actual de carnicero (de grandes dimensiones)
que es típicamente minóico -ver en la imagen-.
JUNTO
ESTAS LINEAS: Vitrina del
Museo de Herakion (Creta) -al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)-, con diversos
objetos rituales y de vajilla, fechados en periodo palacial. En la
fotografía tenemos un gran ánfora, junto a copas y un jarro,
hallados en Zakros, datados entre el 1400 y el 1200 a.C..
Ponemos estos enseres como ejemplo de talla y moda de esculpir la
piedra, que pudiera relacionarse con las referidas losas alentejanas.
ABAJO: Vitrina del
Museo de Herakion (Creta) -al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen)-, con
diversas hachas dobles votivas fabricadas en oro -aprecidas
en los templos minóicos neopalaciales-.
Este diseño del Labrys o doble bibenna, sagrada en la Creta Antigua,
puede relacionarse con el arma o ídolo del doble áncora (aguja,
desjarretador, o podón); que aparece profusamente en las losas
alentejanas y en algunos ídolos del Bronce Bajo peninsular.
Las
crisis descritas anteriormente, provocadas por el estallido del Tera
y que -a mi juicio- promueve la creación del reino Hicso en Egipto
(desde el 1650 al 1550 a.C. -aprox.-) y el posterior nacimiento del
Nuevo Imperio faraónico (1580-1085 a.C.). Determinarán etapas en
otras zonas del Mediterráneo, como en Creta; generando el
Neopalacial, que comienza en el 1650 a.C. (tras la destrucción
de la isla, que arrasa toda contrución); pero que culmina con el
inicio del Micénico, también llamado Minoíco Tardío (I-A), que se
produce en el 1550 a.C.. Esta fase Neopalacial micénica cretense,
tiene una fase de mayor esplendor, denominada Postpalacial (periodo
de Cnossos) también llamado Mióico Tardío (III-B) que
comprende entre el 1300 y el 1190 a.C.. Aunque a comienzos del siglo
XII a.C. ya se advierte en tierras cretenses y en sus alrededores
cierta inestabilidad debido a la presencia de hordas armadas con el
nuevo metal (el Hierro). Quienes desde este siglo y hasta el X a.C.
irán realizando incursiones, hasta acabar con el imperio y la
cultura minóica. Conquistando Creta, los hombres del Hierro y
anulando su civilización originaria, entre los años 1100 y el 1000
a.C..
.
Ya
hemos visto que las etapas del minóico -antes descritas- coinciden
plenamente con las del reino Hicso y del Imperio Antiguo egipcio, que
comienza a mediados del siglo XVI a.C. y entra en declive en el XII
a.C. (finalizando entorno al 1080 a.C.). Así pues, conociendo que
Creta y Egipto eran por entonces las élites del mundo Antiguo
(lo que hoy pudieran ser Estados Unidos y Europa); podríamos
intuir que esas fases faraónicas y minóicas, debieran haber
afectado a todo el Mediterráneo -especialmente a puntos donde se
obtenía el metal para fabricar joyas o armas-. Por lo que,
realizando un paralelismo entre lo que sucede en el Oriente y lo
que observamos en el Occidente remoto; veremos que lo expuesto se
ajusta también con las dataciones y cambios de las estelas
peninsulares -antes apuntadas-. Consecuentemente, conforme
sabemos por últimas excavaciones, el inicio de las losas
alentejanas hemos de fecharlo al menos en el 1550 a.C. -ver cita
(18) - y su
final se calcula entorno al siglo XIII-XII a.C.. Apareciendo
posteriormente, entre los siglos XII al XI a.C., las nuevas estelas
“tartessias” -que llamamos “de guerrero”, “del
sudoeste” o “extremeñas”- coincidiendo finalmente con la
desaparción del Bronce y la llegada del Hierro, en nuestras tierras.
.
Por
todo lo expuesto, no sería aventurado considerar que el motivo de la
creación y talla de esas refinadas losas del Alentejo, esté en la
venida hasta las costas portuguesas de gentes procedentes de Creta,
Chipre o Biblos (de Oriente Medio); buscando minerales preciosos
desde el principio Periodo Neopalacial cretense o con la instauración
del Nuevo Imperio en el Nilo. Tal como podemos comprender al ver
en los mapas que en este trabajo recojo, con la enorme proliferación
de metales en el Alentejo, durante la época que tratamos.
Asimismo, la desaparición de las Estelas Alentejanas se produciría
en paralelo a la del Minoico Palacial y del Imperio Nuevo en Egipto.
Originándose más tarde las nuevas losas (del Suroeste,
Extremeñas o tatessias), nacidas de la llegada de los huidos de
las convulsiones del hierro y principalmente de venidos desde Cerdeña
-que heredarán la rutas del metal-.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Vitrina
del Museo de Aljustrel (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen).
En ella podemos ver cerámicas relacionadas con los yacimientos donde
aparecieron las losas alentejanas. Se trata de vasos encontrados en
las excavaciones de “Heredade do Pomar 2” , ERVIDEL. Como podemos
observar, son piezas muy cercanas al Campaniforme del resto de la
Península ibérica.
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Vitrinas
del Museo de Beja (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen).
En ellas observamos,
recipientes
cerámicos también pertenecientes a lugares relacionados con las
losas alentejenas. Al
lado,
a la izquierda, jarro encontrado en la necrópolis Da Cata, Penedo
Gordo; a la derecha, otro hallado en la necrópolis de Monte do
Outeiro, Santa Vitoria. Son vasos distintos a los del Campaniforme y
que más podrían relacionarse con piezas argáricas. Aunque no
debemos olvidar su posible conexión con la cerámica coetánea de
Cerdeña.
Abajo,
tres jarritos de cerámica negra encontrados en las Necrópolis de
Santa Vitoria y en la de Medarra (Ervidel, Santa Vitoria). Recordemos
que Santa Vitoria es el lugar donde más estelas alentejanas han
aparecido (tal
como vemos en el mapa a continuación).
Asimismo llama la atención la pobreza de los ajuares que se hallan
relacionados con las estelas alentejanas, todo lo que quizás habla
de una aculturación venida de muy lejos que enseñó a los
habitantes de la Península a tallar piedra de un modo magistral y a
guardar de ese modo el recuerdo de sus difuntos; poniendo en sus
cistas de inhumación una losa de este tipo.
.
.
JUNTO BAJO ESTAS LINEAS: Vitrinas del Museo de Beja (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). En ellas observamos, recipientes cerámicos también pertenecientes a lugares relacionados con las losas alentejenas. Al lado, tazas tipo Santa Vitoria y La Atalaia (izquierda). Abajo, cerámica tipo Odiveiras; necrópolis cata Penedo Gordo. Observemos que son todas muy cercanas al campaniforme
.
BAJO
ESTAS LINEAS: Mapa
del sur de Portugal en el que he marcado la situación donde fueron
halladas las más de veinte losas alentejenas (tal
como las indica Marta
Díaz-Guardamino Uribe en su magnífica tesis doctoral -ver cita
(18)-).
Asimismo he señalado los puntos con yacimientos de oro, plata, cobre
y estaño; llamando la atención la profusión de zonas cúpricas en
estas tierras del Algarve y Alentejo portugués. Si
aumentamos la imagen, podremos leer el nombre y lugar en que fue
encontrada cada estela de la Edad del Bronce.
Habiéndose hallado cuatro en las cercanías de Sagres (muy rico en
estaño y plata); y el resto en las inmediaciones de Beja y en las de
Santiago de Caçem; tierras donde por entonces había innumerables
yacimientos de plata, estaño, cobre y hasta dos minas importantes de
oro -junto a Aljustrel y muy
cerca de Santa Vitoria-.
B-4)
Posibles precoloniadores de Creta y Chipre.
Estelas alentejanas y las dobles áncoras:
.
Los
hechos que refiero en el epígrafe anterior constituirían un caso
típico de repetir la misma historia; ya que -a mi juicio- el
nacimiento del dolmenismo tendría una misma explicación a las
culturas posteriores. Motivadas por gentes que llegaban navegando
cada verano desde tierras lejanas del Mediterráneo; buscando ámbar
y pepitas de oro o plata y en el caso del megalitismo, ya antes del V
milenio a.C.. Debido a que en el 4000 a.C., en Oriente Medio, en
el Nilo y Mesopotamia, existían culturas muy avanzadas;
promoviendo sociedades eneolíticas que valoraban los abalorios y las
joyas. Por este motivo y propulsada por buscadores de ámbar,
gemas y pepitas de metal precioso; nacería desde entonces el
megalitismo, como una civilización unitaria en las costas del
Atlántico. Donde llegaban exploradores para lograr esas
preciosas materias, que luego convertían en joyas y abalorios.
Organizándose debido a ello, una Sociedad de tribus canoeras, que
viajarían en pequeños barcos eneolíticas de un modo trashumante.
Navegando cada verano desde el Sur de Portugal, hasta las costas del
Cantábrico, las francesas, las británicas y llegado al mar Báltico.
Buscando en el litoral atlántico pepitas de metal precioso, gemas y
ámbar; que trocarían junto a las costas del Sur por enseres y
objetos de uso con gentes llegadas del lejano Mediterráneo
(cambiándolas por cuero, cuerdas, telas etc). Todo lo que explica
por qué durante los milenios V, VI y III a.C., será paralela la
aparición de megalitos junto a los mayores yacimientos de esos
materiales imprescindibles para fabricar adornos o armas -mineral
precioso y resina fosilizada-. Surgiendo primero dolmenismo en
zonas ricas en ámbar, oro o plata (desde el 5000 al 3000 a.C.
-aprox-); aunque desde el 3000 a.C. aquella arquitectura dolménica
se traslada principalmente a áreas con yacimientos de cobre y estaño
-imprescindibles para fabricar bronce, un metal descubierto a
principios de ese cuarto milenio-.
.
De
este modo, consideramos justificado que en zonas tan ricas en
metales, como el Sur de Portugal; se produzcan hallazgos de estelas
como las alentejanas y otros enseres de carácter oriental,
pertenecientes a la Edad de Bronce. Dejando clara evidencia de
las culturas lejanas y mediterráneas, que se acercaban hasta las
costas atlánticas buscado riquezas. Por todo cuanto decimos, creemos
que no es aventurado pensar que las estelas alentejanas se deban a la
llegada de exploradores orientales. A mi juicio, promovidas por
buscadores de minas venidos desde Creta; donde durante el Minóico
Palacial y Pospalacial, existen enseres similares y objetos labrados
en piedra semejantes a los de estas losas (tal como podemos ver
en las imágenes anteriores). Todos ellos fechados entre los
siglos XVI al XII a.C.; época minóica que coincide con la datación
de estas lajas del Alentejo tan maravillosamete talladas.
.
Además,
acerca de estas preciosas lajas portuguesas,
hemos de exponer que contienen
un enigma aún sin resolver
-a menos en su totalidad-. Nos referimos al famoso
objeto en forma de áncora representado en casi todas ellas; que
también aparece profusamente en menhires e ídolos de la Edad de
Bronce peninsular (incluso en Francia y otros lugares más lejanos).
Utensilio sagrado o bélico, que es semejante a una doble hoz de poda
-o bien a un bichero de mar- y
que quizás usasen antiguamente como un hacha doble o un
“desjarretador”
(para podar o para cortar tendones en los cuadrúpedos y así darles
caza; pudiendo tener un mismo fin como arma). Esta
figura que tanto se repite en las losas del Alentejo es considerada
por algunos investigadores un ídolo de doble ancla, tal como
magistralmente quiso demostar el prof. Martín Almagro Basch, en su
trabajo sobre las “hachas en las estelas alentejenas”
(22)
.
Donde describe estas
dobles hoces con “forma
de hacha de curvado corte y extraño cuerpo que aparecen en casi
todas las estelas ”;
añadiendo que “han
venido interpretando estas figuras los arqueólogos
portugueses y españoles,
y la mayoría de los extranjeros
con una absoluta unanimidad, como hachas de combate”
(23)
. Sigue
el profesor Almagro Basch comentando que en el momento en que escribe
este artículo (1966) se había puesto en duda que tales objetos
fueran simples armas;
aunque “Para
argumentar a favor de ver en tales figuras simples representaciones
de hachas bastaba
comparar, como se hizo, tales figuras con el paralelismo evidente que
su forma ofrece con algunos tipos de hachas bastante frecuentes de
la edad del Bronce, de corte exageradamente curvo. Pero tal
comparación exigía también naturalmente no analizar con atención
todas las dificultades que esta interpretación planteaba ante las
figuras esculpidas en las estelas alemtejanas”.
Continúa escribiendo Almagro Basch que
“Estas hachas de corte curvo exagerado son todas ellas tipos
finales del Bronce Medio
y que pasan a veces al Bronce Final. En Inglaterra son propias de la
cultura de Wessex y comienzan a poderse fechar hacia el 1500 a. de
J.C. Tal vez las hachas de corte mas acusadamente curvo sean de fecha
mas avanzada como las de Oswestry (Salop), Coernarvon y Menai (Gales)
y tantas otras como las reunidas en nuestra figura 2.”
-esta
“figura 2” la podremos ver en nuestras imágenes, abajo-
(24)
.
.
Continúa
el profesor Almagro Basch exponiendo que pese a poder considerarse
estos objetos ancoriformes, hachas del Bronce Final; más cierta
parece la teoría de H. Breuil quien cree que se trata de ídolos.
Escribiendo
el autor del trabajo que analizamos: “mucho
más cercanos tanto en lo formal como en lo
estructural son los paralelismos que estableció el citado
prehistoriador H. Breuil entre las figuras hachiformes de las estelas
alemtejanas y los objetos de valor ritual considerados como ídolos
que se hallaron en el dolmen de Forgues (Lol-et-Garone) y
en los dólmenes de la región de la Gironde de
Peyrelebade (Bellefond) y en Courton (Jugazan) (Fig. 3). Estos
objetos están fabricados en hueso”
-idem
cita (24)-
. Esta
“figura 3” la podemos encontrar más abajo en imágenes, junto a
la “2” (antes referida);
en una se contienen hachas de la edad de Bronce con forma similar a
un áncora y en la otra el profesor Almagro Basch recoge los
idolillos con un diseño parecido, hallados en los dólmenes de
Francia. Sigue
el arqueólogo escribiendo que
“Estos ídolos megalíticos franceses se pueden relacionar y ya de
pasada lo hizo Henri Breuil con los objetos en
forma de «ancora» llamados por muchos prehistoriadores «anchors»
(...) que aparecen en diversas áreas culturales de Mediterráneo
Oriental desde los Balcanes y Grecia hasta Malta y las Lípari
inclusive. Son objetos de cerámica que a veces se ha
querido considerar como anzuelos pero cuyo valor ritual parece lo mas
probable aunque no es segura por hoy su interpretación”
(…) El valor simbólico de todas estas esquematizaciones se nos
escapa pero su semejanza estructural y aún
formal es evidente y debe verse en todos ellos una clara convergencia
que nos obliga a considerar todas estas figuras como un símbolo
religioso”.-idem
cita (24)-.
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba,
figuras 2 y 3 del trabajo que analizamos del profesor Almagro Basch (
“Sobre
la interpretación de las figuras en forma de hacha de
las
estelas decoradas alentejanas de la Edad del Bronce” ).
A la izquierda, hachas con forma curvada, semejante a una hoz doble.
En la imagen de la derecha, ídolos hallados en dólmenes con igual
diseño -agradecemos a los herederos de D.Martín Almagro Basch, nos
permitan divulgar los dibujos de su propiedad intelectual-.
Abajo,
estatua
menhir conservada en el Museo Numantino de Soria
(al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes);
datada en el Bronce Bajo (circa siglos XII al IX a.C.), contiene un
áncora a un lado, como signo de poder. En su momento consideré que
podría tratarse del mango de una espada,
tal como represento al lado, con las hojas de armas de plata y cobre
del Bronce Medio.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
anzuelos y enseres de la Edad del Bronce semejantes a áncoras;
propiedad del Museo Numantino de Soria (al
que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes).
Abajo,
de nuevo el ídolo menhir hallado en Villar de Alá (Soria),
actualmente conservado en el Museo Numantino
(al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). He
marcado en la estatua -que mide unos dos metros de altura-, los ojos,
signo típico de la cutura de Los Millares. El pectoral que luce,
símbolo de culturas semitas y Anatólicas, donde los sacerdotes
llevaban un “efod”, como signo del cardiofilax con que protegían
los guerreros su pecho (también usado por los sardos, en periodo
nurágico). Y finalmente, el áncora, que observamos claramente como
signo sagrado o quizás arma de prestigio. A
mi entender este objeto ancoriforme puede relacionarse con las dobles
hoces de Ellel (dios supremo hitita) y principalmentne con el hacha
doble o Labrys cretense.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
dibujo mío del dios anatólico del cielo Ellel (identificado con el
Enlil mesopotamico). Luce un casco con cuernos, un traje con plumas
de ave, la espada y dos tridentes en sus manos; armas que a mi juicio
se identifican con un doble bichero marino. Pese a ello, estos
“tenedores” son el símbolo de la luz y del rayo. Por su parte,
también porta la “hoz” de Cronos, significando claramente el
cuarto lunar, como medida del tiempo (el calendario). Lo
he dibujado luciendo las joyas de El Carambolo, para que veamos el
modo en que pudieron llevarse los brazales y el pectoral (que lleva
el ídolo del Museo Numantino).
A mi entender, los dobles tridentes y la hoz de Enlil (o Ellel) se
relacionarían plenamente con las dobles áncoras de las estelas
alentejanas.
Abajo,
curiosa losa actualmente situada a la entrada de la iglesia de San
Salvador do Mondo, de Veirós (cerca de Estremoz, Alentejo
portugués). En esta, aparece un objeto ancoriforme idéntico a los
que vemos en las losas de la Edad del Bronce. Tanto
es así, que en un principio creí que podía tratarse de una de
estas estelas, aunque viéndola posteriormente y con más calma;
comprobé que esa piedra de Veirós, está esculpida entre los siglos
XV al XVII d.C. y reutilizada allí como escalón en la iglesia. Sea
como fuere, aquí vemos este “bichero” o doble hoz; que bien
parece una herramienta marina, para sacar pescado, cortar cabos
amarrados imposibles de desatar, acercar objetos o embarcaciones en
el mar -hasta para desarbolar o atacar naves enemigas-. En
el escalón de la Parroquia se Veirós, figuran
las dobles áncoras representadas junto a cuerdas anudadas, lo que a
mi juicio, indica su uso marinero.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado, podón y alcotanas
halladas en el poblado del castillo, de Ayllón (Segovia) y fechadas
entorno al siglo V a.C. -tal
como las expone el Museo Arqueológico de Segovia, al que agracedemos
nos permita divulgar nuestra imagen-. Observemos
estas herramientas de agricultor o de carpintero, y su parecido con
los objetos esculpidos ocho siglos, antes en las estelas alentejanas.
Todo
ello nos hace pensar que al igual que la falcata (espada celtíberica)
tenía su origen en una hoz de trigo, o en un machete de campo. Las
armas de la Edad de Bronce que se representan en las Losas del
Alentejo, posiblemente fueron antes herramientas usadas en la
agricultura, o para fabricar barcos y enseres de madera.
Abajo,
podón y hoz de la Edad del Hierro, fechados en el siglo III a.C.;
hallados en el poblado del Castillo de Coca (Segovia) -tal
como las expone el Museo Arqueológico de Segovia, al que agracedemos
nos permita divulgar nuestra imagen-.
La hoz entre los celtas tuvo una enorme importancia religiosa; y los
grandes ovates (maestros druídicos) tenían una de oro,
con la que cortaban anualmente el muérdago de los robles -subidos
sobre dos toros blancos-. El
uso de la hoz por los sacerdotes celtas es conocido, debido a que una
de sus funciones era la colecta de hierbas y a preparación de
infusiones, para uso médico y hasta bélico.
Creando bebedizos que hacían
perder el miedo a todo ser humano. Probablemente al añadir en sus
pócimas hongos alucinógenos, tal como se sabe hacían en Micenas;
civilización cuyo nombre procede de estas setas alucinógenas
(mikos); con los que -a mi juicio- lograban “anestesiar” la piel
del que las ingería, pudiendo luchar sin sentir dolor. Debido
a este uso, para colectar las hierbas sanadoras y sagradas, la hoz
del druida era muy venerada (incluso por su forma relacionada con la
Luna). Tal como pudieron ser estos podones o “hachas ancoriformes”
que vemos representadas en el Bajo Bronce.
Terminaremos
el análisis de la obra que venimos comentando, recogiendo algunas
frases del profesor Almagro Basch; donde explica que -a su juicio-
aquellos objetos ancoriformes debemos considerarlos ídolos y no
hachas de la Edad de Bronce. Escribiendo el insigne académico acerca
de ellos:
“En
primer lugar su tamaño es muy superior al de un hacha
(...) Vemos también que además de ser un objeto de tamaño mayor al
de un hacha recibe en todas las estelas una valoración central,
ocupa siempre un puesto preferente (...) No debe verse pues como se
ha interpretado esta figura o sea igual a un hacha puesta con el
corte hacia abajo, sino como la cabeza de un ídolo colocado de pie
en la misma dirección en que se han colocado con lógica y no
arbitrariamente las demás armas y objetos representados en la estela
(...) Ello hace que no podamos de manera general ver en estas
figuras un hacha de doble corte curvo como puede pensarse en la
figura que vemos en las estelas de Santa Vitoria, de Trigaxes I, de
Defesa, de Assento o de Pedrerinha (...) se valorará la tesis que ya
hace años expuso H. Breuil (...) Para este ilustre prehistoriador
francés estas figuras que analizamos eran solamente representaciones
del ídolo megalítico que de varias formas se nos ofreció según
las épocas y las áreas culturales en todo el Occidente de Europa
(...) Para él eran una manifestación más del arte esquemático de
la Edad del Bronce occidental y representaban al ídolo funerario de
la cultura megalítica, símbolo a la vez de la vida de ultratumba y
de la resurrección (...) También creemos poder asegurar que estos
objetos-ídolos de carácter mágico seguramente se llevaron colgados
delante del pecho, como se podría deducir de las dos correas o
bandas o cuerdas que algunas veces hemos podido ver”
(25) .
.
Pese
a todo, y ante estas últimas palabras, debo expresar una opinión un
tanto contraria a lo que nos dictan. Todo ello, mostrando siempre
la mayor admiración posible hacia Martín Almagro Basch, uno de
los genios de la arqueología del siglo XX y una de las personas más
cultas que conoció España. Pero tras leer sus conclusiones me
quedan dos preguntas principales por hacerme: La primera es por qué
estos supuestos ídolos ancoriformes se representan normalmente junto
a otras armas, si no son hachas o bien dobles hoces. La segunda es,
si este trabajo que comentamos, el insigne arqueólogo no confundirá
las lúnulas -cuartos, crecientes-, usados por todas las culturas
como amuletos de origen ancestral; con estas dobles hoces o ídolos
ancoriformes. Pues la referencia del prof. Almagro Basch
considerando que “quizás” se colgaban del cuello durante el
megalitismo; me lleva a pensar que “posiblemente” estemos
confundiendo esta figura, con la de aquellas otras en forma de Luna
-que en un principio hasta pudo originarse al lucir sobre el
pecho los colmillos de un animal cazado (facochero, jabalí etc)-.
Puesto que aquellas lúnulas -a mi juicio- tendrían un origen
muy distinto al de los ídolos áncoras; naciendo en las adoración
al satélite terrestre, que marcó los primeros y más básicos
calendarios. Por todo cuanto expreso, creo firmemente que estos
objetos ancoriformes son un ídolo (tal como dicta el profesor
Almagro Basch); pero de un ídolo hacha, semejante al que se
adoraba en Cnossos y en otras tantas culturas. Civilizaciones
antiguas donde se rendía culto al dios de la guerra y del comercio,
con enseres en forma de armas y de hoces (véase la hoz de Cronos, la
de Demeter o Ceres; junto al Lauburus de Júpiter, nacida del Labrys
cretense y largo etcétera).
.
Para
corroborar cuanto expresamos, añadiremos que las bipennas pétreas
fueron tenidas por sagradas desde tiempos inmemoriales; jurando sobre
estas bifaces de piedra. Tal como se hacía en Roma cuando había
de prometerse un cargo o nombramiento, realizándolo sobre el
“Júpiter Lápidus” (representado en un hacha neolítica pulida,
de enormes dimensiones; sobre el que se fidelizaban los mandatos,
como se hizo más tarde con una Biblia). Así pues, creemos que el
culto a estas piezas ancoriformes puede identificarse con el del
Labrys en Creta o con los ritos de veneración al metal de los
Smithing Gods, dioses herreros y alquimistas que en nuestros
artículos hemos estudiado en numerosas ocasiones
(26) . Todos ellos relacionados con la veneración
a las hachas y a las armas, surgida desde el Neolítico, pero que
durante la Edad del Bronce tuvo su principal desarrollo.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
representación del hacha doble (Labrys) en una tumba cretense, del
Minoico tardío Neopalacial; fechada
hacia 1300 a.C. y procedente de la necrópolis de Retymnos (propiedad
del museo de Xania, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra
imagen).
Abajo,
vitrina
con diferentes bipennas
de época neolítica, tal como las expone el Museo de Aljustrel
(Portugal). En
el centro vemos una enorme piedra pulimentada,
hallada en el Cerro Manganera y que algunos consideran una reja de
arado. En
mi opinión se trataría de un bastón votivo, cuyo uso y significado
se podría identificar con el posterior de las hachas dobles
cretenses y con las “dobles áncoras” de las estelas alentejanas.
Siendo un símbolo de poder, pero también un arma.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
lámina muy fina de oro,
de unos dos centímetros de tamaño, fechada en el Minóico palacial
y propiedad del Museo de Heraklion (al que agradecemos nos permita
divulgar la imagen).
En esta pequeña pieza votiva se representa el toro sagrado y en
medio de sus cuernos, el Labrys o hacha bipenna de cuatro caras. Se
trata de una figura de la bifaz que se orientaba a los cuatro puntos
cardinales y por ello aparece en el diseño cuatro dobles filos.
Abajo,
dibujo mío con la forma de lucir las joyas de El Carambolo, donde
vemos claramente que el pectoral tiene forma de hacha doble. Un
símbolo apotropáico para las culturas relacionadas con las
cretochipriotas, que simbolizaba el progreso, la protección, las
armas y la riqueza. Por
cuanto era la señal del hacha sagrada, del dios benéfico que
protegía en la guerra y del metal (que se fundía en lingotes con
este diseño).
B-5)
Protocoloniadores de Creta y Chipre:
.
Si
analizamos la Edad del Bronce Peninsular, parece indudable la visita
continuada de gentes venidas por mar desde el otro lado de
Mediterráneo. Principalmente de exploradores que arribarían hasta
nuestras costas buscando metales, durante los meses de buen clima;
bonanza que en nuestra latitudes se extiende desde primeros de junio
hasta fines de septiembre. Cuatro meses en los que habría tiempo
para ir y regresar desde cualquier punto del Mediterráneo; navegando
de cabotaje por el Norte o el Sur del “Mare Nostrum”. Puesto que
el punto más alejado del Estrecho de Gibraltar son las playas del
actual Líbano, donde precisamente nació la cultura que primero nos
colonizó (Fenicia); situadas a unos 3.700 kilómetros en linea recta
del litoral hispano. Aunque costeando, el viaje aumentaría hasta
unos 5.000 kilómetros; y por lo tanto, una embarcación que navegase
a 4 nudos, quince horas diarias -recorriendo unos 110 kilómetros
cada jornada-. Tardaría mes y medio en hacer esos cinco mil
kilómetros existentes entre las costas de Oriente Medio y las de
Gibraltar, en singladura cabotaje corto (apenas alejándose de
tierra). Asimismo, hemos de pensar que en cada viaje podrían
cargar varias toneladas de cobre, estaño, plata oro y otros enseres
valiosos (como gemas, ámbar etc). Por lo que una sola visita a las
lejanas costas atlánticas, podría hacer ricos a toda una
tripulación de quince a veinte hombres; lo que solía precisar un
barco de la Edad del Bronce.
.
Evidentemente,
el problema para acceder a estas rutas continuadas hasta tierras
del extremo Occidente, viniendo desde Biblos, Creta, Chipre, El Egeo
y etc.. Se halla tan solo en la navegación a Vela, sin la que parece
imposible llegar hasta puntos tan lejanos. Un modo de propulsión que
ya existía en Egipto, antes del periodo dinástico y que se difundió
por el Nilo hacia el 3200 a.C. (tal como muestran las cerámicas
de época Naggada I y II ). Aunque hemos de considerar que entre
los milenios VI al IV a.C. existiría una civilización canoera, que
viviría en trashumancia libre por el Mediterráneo; junto a otra
paralela que navegaría el Atlántico. Estos pueblos nómadas que
vivían en canoas, lo harían del mismo modo que se organizaban hasta
no hace mucho los fueguinos, las gentes del Atlántico americano
-entre ellos, los esquimales- y numerosas tribus que habitaban las
islas del Pacífico -para todo interesado en lo que pudieron ser esos
milenios de trashumancia marítima, durante la época del
megalitismo; con tribus que se desplazaban en canoas por el Atlántico
y por el Mediterráneo, recomendamos leer nuestros artículos citados
en (27) -.
Trabajos acerca del mundo marítimo durante el Eneolitico y a la Edad
de Bronce de Europa; donde se explican hechos tan significativos
como: La diferencia de altura de los mares (debido al frio
postglaciar, uniendo tierras e islas); la existencia de bloques de
hielo por doquier en el Atlántico (que facilitaba el paso entre
simas y estrechos) y la proliferación de focas y cetáceos (que les
permitían alimentarse fácilmente con sus grasas, pudiendo
sobrevivir esas gentes trashumantes en el mar y a muy bajas
temperaturas).
.
Sea
como fuere, tras la aparición del bronce en el Mediterráneo, parece
inevitable pensar que visitantes llegados de Biblos, de Chipre y de
Creta, serían quienes principalmente abrieran las rutas atlánticas
del metal desde el 2800 a.C.. Al ser Biblos el puerto satélite del
Nilo; aliado junto a los cretochipriotas, para abastecer al faraón.
Rey que por entonces ya había creado un imperio dinástico, que
muy pocos siglos después levantaría las pirámides. De tal manera,
es obligado pensar que mientras en el Nilo se construían
edificios como los de Saqaara o Giza; los socios marítimos del
faraón, establecidos en emporios como el de Biblos, recorrían todo
el Mediterráneo en busca de estaño y cobre (además de oro y
plata). Quizá por ello Egipto no necesitó enviar
expediciones directas desde el delta; queriendo tan solo a navegar en
el Mar Rojo, para alcanzar con sus naves los metales preciosos de
reinos como el de Punt (Etiopia y Somalia). Considerando los
expertos que ese poco interés del faraón por aventurarse en el
Mediterráneo, procedía de no tener apenas maderas y deber aliarse
con urbes costeras del actual Líbano (ricas en bosques). Además del
temor a visitantes no deseados en el delta; prefiriendo mantener
puertos satélites tan fieles y firmes como el de Biblos. Donde
desde el IV milenio a.C. todos hablaban y escribían en idioma del
faraón, guardando religión y costumbres nilotas. Pese a ello,
sabemos que este puerto que dio nombre al “libro” cayó en
desgracia tras el reinado de los Hicsos y al comenzar el Nuevo
Imperio (1580 a.C.); por haber apoyado a los faraones extranjeros. Lo
que explica que desde el siglo XVI a.C. Creta y Chipre pasasen a ser
aliados muy cercanos a Egipto; al menos hasta que les sustituyó en
esta labor de socios marítimos del faraón, las ciudades de Fenicia
(Tiro y Sidón, que desde el siglo X a.C. ya serán los que comercian
y navegan para el Nilo).
.
Todo
cuanto narramos, explica por qué desde el Pospalacial (1550 a.C.),
el reino de Minos se convierte en un emporio sin parangón en el
Mediterráneo, influyendo su riqueza y su cultura en la vecina
Chipre. Porque ambas islas desbancan a Biblos en su primacía, cuando
esta última pierde la confianza de los habitantes del Imperio Nuevo.
Pasando a ser los puertos cretochipriotas -Cnossos, Faistos, Kirenia
o Pafos- los que gestionan el gran comercio y las rutas de los
metales del Mediterráneo (trabajando fundamentalmente para Egipto).
Singladuras que se llevarían a cabo con enorme cautela y
secretamente, para alcanzar el lugar del que procedían las materias
primas esenciales para hacer armas. Aunque tanto los chipriotas, como
los cretenses, tendrían bases intermedias y necesarias, antes de
arribar al Atlántico; fundamentalmente en Sicilia y Cerdeña. No
solo para “repostar”, sino principalmente para cortar el camino a
extraños y la posible llegada de intrusos hasta las fuentes de los
metales preciosos. Filones que -como sabemos- se situaban en costas
del océano, más allá de lo que posteriormente fue Tartessos;
civilización que nació al final de la Edad del Bronce con una
función similar a la nurágica de Cerdeña: Como base marñitima y
comercial, que cortaba el paso hacia los principales yacimientos de
oro, plata, estaño y bronce. Capitalizando en la desembocadura del
Guadalquivir la venta de esas materias primas, con el fin de que
naves extrañas no pasaran más allá del este punto y que
descubrieran lo que más tarde se llamó “la ruta de las
cassitérides”: El camino hacia las fuentes de metales preciados,
que comenzaba en el Rio Tinto.
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba,
mapa de las desembocaduras del Sado y del Tajo, con las ciudades de
Lisboa y Setúbal en sus rías. A nuestra izquierda el cabo de
Espichel y entre este y la boca del Sado, el parque de Arrábida
donde se halla la Roca do casal Do Meio (famoso túmulo de la Edad
del Bronce que algunos investigadores consideran realizado por gentes
venidas de Cerdeña). Otros puntos de interés son la playa de Troia,
con sus salazones fenicias, a las que se denomina Cetóbriga; como la
ciudad lusa que hubo en estas inmediaciones. Y la urbe de Palmela,
lugar donde se encontraron por primera vez las puntas de lanza de la
Edad del Bronce, que comúnmente llamamos “palmelas”
(no solo por su forma de palma, sino por haberse conocido en esta
población).
Abajo,
vista de los montes de a Sierra d´Arrabida, entre Setubal y Cabo
Espichel. En este lugar paradisíaco se halla la famosa tumba “Roça
do Casal do Meio”. Si
visitamos el parque natural, observaremos que se trata de una zona
protegida al mar y los vientos, cerrada gracias al Cabo Espichel y
cuyas aguas son cristalinas y tranquilas.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado, vista
de Setúbal (al fondo), tomada desde las inmediaciones de la Roça do
Casal do Meio. La foto fue hecha en el mes de marzo; observemos las
playas tranquilas y el paraje totalmente paradisíaco.
Por su parte añadiremos que Setúbal
debe su nombre -a mi juicio- a los cetáceos que viven junto a sus
aguas todavía.
Habiendo sido inicialmente Cetó-briga; el puerto de los cetáceos,
famoso por las enormes capturas de ellos que harían en la bahía del
Sado.
Abajo,
lugar donde se encuentra el túmulo de la Roca do Casal do Meio
(marcado en primer término) y la ciudad de Setúbal (al fondo).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado, vista
general de las montañas donde se halla el túmulo de Casal do Meio y
en su centro (enmarcado) una foto con los restos que aún pueden
verse del hipogeo -junto a un cartel indicativo-. Abajo,
el Cabo Espichel.
Observemos que tras cruzar este punto, el mar se embravece y los
acantilados son peligrosos y afilados. Muy distintos a los de lado
Sur, junto a Setúbal, que configuran un puerto natural inmejorable,
rodeado de playas perfectamente protegidas de las olas. Al fondo de
la fotografía se observa ya el inicio de la ciudad de Lisboa.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado, la
desembocadura del Sado y las marismas, tras la playa de Troia
(del otro lado de Setúbal).
Su vegetación, sus lagunas de agua dulce o salada, y sus llanos; nos
recuerdan sobremanera a las marismas de Doñana (donde se asentaba el
centro de la civilización tartessia).
Abajo,
canales y lagunas del rio Sado en la desembocadura; a los lados de su
ría. Estas
marismas que comienzan en la bocana del puerto de Setúbal, en la
salida del las aguas del rio al Atlántico; continúan durante
decenas de kilómetros, tal como hacen las del Guadalquivir,
siguiendo lo que antaño fuera el Lago Ligur.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS: Al
lado, bocana
del puerto de Setúbal y final del río Sado en el Atlántico.
Observemos
los diferentes colores de las aguas, debido a la mezcla de las
corrientes fluviales con las del Océano.
Abajo,
ruinas de la fabrica de salazón fenicia y reutilizada por los
romanos, denominada Cetóbriga (en memoria de la ciudad lusa que
estuvo en este lugar). Se halla del otro lado de la bocana del
puerto, en el punto donde comienza la paradisíaca playa de Troia.
.
.
B-6)
Llegada de los primeros colonos del Hierro. Los
sardos, el enterramiento de Roça do Casal do Meio y las estelas
tartessias :
.
Podemos
plantearnos qué grado de aculturación provocarían los primeros
visitantes que llegaron desde el Oriente mediterráneo hasta las
nuestras costas, hace ya más de cinco mil años
(27b) . Pese a ello, la respuesta es difícil
de contestar, pues no debemos considerarlos “colonos”
propiamente, sino “visitantes”. Así pues -personalmente- yo
dividiría en dos tipos, esos que venían hasta nuestras tierras
desde comienzos de la Edad de Bronce: Por un lado, quienes llegaban
al extremo Occidente huyendo de desastres (buscando refugio y
asentamiento); frente a otros, que lo harían como comerciantes, en
busca de riquezas. Los primeros, estarían obligados a trasladarse a
vivir a un lugar tan remoto, escapando de grandes catástrofes
-cataclismos o invasiones- sucedidas en su lugar de origen (la
erupción del Tera, ataques, guerras y asedios). Aunque hemos de
pensar en la existencia de un segundo tipo de “colono”, que
simplemente visitaría nuestras costas durante los veranos, en
búsqueda de metales, gemas y ámbar. Estos, como navegantes
llegados del Oriente mediterráneo (Creta, Chipre, Biblos),
establecerían sus primeros contactos con aquellos que se habían
trasladado desde tierras cercanas a las suyas, huyendo del
infortunio. Aunque su fórmula más simple para el entendimiento
con los indígenas peninsulares, sería la de secuestrar o comprar
jóvenes en sus visitas a nuestras costas. Adolescentes nativos que
llevarían a sus tierras de origen, para educarlos en su lengua y
modo de vida; inculcándoles las costumbres propias. Todo ello con el
fin de devolverlos años después al lugar de nuestras costas donde
los habían raptado -o comprado-; para que aquel chico conocedor de
la lengua de los comerciantes y que había vivido entre ellos, no
solo actuase como intérprete, sino que muy pronto se convirtiese en
una autoridad.
.
Tras
de explicar este sistema de primera colonización, tan básico como
extendido; queda por mencionar la crisis del siglo XII a.C. y la
caída de las civilizaciones del Bronce. Lo que traería los primeros
migrantes huidos “en masa” hasta la Península, tras la aparición
del Hierro en Anatolia. Largo periodo de convulsiones, que comienza
poco antes de la Guerra de Troya (1212 a.C. -aprox.-) con la
expansión del los Pueblos del Mar; quienes -como sabemos- eran
tribus errantes expulsadas de Anatolia con la aparición del nuevo
metal (o bien hordas piratas organizadas como navegantes). Ejércitos
que viajaban en barco, atacando cuantos litorales alcanzaban, para
fundar en ellos sus nuevos reinos; llegando a hacerse con el poder en
Egipto en el siglo X a.C.. Este es el marco de enormes crisis que
desde el siglo XIII a.C. viven Anatolia, el Egeo y Oriente Medio; por
cuanto muy ponto se produce la decadencia del mundo cretochipriota
junto al micénico y hasta la del Nuevo Imperio Egipcio.
Principalmente porque al sustituirse el bronce por hierro, el control
sobre las minas de estaño y cobre -en manos de las grandes culturas-
no garantizaba ya la estabilidad de la zona. Un control que debieron
ejercer las potencias del oriente mediterráneo durante la Edad del
Bronce; tan solo dejando navegar y abastecerse en las minas
cúpricas y de casiterita, a los estados autorizados o aliados.
Llegando unos hasta los yacimientos del Cáucaso, atravesando el
estrecho que cerraba Troya; motivo por el cual cayó esa ciudad
con la aparición del Hierro. Mientras otros, alcanzarían las
materias primas para bronce, viajando hasta las lejanos filones del
Atlántico y de Cerdeña; rutas que hasta entonces capitalizaban los
Cretenses y Chipriotas.
.
Sabemos
que fueron los cretochipriotas quienes monopolizaban antes del siglo
XII a.C. las rutas del metal del Oeste mediterráneo, llegando hasta
el Atlántico a través de Cerdeña. Porque en esta isla italiana los
minóicos y las gentes de Chipre dejaron sus marcas e improntas en
los lingotes de cobre y estaño. Acuñando en los yacimientos de las
minas sardas, talentos con la misma forma que le habían dado
anteriormente en Creta o Chipre. Fundidos ya en forma de cuero
bovino, durante el primer periodo de esplendor Egeo (del siglo
XVI al XII a.C.); cuando los cretenses y los chipriotas comerciaban
metal por todo el Mediterráneo. De ese modo, los lingotes tipo
piel de buey fabricados en Chipre y Creta desde el 1580 a.C., los
veremos repetidos en Cerdeña durante los siglos XII al X a.C..
Cuando el reino de Minos había entrado en declive y tan solo los
navegantes de Chipre “se atrevían” ya a acercarse hasta la isla
italiana, para embarcar allí metales preciados.
.
Pese
a todo, durante esa época nurágica de Cerdeña, el valor del cobre
y del estaño había decaído enormemente, por la aparición del
hierro. Cuando el uso del bronce se limitó tan solo a objetos de
adorno o a piezas de coraza y defensa (muñequeras, espinilleras,
lórigas escamadas etc.-. El hecho cierto es que en el siglo XII
a.C. Creta estaba en plena crisis y todavía Chipre se sostenía,
gracias a la ayuda de los pueblos del litoral continental de Oriente
Medio; cuyos puertos, comenzaban a conocerse como de los “hombres
rojos” o “púnicos”. Estos, que llamaremos más tarde
fenicios, evitaron siempre la invasión de Chipre, con el fin de
tener en aquel piélago un “muro” que les protegiese del avance
de los dorios y de los pueblos del Mar. Por cuanto se aliaron con los
chipriotas y abrieron en la isla bases marítimas fenicias; que
usarían para colonizar el Egeo -primero- y más tarde para llegar
donde esos isleños iban desde siglos atrás, en busca de metales
(Sicilia y Cerdeña, saltando hasta el Atlántico en el siglo IX
a.C. y fundando bases como Gadir).
.
Finalmente,
desde el 1100 a.C. el imperio minóico es destruido por las gentes
del Hierro y a su vez termina el Heládico final (acabando el
poder micénico del Egeo). Siendo por entonces cuando entra en
crisis también Chipre, que concluye su fase “Chipriota Final”
sometido a numerosos terremotos. Aunque esta isla, gracias a la
ayuda de sus vecinos fenicios, se sostuvo independiente; logrando
mantener su cultura cretochipriota, tras el paso de las hordas
armadas con Hierro. Pese a ello, parece evidente que Chipre no
pudo ya conservar las rutas ni el monopolio de los metales. Por lo
que serán los Sardos, quienes heredan el comercio y difusión del
estaño, que antes era de los cretochipriotas. Quedándose los
habitantes de Cerdeña desde este siglo XI a.C. con cierta
“exclusividad” para viajar y mercadear, buscando yacimientos.
Internándose desde el Sur de Francia, para alcanzar las minas galas
y de centro Europa; aunque principalmente irían las naves nuragas
hasta el extremo Occidente en busca de los metales preciosos del
Atlántico -tal como hasta entonces hicieron expedicionarios del
Oriente mediterráneo, en busca de las materias primas para fundir
bronce-. Siendo esta etapa que comprende desde el siglo XII al IX
a.C., un periodo de enorme florecimiento en Cerdeña, llamado Nuraga.
Que coincide en la península con la pretartessia, dominada por
precolonizadores (principalmente sardos) y donde se fragua lo que
serán las culturas peninsulares de la Primera Edad del Hierro y en
especial: Tartessos).
SOBRE,
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba
dos
lingotes cretenses de cobre, hallados en Zakros y de periodo
Neopalacial, fechados entre el 1500 y 1450 a.C. (propiedad
del Museo de Heraklion al que agradecemos nos permita divulgar
nuestra imagen). Por
su diseño se denominan lingotes “oxhide” o “piel de buey”,
al recordar el cuero del toro. Fueron conocidos como keftius y su
significado relaciona la pecunia monetaria, con la pecunia ganadera;
es decir, el valor “cabeza de ganado” con una tasación
correspondiente a un peso en cobre.
Al
lado,
altar micénico (ashera) del templo palacio de Lerna. Su forma
similar a la de los talentos de cobre y estaño fundido, identifica
los crisoles para trabajar metales con ese diseño relacionada con la
piel de toro. A
mi juicio ello se debe a un simbolismo que une el mundo pecuniario
del metal, con el de las riquezas en ganado; asimilando el poder del
toro y el valor de su carne, con el que concede el bronce a los
hombres.
.
ABAJO:
Foto
compuesta en la que vemos en la parte alta dos lingotes tipo Cerdeña
(Sierra Ixili), de los siglos XII al X a.C.; muy parecidos a los
minóicos y de Chipre, siglos anteriores. En la parte baja, tenemos
los pectortales de el tesoro de El Carambolo, cuya forma claramente
habla de este símbolo “keftiu” o del talento tipo “piel de
buey”. Recordando -a mi juicio- que quienes portaban estas joyas
(sacerdotes o monarcas tartessios), eran los príncipes del metal y
del ganado (de las riquezas). Lo que la mitología griega recordará
con el nombre de “los bueyes de Gerión”, rey de Tartessos; cuyas
manadas vino Heracles a robar, para llevarlas hasta Grecia.
Una fábula que relata de modo imaginado la llegada de los helenos
hasta Tartessos, para adquirir a un precio muy bajo los metales
preciosos. “Robando” así Hércules los ganados del monarca
tartessio y llevando hasta la Hélade esos lingotes (cuyo valor se
tasaba y simbolizaba en cabezas de ganado). Bueyes imaginarios que
parece estaban colgados (del pecho) de quienes lucían este tesoro de
El Carambolo; lo que a mi juicio simbolizan estos dos “efods” que
vemos en fotografía. Piezas con más de tres kilos de oro y en
verdad muy frágiles -no como las que se exponen en reproducción, en
los museos-; por cuanto hubieron de portarlas con toda delicadeza,
debido a su valor de orfebrería y a su debilidad. De ello -a mi
entender- nunca podrían ser adornos para poner en la testud de toros
sagrados (tal como exponen en algunos museos); ya que el animal
podría destrozarlos con un simple cabezazo o con un golpe de cola.
Roça
do Casal do Meio
Se
trata de un hipogeo funerario, construido a modo de dolmen, con dos
inhumaciones halladas y expoliado en parte. Su datación varía según
los investigadores, considerando unos que es un túmulo de origen e
influencia sarda, construido entre los siglos XI al X a.C.; mientras
otros piensan que se trata de un enterramiento autóctono, creyendo
que es un dolmen reutilizado -idea que principalmente se debe a
la expoliación que sufrió el hipogeo; considerando algunos que al
destruirlo se habría cambiado su planta, haciéndola semejante a las
de Cerdeña-. D. Mariano Torres Ortiz duda entre ambas hipótesis
y fecha el túmulo de Roça do Casal ente los siglos XI al X a.C.;
considerándolo un enterramiento coetáneo a Tartessos
(28) ; clasificándolo como “cámara con paredes
de mampostería, de etapa orientalizante”
(29) . Explicando este profesor -en su libro
sobre mundo funerario tartessio- que estas son tumbas donde se
enterraría una clase alta (familias principescas) de etapa
tartéssica y que estarían construidas imitando las formas de los
colonizadores. Todo lo que personalmente me cuesta mucho creer, pues
es muy difícil imponer ritos fúnebres particulares, que solo veamos
en muy pocas ocasiones, tal como sucede con la Roça do Casal.
Considerando -personalmente- mucho más probable que los
colonos se hicieran hipogeos a su modo, para inhumarse en ellos, tras
haberse establecido como casta superior (quizás al mezclarse con
los principales del lugar). De ello, creo que debemos considerar
que Roça do Casal puede ser una cámara construida para un grupo o
familia de colonos, de origen seguramente Sardo. Hipótesis
acerca de esta tumba, que me atrevo a exponer; al tener este
enterramiento apenas paralelos con otros hipogeos del Sur peninsular
(tan solo semejante a las de El Palmarón en Niebla, a El Acebuchal
en Sevilla y al de Setefilla, en Lora del Rio; que igualmente
clasifica como “tartessio” orientalizantes D. Mariano Torres).
.
Más
tarde, el prof. Torres Ortiz explica en el libro que analizamos, las
razones para fechar entre los siglos X-IX a.C. este túmulo portugués
hallado junto al Cabo Espichel.
Escribiendo: “Este
fenómeno de aculturación del que vengo hablando pudo haber
comenzado ya en época precolonial
según
se desprende del monumento de la Roça do Casal
do
Meio, donde
en una estructura compuesta por un
dromos
de acceso y una cámara circular se depositaron
dos
enterramientos de inhumación acompañados de
un
ajuar
de claro sabor mediterráneo: una fíbula ad
occhio
de
origen sículo, un peine de marfil y unas
pinzas
de
depilar.
Para esta sepultura se han señalado
paralelos
dentro
de la culturas protohistóricas del Mediterráneo
occidental,
especialmente Cerdeña, y en círculos
culturales
del Mediterráneo oriental: Chipre.
No
obstante,
habría
que señalar que algunos
autores han
apuntado
la
posibilidad de que estemos realmente ante
la
reutilización
de un monumento megalítico durante
el
Bronce
Final, ya que Ruiz-Gálvez (1990: 86)
señala
que
una trinchera abierta por saqueadores de tumbas
distorsiona
toda la estratigrafía hasta el punto de
no
poderse
vincular con claridad la cerámica de retícula
bruñida
externa
con los enterramientos”
(30)
.
.
Sigue
exponiendo D.Mariano Torres Ortiz, unas páginas más tarde:
“En el mundo tartésico, este tipo de tumbas se caracteriza por la
existencia de una cámara funeraria de planta rectangular construida
con muros mampostería
en los dos ejemplares seguros (túmulos A y H de Setefilla); y
circular en los dos dudosos, de los que se dice podrían ser dólmenes
megalíticos reutilizados (El Palmarón y Roça do Casal do Meio); a
la que se accede a través de un pasillo o corredor de dimensiones
variables denominado dromos a partir de las estructuras similares que
presentan las tumbas de tholos minoicas y micénicas” (…) “Los
dos monumentos que se incluyen en este tipo con las debidas reservas
son el túmulo de El Palmarón (Niebla, Huelva) y el sepulcro de
cámara y corredor de la Roça
do Casal do Meio. Este último es especialmente interesante, ya que
en el caso de que no se tratara de un dolmen reutilizado,
significaría en el plano cronológico la aparición de este tipo de
estructuras funerarias en la Península Ibérica en un momento
plenamente precolonial datable en los siglos X-IX a.C.
según se desprende de alguno de los elementos de su ajuar: peine de
marfil, fíbula de codo ad occhio de tipo sículo. Todo
ello le incluiría dentro del interesantísimo proceso que
Almagro-Gorbea (1989; 1992: 40; e.p.a) denomina Protoorientalizante,
y que significaría la llegada de los primeros influjos culturales
procedentes del Mediterráneo oriental con anterioridad a la
colonización fenicia” (31)
.
.
Al
terminar su libro, el prof. Torres Ortiz recoge una serie de
conclusiones
acerca de los restos arqueológicos referentes a los enterramientos
de etapa tartessia, que fue analizando. Escribiendo
sobre este hipogeo cercano a Setúbal lo siguiente: “La
tumba de cámara y corredor de la Roça do Casal do Meio.
Almagro-Gorbea (...) la considera como un posible indicio de la
existencia de contactos entre el occidente de la Península Ibérica
y el Mediterráneo oriental y uno de los elementos básicos para
definir su período Protoorientalizante, buscando sus prototipos en
el Mediterráneo central y oriental. Belén y Escacena (...) la
interpretan como la sepultura de ocasión de unos comerciantes de
origen seguramente sardo, siguiendo la hipótesis del origen en la
isla de Cerdeña de este tipo de estructura funeraria defendida por
sus excavadores
(…) No
obstante, se plantean dos interrogantes a los que habría que dar
respuesta: En primer lugar, en Cerdeña no hay vestigios de
estructuras similares a la excavada en Roça do Casal do Meio
(Ruiz-Gálvez, comunicación personal), y, en segundo, quién
construyó esta sepultura: ¿los indígenas? ¿los comerciantes
compañeros de ambos difuntos? (…) Almagro-Gorbea (...) ve en esta
tumba el prototipo de las tumbas de cámara aristocráticas propias
del período Orientalizante (...) El carácter único de esta
sepultura y los problemas señalados me obligan a tomar la
interpretación de este último autor con las debidas reservas,
aunque hay que reconocer que es el único que ha realizado una
lectura social de la misma
(…) En cualquier caso, tanto en el caso de Roça do Casal do Meio
como en los de Peña de Arias Montano y Vega de Santa Lucía, nos
encontramos ante inhumaciones relativamente aisladas y un ritual
funerario que muestra un escaso interés en definir el espacio
ocupado por los muertos” (32)
.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
uno de mis múltiples dibujos explicativos, donde recojo cómo
podrían orientarse para navegar en la Antigüedad, tan solo
valiéndose de la sombra, durante el día; pudiendo realizar lo
mismo, leyendo la altura de la Estrella Polar, por las noches
(anotamos
que durante la Edad del Bronce era la Cabeza de Draganis la que se
situaba en Norte Puro y no la Polaris). Esto
demuestra que en su mayor parte de singladuras o caravanas, seguirían
siempre un rumbo recto Oeste-Este o bien Este-Oeste.
Bastando con añadir o restar 1,25 grados por 4 días, desde la fecha
del equinoccio anterior, para conocer la posición de altura
(latitud). Ello
se puede realizar no sabiendo que la Tierra es redonda, simplemente
por intuición; aunque luego, desde el dominio de este conocimiento,
se podrá deducir la esfericidad del Planeta.
Abajo:
Bello
Mapa
de Abraham Orteius (publicado en 1596) sobre el que he trazado una
linea
recta desde a zona de Setúbal-Lisboa (punto donse se halla la Roça
do Casl do Meio), hasta el Este peninsular. Esta línea la he fijado
como un paralelo de vía, suponiendo que para viajar y orientarse
durante la Antiguedad más remota, se servirían comúnmente de las
sombras; usando una simple vara (de una medida establecida) con la
que medirían la altura del sol.
Curiosamente, si
viajamos en este camino paralelo de Setubal a Lisboa y llegásemos al
mediterráneo andando, encontraríamos algunos de los más
importantes santuarios y yacimientos del megalitismo, del bronce Bajo
y hasta de etapa tartessia e ibérica.
Entre los que citamos, los conjuntos megalíticos de Monsaraz y Los
Almendros, en Évora (observatorio astronómico más antiguo de
Europa, datado a principios del VI milenio a.C.); Collado de los
Jardines (en Despeñaperros) y El Cerro de los Santos, en las
cercanías de Yecla (santuarios ibéricos más importantes) . En
nuestra cita (33)
podemos leer los puntos arqueológicos que traza esta linea, que son
algunos de los principales de nuestra Península.
SOBRE
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Arriba,
mapa
de la zona de Estremadura portuguesa y El Alentejo, para observar las
lineas rectas y su coincidencia con yacimientos o santuarios. En
paralelo con Lisboa se encuentra el túmulo de Huerta Hornina en
Almendralejo. Hipogeo circular y observatorio astronómico, de la
Edad de Bronce Pleno (entorno al 2200 a.C.)
donde cada 25 de diciembre se refleja el sol en el interior de su
cámara. En
paralelo con Setúbal y Palmela (famoso yacimiento del Bronce que a
nombre a las puntas de flecha de este periodo); hallamos el conjunto
megalítico de Almendros, junto a Évora.
Con uno de los observatorios astronómicos más antiguos del Mundo y
quizás el primero de Europa; datándose su cromlech inicial a fines
del VI milenio y principios del IV a.C.. Por último, en
paralelo con la cámara sepulcral Roça do Casal, hallamos el parque
megalítico de Monsaraz; con infinidad de menhires, cromlechs y
dólmenes.
Abajo,
coincidencias en altura de puntos sagrados en todo el Mediterráneo.
En el mapa observamos que la linea de santuarios peninsulares llega
hasta el volcán Strómboli y sigue hasta el monte Parnassos.
Donde los griegos situaron el Templo de Apolo de Delfos, pese a que
sabemos por prospecciones arqueológicas en
su cima y cuevas, que la montaña era sagrada ya desde el 3500 a.C..
-seguramente
debido a que desde aquel pico se divisaba y vigilaba buena parte de
la Hélade-. A
su vez, hemos marcado la linea del Ararat, monte venerado desde
tiempos anteriores al Neolítico; que en paralelo converge con un
punto muy cercano al Parnassos, llegando hasta donde se situó el
Oráculo de Dodona (famoso
por la lectura del futuro a través de las palomas). Podemos
pensar que es absurdo relacionar en linea recta los puntos sagrados,
aunque si reflexionamos, veremos que en la antigüedad no había otro
medio para guiarse que el de seguir una linea paralela (siguiendo las
sombras o las estrellas), hasta el lugar donde queríamos llegar.
Debido
a ello, muy probablemente, cuando llegaban a tierras nuevas, donde no
existían caminos; avanzaban de ese modo y cada ciertos kilómetros
-en linea recta- pondrían una marca, con el fin de orientarse bien y
regresar correctamente.
Esto pudo conformar un paralelo sagrado, tal como parece existir en
este 38º,30´ en nuestra Península; donde muchos de los santuarios
y zonas más veneradas se irían situando en linea recta, con el fin
de orientar al que viajaba (tal
como actualmente vemos iglesias y marcas en el camino de Santiago;
para guiar al peregrino).
BAJO
ESTAS LINEAS:
Otro
dibujo mío en el que explico el modo de viajar y de orientarse más
sencillo. Bastado usar un compás (o una alidada) con los grados
marcados. Así, midiendo a diario, seguiremos una linea paralela de
Este a Oeste (o viceversa), alcanzando un punto simplemente sabiendo
su altura. Es
decir, si nos dicen que Setúbal está donde la sombra marca en los
equinoccios 30´5 grados al medio día (en equinoccio) y tenemos que
poner rumbo a este punto, andando por el campo. Primero, caminaremos
hasta llegar a la altura que nos marque esa sombra (sabiendo que
avanza o atrasa 1,25 grados cada cuatro días, desde el equinoccio);
luego, mantendremos una linea recta (Este-Oeste o viceversa), hasta
llegar a destino, siguiendo siempre una sombra igual. Por la noche,
se viajará del mismo modo, simplemente calculando la altura en
grados de la Polar; siendo más fácil este método de orientarse ya
que es más sencillo leer estrellas a cualquier hora de la noche, que
ir midiendo sombras al medio día. Es comprensible que en los lugares
donde llueve abundantemente, no se halla conservado este método de
orientación; aunque culturas como la wikinga era capaz de tener
medios de lectura de la situación solar, pese a que estuviera
nublado (a través de cristales reflejados). También esto explica la
necesidad que tuvieron las civilizaciones del desierto, de estudiar
las estrellas (para orientarse entre las dunas); así como las de
navegantes (helenos, fenicios y otros). Aunque tras la paz romana,
las calzadas y la falta de piratas en el Mediterráneo, hizo que las
comunicaciones pudieran llevarse a cabo por tierra y mar, sin apenas
necesidad de conocimientos astronómicos.
Las
palabras que antes hemos recogido acerca de Roça do Casal do Meio
consideramos que son de enorme importancia
y en ellas podremos resumir algunas frases que nos harían comprender
la importancia de esta cámara funeraria. Principalmente cuando
nos dicta Torres Ortiz que este enterramiento pertenece a la
aculturación precolonial (tal como muestra su ajuar con un peine de
marfil y etc). Conteniendo paralelos en Cerdeña y hasta en Chipre;
pese a que algunos consideran que es un megalito reutilizado (M.
Ruiz-Galvez, preferentemente). Aunque
parece que más bien pertenecería a mundo que el prof. Almagro
Gorbea denomina, proto-orientalizante; quien asimismo ve en este
enterramiento “el prototipo de las tumbas de cámara aristocráticas
propias del período Orientalizante”.
Por
su parte,
los prof. Ma.Belen y JL.
Escacena la interpretan como un enterramiento ocasional de unos
comerciantes sardos. Ante lo el prof. Torres Ortiz duda,
preguntándose “quién
construyó esta sepultura: ¿los indígenas? ¿los comerciantes
compañeros de ambos difuntos?”...
.
No vamos a contestar directamente a estas últimas cuestiones que se
plantea el profesor Torres Ortiz; pero diremos que en este caso
quizás el autor no entiende bien la
propuesta de Ma.Belén y JL. Escacena. Quienes exponen un caso
extraño -pero no absurdo- al afirmar que Roça do Casal pudo ser la
tumba de unos comerciantes sardos. Tal como Pozo Moro pudo ser el
enterramiento de un rey o de una dinastía neohitita, que se vio
obligada a vivir en Albacete; posiblemente tras huir de sus tierras
anatólicas
(devastadas repetidamente desde el siglo VII a.C. por los cimmerios,
los asirios y hasta por los griegos). Aunque Pozo Moro, también pudo
tratarse de una tumba turriforme, tipo sirio hitita; levantada por
comerciantes llegados de Anatolia, para enterrarse en ella, cuando
falleciese uno de los suyos en tierras extranjeras.
.
Ante
las peores dudas acerca de que el túmulo de Casal do Meio, como es
la de que se tratara de un dolmen reutilizado -hipótesis
que más sigue prof. Ruiz-Galvez-. Expresando de nuevo mi enorme
admiración por esta investigadora, a quien me veo obligado
contradecir. Diré que en
mi opinión no es aceptable tal idea
de Da. Marisa Ruiz-Gálvez Priego; y
para explicarlo recogeré las palabras de
otra gran arqueóloga, en este caso portuguesa y que conoce
magníficamente la zona y la excavación del Parque D´ Arrábida
(34)
. Hablamos de la
profesora de la Universidad de Lisboa, Da. Ana Margarita Arruda,
quien
nos dice -textualmente- que
existe: “una
profunda
implicación de
los
grupos humanos que construyeron la Roca del Casal do Meio, con
navegantes mediterráneos; concretamente con sardos, que al final de
la Edad del Bronce habrían llegado
a esa costa occidental peninsular” .
Sigue
anotando la
especialista portuguesa acerca de este interesante túmulo: “los
allí inhumados no parecen ser extranjeros, sino indígenas; pudiendo
defenderse que los propios constructores serían también nativos, y
no sardos
-como bien demostró Mariano Torres en 1999 y ratificó más
recientemente (en 2005)-. El
desconocimiento generalizado sobre las necrópolis del Bronce Final
no nos permite encontrar paralelos exactos -o cercanos- al monumento
de la Roca do Casal do Meio.
Que -sin embargo- parece tener en su totalidad, una vaga proximidad
formal y de soluciones constructivas, con los monumentos megalíticos
de tipo tholos (...)
La cronología de sus dataciones por C-14 proporcionan a los
excavadores unas fechas constantes, que pueden ir desde mediados del
siglo X al inicio del siglo IX a.C.”
(35)
.
.
Además
de cuanto puede argumentar una investigadora de la categoría de Da.
Ana Margarita Arruda; añadiremos
que la situación de Roça do Casal en un lugar paradisiaco, situado
en un bellísimo cabo, “casi” final del Mundo. Lo que me lleva a
pensar que pudiera tratarse de un punto de peregrinaje y de un centro
sagrado (a más de un simple enterramiento). Por cuanto es
perfectamente posible que los comerciantes que vinieran desde Cerdeña
-cada verano-, para luego regresar a sus tierras; pudieran
elevar allí un cenotafio. Un lugar enterrarse al modo nuraga (en
dólmenes o cámaras); pero además para que ese túmulo fuera
venerado después; quizás como la tumba de los “exploradores”,
creando allí un punto de peregrinación. Logrando que las gentes se
acercasen a ver ese paraje paradisíaco y aquella construcción
extraña; generando así un lugar sagrado y promoviendo de ese modo
el comercio. Un
modus operandi común a numerosos santuarios de peregrinos, cuyo
origen estuvo en constituir un cruce de unión entre pueblos, pero
también un foco comercial. Cuya sacralización y mercado, se expande
finalmente gracias a crear allí un edificio singular, tal como
parece pudo suceder en el caso del Finisterre y Santiago de
Compostela (como recuerdo del Viaje a las Cassitérides). Sea como
fuere, bastará
visitar el cabo Espichel, llegando luego al parque Darrábida (donde
se eleva un magnífico monasterio), para darse cuenta que el lugar
pudo ser sagrado desde época ancestral.
Pues se trata de un paraje paradisíaco, junto al puerto natural más
protegido y bello de Portugal, como es Setúbal. A mi juicio, más
aún que los de Lisboa o Aveiro y Oporto; ya que en
la bocana de entrada del Sado se inicia una ría, perfectamente
cerrada, abriéndose luego a un gran lago y a kilómetros de
marismas. Todo lo que nos recuerda como hubo de ser e famoso lago
Ligur y las marismas del Guadalquivir, en tiempos de Tartessos.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
estela extremeña (o del Sudoeste) hallada en La Yuntilla Alta,
Cabeza de Buey (Badajoz), fechada entre los siglos VIII al VII a.C. y
propiedad del Museo Arqueológico de Badajoz -al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-.
Sobre ella he trazado lineas, para que se vea claramente lo
representado: Un
guerrero con espada (en el centro) y bajo este, un enorme escudo. A
los lados, el ajuar, compuesto por: Peine, espejo y un objeto que a
mi juicio es un hacha doble. Del otro lado: lanza, posibles
proyectiles, cazoleta; y tras el guerrero, dos caballos tiran de su
carro.
Abajo,
mapa
de las estelas del Suroeste, tal como lo exhibe el Museo Arqueológico
Nacional
-al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen-. Observemos
que la mayoría de hallaron en tierras cercanas al antiguo Tartessos,
pero se han encontrado también en zonas próximas a Cataluña y más
allá de los Pirineos.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
guerrero representado en un bronce nuraga de los siglos X al IX a.C..
Vemos aquí el soldado sardo con su espada, su escudo y su casco con
cuernos. La figuración (tosca y simple) tanto como el armamento que
luce, es muy similar a los que veremos en las Estelas del Sureste
(tartessias).
Abajo,
sala
del Museo Provincial de Cáceres -al
que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen- donde se exponen
diversas
estelas del Suroeste (de “guerrero” o “tartessias”), halladas
en Extremadura y fechadas entre los siglos IX al VIII a.C.. Este tipo
de losas, en las que solo se representa armamento (sin figurar el
guerrero) son consideradas piedras de demarcación o de límites.
Creyendo
que no tenían uso funerario, siendo utilizadas para la señalización
de posesiones o bien de caminos.
Estelas
de Guerrero, Tartéssicas, Extremeñas del Sudoeste.... ¿O estelas
de origen sardo?:
En
este epígrafe tan solo vamos a tratar acerca del parecido entre las
losas de etapa tartéssica y el mundo de Cerdeña coetáneo.
Cuya similitud es tanta, que en
gran parte de los ajuares de guerrero que representan esas losas
Extremeñas (o del Sorueste) bien pudiera decirse que son con
armamento nuraga -casi igual al que veremos en las figuras de bronce
con soldados sardos entre los siglos IX y IX a.C.-.
Antes
de entrar en el tema, veremos otros aspectos que aún no hemos
tocado, pertenecientes al mundo de la precolonización en el Suroeste
peninsular durante esta etapa. Algunos,
expuestos ya en nuestro artículo PORTUGAL
EN EL BRONCE PRETARTESSIO
-ver cita (36)
-,
en el que tratábamos el problema de la precolonización en el área
lusa, siguiendo
a las profesoras Arruda y Vilaça; suscribiendo las siguientes frases
de Da. Raquel Vilaça: “La
intervención de micénicos, chipriotas, sirio-fenicios y sardos, ha
sido apuntada por diversos investigadores, admitiéndose
también la existencia de tripulaciones multiétnicas, con
participación de indígenas y navegantes atlánticos en los viajes
que cruzaron el Mediterráneo (...) Sin embargo, en
ese contacto con la Península, el papel principal se ha atribuido
con argumentos pertinentes a los navegadores sardos, que incluso
tendrían bases establecidas en el territorio portugués
(...). Ya esta última hipótesis
nos parece mucho más difícil de aceptar principalmente porque no se
ha explicado lo que se debe entender por esas «bases sardas»
(…); y ni
siquiera el siempre recurrente ejemplo del túmulo de la Roca del
Casal do Meio (Setúbal), es tenido por muchos como una sepultura de
navegantes sardos” (37)
.
.
Perece
evidente que la profesora Vilaça acierta al manifestarse de este
modo, pues si toda la precolonización del litoral lusitano se
hubiera realizado tan solo por gentes procedentes de Cerdeña, no
existiría un “corte” tan abismal
entre las estelas alentejenas (del Bronce) y las estelas tartessias
(de final del Bronce). Una diferencia artística y cultural en esos
dos “tipos” de losas, que incluso se extiende al uso que dieron a
unas y a otras. Pues
las de Alentejo aparecen unidas a cistas de inhumación; mientras las
de etapa tartéssica, se cree que eran principalmente utilizadas para
demarcar caminos y territorios. Todo
lo que nos habla de dos civilizaciones y dos procedencias muy
diferentes -en las losas-; no pudiendo siquiera determinarse que unas
preceden o siguen a las otras (como muchos investigadores afirman).
Pues las alentejenas surgen entorno al siglo XVI para desaparecer
hacia el XII a.C.; y las del Sureste o Extremeñas, nacen después
del siglo XII a.C. y se extinguen con el final de Tartessos (entorno
al VI a.C.). Por cuanto expreso, lo
cierto es que entre ambos tipos de estelas hay dos mundo culturales
muy distintos y todo hace suponer que las segundas no son una
continuación, sino más bien una burda réplica
(o un intento de imitar cuanto los primeros había hecho). Ya que
frente a la tosquedad de las lajas tartessias, hemos de señalar la
finura y perfección de las alentejanas (cuyo trabajo en piedra
pudiera ser comparable al que se realizaba por entonces en Creta o
Chipre). Así pues, aunque las losas del Suroeste (Extremeñas o
Tartessias) sean muy posteriores y
pertenezcan en su mayoría a la Edad del Hierro, la
torpeza de estas nos lleva a pensar en una regresión cultural, o
bien en dos tipos de colonizadores muy distintos. Unos cultos y
refinados,
creando lápidas bien esculpidas
como las del Alentejo,
que solo podría tallar un artista. Frente
a los segundos, mucho más toscos en sus costumbres y gustos, sin
apenas recursos artísticos
y que basarían su sociedad en una estructura militar (no tanto
comercial). De ello, la
simplificación en estas losas del Suroeste (de guerrero o
Extremeñas), con un diseño tan sencillo como naif; carentes de toda
intención de mostrar la realidad;
quizás tan solo buscando reflejar el armamento y la fuerza del
guerreo (cuya memoria protegería el camino o el territorio, donde se
elevaban).
.
Por
todo cuanto expreso, y aunque ya parece
comprobado que existió una precolonización del Suroeste peninsular
(actualmente
reconocida por los arqueólogos); asimismo
-a mi juicio- hubo una “protocolonizacíon, tal como intuye ese
gran sabio llamado Martín Almagro Gorbea
-hijo y hermano de sabios-.
Protocolonización que -a mi entender- sería llevada a cabo por las
únicas civilizaciones que durante la etapa en que aparecen las
estelas alentejanas, tenían flota para alcanzar las costas de la
Antigua Iberia: La Cretochipriota.
Pues, aunque en estos siglos que comprenden del XVI al XII a.C.,
también había armadas en algunos puertos del Egeo o de las costas
de Anatolia -fudamentalmente formada por barcos de pescadores-. Todos
los mares estaban principalmente dominados por Cnossos, durante el
primer periodo micénico (tal como narra la historia de Tesauro y el
Minotauro).
Siendo obvio que aquel monarca
del imperio minóico, capitalizaba las exportaciones y comercio de
materias tan importantes como el aceite de oliva, el vino y los
metales.
.
Por
lo que tan
solo las embarcaciones del legendario rey Minos y las de su aliada
Chipre, eran capaces de navegar por entonces todo el Mediterráneo.
Llegando al menos hasta las costas del Estrecho de Gibraltar, para
tomar desde allí contacto con el litoral atlántico. Donde en la
mayoría de los casos no se internarían, ni se integrarín.
Prefiriendo
mercadear cerca de Gibraltar cuanto allí llevaban los indígenas, en
un comercio de metales atlántico que llegaría hasta ese punto -por
tierra y por el océano-. Ya que el Estrecho, ni el oceáno, son
fáciles de navegar siquiera en verano; menos con aquellos barcos
ligeros que en el Mediterráneo surcaban el mar a prisa. Puesto que
la
profundidad de quilla y el peso que necesita un navío de vela para
tener seguridad en el Atántico, le convertirían en presa fácil de
toda embarcación en el Mediterráneo. Lo que obligaría a cambiar de
tipo de naves, o a finalizar la singladura antes de llegar al
Estrecho. Ello fue un escollo insalvable durante todos los tiempos
históricos y a mi juicio un hecho que explica la proliferación de
culturas en el área de Almería; como: Los Millares
(introduciendo el calcolítico en nuestras tierras desde el 3700
a.C.); El
Vaso Campaniforme (que
inicia el Bronce desde el 2800 a.C.) o
El Argar (que
genera el Bronce Pleno desde el 2200 a.C., acabando con Los
Millares). Tanto
como nos obliga a pensar por qué nacieron posteriormente Malaka,
Sexi y finalmente Gadir
(apenas a unas millas del Estrecho); o
por qué Tartessos tenía la primacía, al poder cerrar el comercio
del Atlántico (donde apenas los marinos mediterráneos se atreverían
a adentrarse).
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
dibujo
mío de la Estela del embalse de Orellana (circa siglo VII a.C.).
Observemos en este que el guerrero luce un casco con grandes cuernos
(muy similar a los nuragas) y entre ellos, un hacha doble (símbolo
cretense, pero también arma usada en Cerdeña). A su lado derecho
lleva una lanza y una espada de tipo “lengua de carpa”; muy
parecida a las que se hallaron en la Ría de Huelva o a las
encontradas en Cerdeña durante etapa nurágica (siglos XI al VIII
a.C.). A
su izquierda, vemos un escudo redondo (también parecido a los
sardos); un espejo y un peine, objetos importados por modas
orientales.
Abajo,
espada sarda datada entre el 1200 y el 900 a.C., tal como la exhibe
el Museo Nacional de Cerdeña -al
que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Observemos
que esta espada es igual a las que se encontraron en el hallazgo en
la Ría de Huelva (ver imágenes arriba) y a las que figuran en las
losas Extermeñas (de guerrero etc).
Sea
como fuere, en lo que se refiere al tema que tratamos (la
colonización del Sureste peninsular); parece inevitable pensar
que existió una protocolonización, venida desde Creta y Chipre
entre los siglos XVI al XIII a.C. y que -a mi juicio- generaría las
estelas alentejanas. Más tarde, llegará la precolonización; venida
desde Cerdeña, cuando Creta entra en declive y la isla sarda hereda
las rutas del metal cretochipriotas, desde el siglo XI a.C.. Ello,
explicaría los dos tipos de culturas y de estilos en las lápidas de
cada etapa; ya que a mi juicio, los sardos no serían tanto los
continuadores de los cretochipriotas, sino sus sustitutos. De ello,
se entenderá la tosquedad de las estelas Tartessias (o del
Suroeste), que se parecen a los bronces nuragas -simples y naifs-;
donde solo vemos el esquema de un guerrero o mandatario, representado
con todas sus armas y atributos. Frente ellas, tenemos el
refinamiento de las losas alentejanas, muy anteriores, pero que
contienen una técnica escultórica semejante a la de los objetos
cretochipriotas de etapa palacial y pospalacial (maravillosamente
trabajados en piedra).
.
Así
pues, siguiendo mi forma de intuir la Protohistoria y la Edad de
Bronce, podríamos trazar un primer esquema de colonizaciones,
precolonizaciones y protocolonizaciones del Sur Peninsular, que
sería el siguiente:
-
3500 a.C.: Predinástico en Egipto, gentes cercanas a Naggada
llegan a nuestras tierras buscando metales e inician el calcolítico
en zona cercana a Almería. LOS MILLARES.
-
2800 a.C.: Egipto dinástico. Gentes cercanas a los faraones,
vienen hasta Almería en busca de estaño, se inicia la Edad del
Bronce peninsular: VASO CAMPANIFORME.
-
2200 a.C.: Caída del Imperio Antiguo egipcio. Llegan nuevas
expediciones a la zona de Almería, relacionadas con esta crisis
(quizás como huidos). Probablemente el puerto de origen de
expediciones será Biblos. Chocan con la Cultura de los Millares
y acaban con ella, conviven con los del Vaso Campaniforme, que va
desapareciendo gradualmente: EL ARGAR.
-
1680-1550 a.C.: Volcán Tera Santoino, destruye El Egeo, Creta y
alrededores. Los
egipcios huyen al sur del Nilo; los supervivientes de la erupción,
se establecen en Canaán y en Egipto. Reino
Hicso creado en el 1650 y expulsado en el 1550 a.C.; nace el Imperio
Nuevo y
el Minóico Palacial. Eclosión y apogeo de la Edad del Bronce, nacen
los hititas. Llegan
a nuestras tierras los protocolonizadores venidos de Creta y Chipre,
para abastecer a Oriente Medio y Egipto de metales: FINAL DEL ARGAR,
COMIENZA EL BRONCE BAJO, ESTELAS ALENTEJANAS. EN LA MESETA, COGOTAS
I.
-
1100 a.C.: Aparece el Hierro; Troya cae un siglo antes, cuando el
bronce deja de tener importancia. Cae el imperio Minóico, cae el
Nuevo Imperio en Egipto; Chipre sobrevive gracias a la protección de
los fenicios (sus vecinos en la costa). Llegan a las playas del
Sureste peninsular los sardos como sustitutos de los cretochipriotas.
Una parte de los habitantes de Creta y del Egeo Micénico se tienen
que refugiar en las islas y en el Sur de Italia; irán creando lo que
se conoce como Magna Grecia. Muchos de los minóicos se sabe se
dirigen hasta Cedeña, tal como narra la historia de Dédalo. FINAL
DEL BRONCE, PRETARTESSIO, PRECOLONIZACIÓN DESDE CERDEÑA, ESTELAS
DEL SUROESTE.
-
900-825 a.C.: Llegada de los fenicios. Aparecen los hombres del
Hierro en nuestras costas venidos desde Oriente Medio. Luchas
entre las gentes peninsulares del Bronce y los expedicionarios que
vienen con Hierro. Primeros asentamientos fenicios (825 a.C.).
Los indígenas del Suroeste se organizan para evitar más conflictos
y para comerciar con quienes llegan a sus costas: TARTESSOS,
COLONIZACIÓN FENICIA.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al lado,
dibujo mío de un guerrero nurágico, luciendo su escudo, casco con
cuernos y un gran pectoral cardiofilax, con el que protegían en
torax. Esta coraza de pecho en metal fue una característica de los
soldados y las gentes de Cerdeña, y creemos que pudo inspirar en
parte los pectorales de El Carambolo. Asimismo,
los guerreros ibéricos posteriores, lucieron un cardiofilax
(redondo); especialmente los turdetanos, que en ocasiones lo llevaban
decorado con cabezas de lobo o de Medusa.
Abajo,
dispersión
de las Estelas de guerrero, (Extremeñas o del Suroeste), tal como la
expone el Museo Arqueológico de Badajoz
-al
que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Observemos que la
mayoría se hallaron en el Sudoeste, aunque también
han aparecido al menos tres de ellas, en El Ebro.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
estela de El Corchito, Cabeza de Buey, Badajoz, fechada entre los
siglos VIII al VII a.C. -tal
como la expone el Museo Arqueológico de esta provincia al que
agradecemos nos permita divulgar la imagen-. En
la parte baja y demarcado en rojo, hemos incluido el dibujo
explicativo que también expone en Museo Arqueológico de Badajoz
(al que agradecemos nos permita divulgarlo), donde
se ven claramente los trazos de la estela, en la que figura el
guerrero, su escudo, lanza, peine,espejo y etc..
Abajo,
arquero Nuraga dibujado por mí desde un bronce sardo de los siglos
XI al IX a.C..
Observemos el parecido de diseño y estilo con los que figuran en las
estelas de guerrero (o del Suroeste). Esa similitud además existe en
los cascos escudos y armamento de sardos y tartessios.
Para
finalizar el artículo de hoy, recomendaremos leer un trabajo
-relativamente reciente-, firmado
por una arqueóloga sarda (Giovanna Fundoni) y uno andalúz
(Francisco Gómez); cuyo título ya lo expresa todo: Relaciones
del Suroeste con el Mediterráneo, durante el Bronce Final
(siglos XI-X a.C.) Huelva y la isla de cerdeña (38)
.
La figura (5) de este estudio
la presentaremos como última imagen -abajo-; donde podemos
observar los hallazgos más destacados de material sardo del Bajo
Bronce en la Penúnsula. Habiendo sido encontradas un total de quince
restos nuragas, que se distribuyen del siguiente modo: Dos piezas en
la zona de Cataluña (entonces supuestamente dominada por los Campos
de Urnas); una en la zona de Cogotas I (Ávila), siete en el litoral
Sur de Andalucía (dos de ellos en la frontera con Portugal); cinco
en las costas portuguesas. Ante el mapa expuesto, hemos de ver
claramente que diez son hallazgos en el Este peninsular y solo cuatro
pertenecen al litoral Este (añadiendo uno más el área central).
Todo lo que determina que los sardos visitaron mucho más el
Atlántico que las costas de la Iberia cercanas a su tierra.
.
Cuanto
exponemos, deja claro que los sardos visitaban nuestras tierras con
el fin de adquirir metales; pues
aunque a sus puertos de origen se sitúan a unos siete días de
navegación -en linea recta- de las actuales playas catalanas, allí
tan solo hay dos hallazgos de piezas relacionadas con el mundo
nuraga. Lo mismo sucede en las costas de Almería y Málaga (mucho
más cercanas a Cerdeña que las de Portugal), donde tan solo se
encontraron dos restos de esta cultura sarda. Mientras en el litoral
atlántico, se han hallado la imensa mayoría. Observando
los hechos y usando un método de porcentajes; podemos definir que de
cada cien viajes que realizaban los sardos hasta nuestras tierras. En
más de 33, 5 ocasiones atravesaban el Cabo de Sagres, llegando hasta
el Alentejo. También en más de 33,5 singladuras, atravesaban el
Estrecho, arribando hasta zonas la desembocadura del Guadalquivir y
la del Guadiana (junto a Portugal). Solo en cada trece viajes
(aprox), se quedarían en el área de Málaga-Almería; al igual que
sucedía en tierras de Cataluña, donde apenas fodearían en algo más
de trece ocasiones (por cada cien veces que pusieran rumbo a nuestra
Península). Finalmente añado, que en poco más de cada seis
singladuras, no sabemos dónde hacían puerto; pero sus mecancías
alcanzaban el centro peninsular (como vemos en el dato de La Meseta).
.
Todo
lo expuesto antes supone que más del sesenta y siete por ciento de
las expedicionas nuragas hacia tierras de Iberia, cruzaban el
Estrecho de Gibraltar y que más del trece por ciento, se quedaban a
las puertas de este difícil paso. Asimismo,
entre las que se adentraban hasta el océano, siete de cada diez
veces tocaban tierras de Portugal o cercanas a este país (llegaban a
la desembocadura del Guadiana, la del Sado y hasta la del Duero);
mientras tan solo en tres de cada ocasiones, fondeaban en el Bajo
Guadalquivir. Esta
preferencia de los protocolonizadores y precolonizadores
peninsulares, por arribar a tierras portuguesas; ya la habíamos
expuesto en mi artículo PORTUGAL
EN EL BRONCE PRETARTESSIO
-vide
cita (36)
-. Donde
me referí a los veinticinco objetos de procedencia mediterránea y
datados en el Bajo Bronce, que citan las profesoras Arruda (39)
y Vilaça
(40) .
Trece hallazgos recogidos por Da.Ana Margarita Arruda y doce más
mencionados por Da. Raquel Vilaça; que suman un total de veinticinco
restos;
frente a los apenas diez que se han encontado en tierras españolas.
Lo que demuestra que los expedicionarios mediterráneos de la Edad
del Bronce Bajo, fondeaban sus barcos principalmente en aguas
atlánticas. Algo
que bastará comprobar al ver el listado de objetos mediterráneos
del Bronce Bajo, hallados en nuestras tierras -que presento en cita
(41) -;
y compararlo con los que recogen las profesoras Arruda y Vilaza -en
citas (39)
y
(40)-.
Obligándonos
todo ello a pensar que de cada cien expediciones venidas desde el
Mediterráneo durante el Bronce Bajo (desde el siglo XVI al IX a.C.),
solo unas treinta fondeaban en costas españolas y el resto lo hizo
en las cercanas a Portugal. Tal
como describimos en el cálculo de probabilidades que presenté en el
artículo antes referido -ver cita (42)
-.
.
Ello
explicaría la colonización en el Sureste peninsular, no solo eso;
sino asimismo el origen de Tartessos, que a mi juicio hemos de
buscarlo más en tierras de Tavira, Sagres o Setúbal; que en Bajo
Guadalquivir. Pues el nacimiento de esta civilización parece
originado por aquellos expedicionarios que viajaban hasta el
Atlántico, para lograr metales durante el Bajo Bronce; pero que más
tarde se vieron incapaces de cruzar las Columnas de Hércules. Quizás
debido a que los habitantes de la zona comienzan a cerrar el paso del
Estrecho a los extranjeros, tras la llegada del Hierro; al producirse
los primeros conflictos bélicos importantes entre colonos y
naturales de la zona. Por lo que posiblemente desde el siglo IX
a.C., algunas tribus del Suroeste peninsular se organizan, cerrando
el cruce hacia el Atlántico; ante la presencia de los primeros
colonizadores que traen pequeñas compañías, armadas con hierro.
Todo lo que provocaría enormes luchas de poder entre los fenicios y
los antiguos moradores de la Baja Andalucía y del Sur de Portugal.
Que hasta entonces habrían convivido con cierta paz, comerciando
con los visitantes y precolonizadores. Aunque el nuevo metal
otorgaría tal superioridad a quienes navegaban hasta nuestras
tierras desde Oriente Medio (principalmente fenicios); que les
posibilitaría guerrear, lograndoo bases y ciudades, expulsando de
ciertas zonas a los moradres antiguos. Aculturando y colonizando
nuestras tierras, como nunca se había hecho. Fraguándose así,
finalmente, la civilización tartessia; como colaboradora con los
comerciantes y colonos venidos del Este mediterráneo, pero también
como frontera y muro, para no dejar que los extraños llegasen por si
solos, hasta las minas del Atlántico (principalmente las del
litoral portugués y gallego, pero también las de Francia y
británicas). Defendiendo y guardando aquello que más tarde
llamaron los cartagineses: “La ruta de las Cassitérides”.
JUNTO
Y BAJO ESTAS LINEAS:
Al
lado,
estela de Las Puercas, Esparragosa de Lares, Badajoz; fechada entre
los siglos VIII al VII a.C. -tal
como la expone el Museo Arqueológico de esta provincia al que
agradecemos nos permita divulgar la imagen-. Junto a ella y
demarcado en burdeos, hemos incluido el dibujo explicativo que
también expone en Museo Arqueológico de Badajoz
(al que agradecemos nos permita divulgarlo), donde se leen claramente
los trazos de la estela. En
ella vemos de nuevo un guerrero con un gran casco con cuernos, escudo
y espada (todos de tipo sardo);
peine, espejo pinzas, algo
que parece una honda y los “glandes”, junto a su hombro izquierdo
y entre los cuernos del escudo (hay que recordar que entre las
representaciones de guerreros nuragas, también existen los honderos
con sus proyectiles y honda, en mano). Asimismo, llama la atención
que luce lo que parece un faldellín (típico de la vestimenta sarda
de esta época) y también un cardiofilax o protector del pecho
(común entre los guerreros sardanas).
Abajo,
espectacular fíbula o alfiler de prestigio, perteneciente al Bronce
Final (circa siglos XII-X a.C.) que fue hallada en el yacimiento de
Los Azafranales, de Coca (Segovia), en el nivel de un poblado de la
Primera Edad del Hierro, fechado entre los siglos VIII al VII a.C..
Esta
importante pieza pertenece al Museo Arqueológico de Segovia (al que
agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Se
supone que la joya fue labrada por artesanos de Irlanda o de las
Islas Británicas antes a finales del segundo milenio y se mantuvo en
uso por los jefes de tribus o sacerdotes de esta zona de Coca, hasta
el siglo VIII a.C. (al menos). En ella vemos un ejemplo de lo que
significa el “Círculo Atlántico”, que tanto hemos mencionado.
Un área cultural que irradió durante milenios una civilización
nacida del megalitismo y de las comunicaciones mantenidas a través
del océano; para comerciar ámbar, metales preciosos y gemas.
Llegando la difusión de su cultura milenaria, desde Irlanda a
Segovia; y desde el Sur de Portugal hasta el Báltico o el Centro de
Europa.
BAJO
ESTAS LINEAS:
Mapa
de los restos sardos de periodo nuraga hallados en nuestra Península,
publicado por Francisco
Gómez y Giovanna Fundoni
en su obra “Relaciones
del Suroeste con el Mediterráneo, durante el Bronce Final (siglos
XI-X a.C.) Huelva y la isla de Cerdeña".
Observemos como en Cataluña tan solo se conocen dos hallazgos; pese
a que sus costas se sitúan a unos
700 kmts. en linea recta y a 1000 kmts. viajado de cabotaje desde la
isla sarda
(menos de una semana de navegación a vela). Lo mismo sucede con el
litoral Este de Andalucía, que también está relativamente cerca de
Cerdeña, y donde solo se marcan dos vestigios sardos -Málaga
y Álmería se sitúa a unos 1000 kmts en linea recta desde Cerdeña
y a unos 1800 costeando (unos diez o doce días a vela)-. Pero
donde más hallazgos sardos de época nuraga han aparecido, es en
tierras después del Estrecho y en las zonas de minas (junto a Rio
Tinto, o en los yacimientos portugueses). Pese
a la penalidad que supone cruzar Gibraltar en barco y a la distancia
que existe entre puntos como la actual Setúbal o Lisboa y Cerdeña
(unos 2500 kilómetros de navegación en el mar; lo que supondría
por entonces un mes de viaje a vela; casi tres veces más de lo que
se tardaría en llegar a Cataluña).
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